viernes, 2 de octubre de 2009

Libertad condicionada de un alumno libre

Foto del Libro de Calificación cuando me matriculé de Reválida de cuarto.


Suspender dos asignaturas en septiembre de tercero de Bachillerato supuso un gran varapalo para mi autoestima, era la primera vez que empezaba un curso sin haber aprobado el anterior, pero, creo que en mi fuero interno, y a pesar de la inseguridad que me produjo el hecho de no ser capaz de sacar el curso, albergaba la esperanza de que si estudiaba, como había estudiado latín con Don Marcelo, los resultados serían mejores.

Y, efectivamente, así fue, me examiné un día de matemáticas y francés de tercero, y al día siguiente de todas las asignaturas de cuarto, tuve que esperar para entrar en el examen de matemáticas de cuarto, que siempre era la primera asignatura de la que nos examinábamos, a que llegara el profesor con la nota del examen del día anterior. Afortunadamente, saqué un ocho y recuerdo con agrado las palabras amables del Catedrático don Rodrigo Ávila, diciéndome: Ánimo chaval, ahora a por las de cuarto.

Francés lo aprobé con un cinco raspado, menos mal que en cuarto no había francés.

Y si, también aprobé las matemáticas de cuarto, me quedaron: Física y Química, Historia y Lengua, las aprobé en septiembre con un cinco raspado.

Y en septiembre venía, después de haber aprobado cuarto, el examen tan temido de la Reválida, se hacía en tres ejercicios, uno por grupo, se tenía en cuenta para la calificación final la nota media obtenida en los cursos, curiosamente aprobé los grupos donde tenía menor nota media: El grupo I.- Religión e Idioma moderno, y el grupo II.- Latín, Lengua y Literatura españolas, Geografía e Historia. Me quedó el grupo III.-Matemáticas, Física y Química y Ciencias Naturales, que era donde mejor media tenía debido, fundamentalmente, a las notas obtenidas en Matemáticas.

En el examen de Reválida nos examinábamos los alumnos que estudiábamos por libre junto con los de los colegios particulares. En el primer examen dejamos sobre el pupitre el libro de calificación abierto con nuestra fotografía y en el resto de ejercicios nos sentábamos en el mismo sitio. Vigilándonos estaban los profesores del Instituto el Brocense, pero también estaban los profesores de los colegios particulares. La verdad es que mucho control no había, éramos más de quinientos alumnos examinándonos y los profesores encargados del control, más que controlar lo que hacían era favorecer a sus alumnos soplándoles las preguntas.

A mí me tocó sentarme entre las alumnas de un colegio de monjas, creo que eran las Josefinas, y cuando éstas les chivaban a sus alumnas las preguntas, yo ponía la antena para captar algo. En el segundo ejercicio ya tenía familiaridad con las monjas y les preguntaba mis dudas como si fuese su alumno. Hubo una que me dijo: ¡Oye, que tú no eres de mi colegio, pregúntaselo a tu profesor! Respondí: A mi profesor no le han dejado entrar porque yo soy un alumno libre, pero creo que también soy hijo de Dios y que tengo el mismo derecho que sus alumnas a una ayudita. Le hizo gracia la cosa y desde ese momento me soplaba a mí las respuestas antes que a sus alumnas, luego les decía a ellas que me preguntaran a mis las dudas. Fue un acuerdo inteligente, ella no levantaba sospechas de ayudar a sus alumnas ante los demás profesores y yo me beneficiaba, en el buen sentido, de los conocimientos de la monja.

Es curioso, pero con lo tímido que he sido siempre, en estos lances perdía toda la vergüenza y mi comportamiento rayaba en el descaro, debía ser la lucha por la supervivencia, las notas eran muy importantes y no dudaba en arriesgarme para obtener el máximo provecho de la situación.

Tiene gracia lo de que yo era un alumno libre ¡vaya eufemismo! Éramos libres, porque nuestros padres no tenían dinero para que pudiésemos estudiar, no ya en un colegio de pago, no había dinero ni siquiera para estudiar en un Instituto, ya que había que pagar la estancia en Cáceres. Hoy en día esto no supone ningún impedimento se puede vivir en Monroy y estudiar en Cáceres, yendo y viniendo todos los días, entonces los alumnos que estudiaban en Cáceres sólo iban al pueblo en vacaciones, ni siquiera, venían los fines de semana.

La gran mayoría de la gente que ha estudiado en Monroy son maestros, y la razón es muy sencilla, en Extremadura no había Universidad, sólo estaba la Escuela de Magisterio. Yo también estuve a punto de estudiar para maestro, pero como el examen de Revalida lo realicé en septiembre y el plazo para matricularse de Magisterio terminaba antes, se permitía matricularse en éste antes de saber las notas de Reválida, matrícula condicional, creo que se llamaba, Don Juan Soria, solicitó en mi nombre la matrícula condicional y la denegaron porque tenia trece años, para estudiar Magisterio había que tener catorce años cumplidos.

Es posible que si no me hubieran denegado la matricula hoy sería maestro ¿quién sabe? Aunque, no sé si hubiera sido un buen maestro, Mi primera y única experiencia como profesor no fue muy halagüeña que digamos, Don Juan Soria tuvo un compromiso ineludible, y me pidió que diera un día la clase por él. Era imposible hacerse con la clase, yo tenía catorce años y claro está, no imponía ningún respeto, los chicos tenían dos o tres años menos que yo y todos me conocían. Alguien se me sublevó más de la cuenta y le amenacé con pegarle, ni siquiera le pegué, solamente le amagué. Pero por la tarde se acercó la madre, acusándome de que había pegado a su hijo, cuando le vi llegar con su madre, que era de armas tomar, me dieron ganas de saltar por la ventana.

Como pude le hice ver que yo no tenía nada contra su hijo, sino que mi intención era conseguir hacerme con la clase, ya que todos se habían soliviantado y no había forma de que entraran en razón y por eso amenacé a su hijo, pero que no le había llegado a tocar. Parece ser que la madre se apiadó de mí y no hubo mayor trascendencia, pero a mí se me quedó grabado para siempre lo difícil que es hacerse respetar si los demás no quieren hacerlo y máxime si estos son numerosos, pues terminan contagiándose unos de otros.


Sin duda el oficio de maestro es un gran oficio, pero requiere aparte de conocimientos, unas dotes de persuasión, entusiasmo y dedicación, que no están al alcance de cualquiera, no todo el mundo puede ser buen maestro, para serlo se necesita, aunque suene a tópico, vocación.

Mi amigo, Javier Recas, buen profesor, Catedrático de Filosofía en el Instituto Gran Capitán, dice que hubiera sido un excelente maestro, porque ha observado que todos los niños de la urbanización donde vivo en Madrid, me conocen y quieren jugar conmigo, sobre todo, cuando estoy dentro de la piscina en mi hora de ejercicios, a mí me gusta jugar con ellos y me lo paso muy bien, al mismo tiempo que realizo ejercicios al lanzarlos por los aires.


Tengo muchas dudas y muy pocas certezas en esta vida, y las pocas certezas que tengo no son para ser muy optimista, pero hay una que es muy importante para mí y que me hace seguir teniendo fe en el género humano, esta certeza es que los niños son los seres más importantes que hay en este mundo y que si se les da cariño ellos te corresponden sin condiciones.

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