viernes, 10 de octubre de 2008

La Virgen de Lourdes y el miedo escénico

La maestra Doña Carmen, con la colaboración del cura Párroco Don Abilio, había decidido hacer la representación de la obra de teatro sobre la aparición de la Virgen en Lourdes, titulada Bernardita.
A mí me tocó hacer de comisario, a mi primo Vidal de médico. No sé como con los antecedentes que teníamos Vidal y yo, en cuanto a dotes artísticas, volvieron a confiar en nosotros.

Antes, por San Isidro nos habían hecho bailar, junto a un montón de chicas, una isa canaria, la famosa “Esta noche no alumbran las farolas del mar...” La coreografía se las traía: Dos niños extremeños vestidos de baturros interpretábamos un baile canario. Bueno lo de bailar es un decir, éramos los dos tan sosos, que en mitad de la canción, en lugar de bailar, lo que hicimos fue agacharnos para recoger los caramelos que la gente nos tiraba.

La obra de teatro se representó en el Casino, en su salón de baile, en la escena que nos tocó hacer, primero salgo yo (El comisario) con una gorra de plato del alguacil, que me estaba grandísima y se movía al andar, a continuación sale Vidal ( El médico) con un reloj de su padre, la pulsera era más del doble de ancha que la muñeca de mi primo, y para que el reloj no se le cayese, salió llevando el brazo extendido, la gente nada más vernos salir ya comenzó a reírse.

Empiezo la escena gritando todo lo más que puedo:

“Inocencia dice, vaya inocencia, pues no se le ha ocurrido a estas mocosa más que decir que la Virgen se le ha aparecido, no está mal...”.

Pego un bastonazo enérgicamente en el suelo y en ese mismo momento, se me cae la gorra encima de los ojos y me tapa la cara. Mientras, Vidal trata de coger la muñeca de Ponchi, (Bernardita) para tomarle el pulso y claro está, como el reloj le bailaba en la muñeca, tiene el brazo completamente extendido y lo mueve muy lentamente para que el reloj no se le caiga. Os podéis imaginar, el contraste entre mi brusquedad ante el movimiento instintivo para recoger la gorra y la parsimonia y la lentitud de Vidal, para impedir que el reloj se le cayese. Las carcajadas son unánimes y alguien grita pidiendo, creo que fue Don Juan Soria: “Que lo repitan, que lo repitan”.

Los nervios de antes de salir al escenario eran horrorosos, angustiosos, terribles, yo me maldecía por ser tan cobarde y estar temblando por salir a escena, que lejos estaba de esos héroes de las películas del Oeste, que no temían a nada, si embargo yo, ante una simple representación de una obra de teatro ante gente conocida, temblaba y me entraban unas ganas de orinar tremendas, nunca llegarás a nada, pensaba para mis adentros.

Uno, ya de mayor, ha podido comprobar, como hasta los grandes actores y actrices tienen nervios antes del estreno de una obra de teatro. Cuanto hubiera agradecido entonces que alguien me hubiera dicho que no era raro sentir nervios antes de salir a un escenario, que eso era lo normal y que lo raro era lo de los héroes de las películas que nunca sentían miedo, que todas las personas tenemos miedos y somos vulnerables, que lo malo no es sentir miedo, sino, no conseguir superarlo, tal vez, con esta sencilla reflexión, no me hubiera comportado en la vida con tanta timidez y no me hubiera considerado, durante tanto tiempo, un bicho raro, con un desmesurado sentido del ridículo.

De esta época, recuerdo también, que traté de leer mi primer libro, me lo facilitó Doña Carmen de la biblioteca de su escuela, era Moby Dick, he dicho que traté de leerlo, pero no conseguí terminarlo, malos mis principios como lector, tal vez veía demasiada violencia en la lucha obsesiva y destructiva entre el capitán Ahab y la inmensa ballena blanca. Nunca me han gustado las obras demasiado violentas, no me gustaba esa lucha a muerte por la supervivencia.

De mayor si que me gustó mucho, la lucha desesperada entre un hombre y un pez, pero fue en el libro El Viejo y el Mar de Hemingway.

Ahora, cuando van a cumplirse casi cincuenta años de esa primera lectura fallida, quizás no sea mal momento para retomar el libro de Moby Dick, que está considerado como obra maestra, y pueda sentir en mi fuero interno, la satisfacción de aprobar una asignatura pendiente que ha durado demasiado tiempo. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Uno que estos últimos años ha descubierto el placer del hábito a la lectura, da gracias al haber podido superar esa inercia perezosa que te hacía posponer la lectura, con demasiada frecuencia, ante otras alternativas como era, por ejemplo, ver la televisión.

Antes, solía leer libros con verdadera fruición, pero lo hacía muy de tarde en tarde. Hoy una de mis mayores pasiones es leer, sobre todo libros de ensayo, memorias o de viajes, a uno le gusta pensar que gracias a la lectura, puede escribir estas modestas líneas, que sin duda, si no hubiera adquirido el gusto y el hábito por la lectura, difícilmente, podría escribirlas. Alguien dijo que para poder escribir un libro, antes hay que haber leído mil.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Andres,y mejor tarde que nunca.
Juanvi

onifur dijo...

es uno de los placeres que aun cultivamos.Delicia poder leer y hacer trabajar la imaginacion despues de tanta tecnologia.

Saludos

onifur