La señorita Paca era una ex monja que tenía una escuela particular, la escuela yo la recuerdo situada, primero, en la calle de José Antonio, hoy calle Empedrada, en una bodega llena de tinajas propiedad del Señorito, luego fue trasladada a la casa donde ella vivía con sus padres, se entraba por un patio que estaba en la parte trasera, esta casa creo que actualmente se conserva igual.
El señorito, así se le llamaba a Francisco Collazos, farmacéutico, dueño de la farmacia del pueblo, mejor dicho de la botica, para hablar con la propiedad que se hablaba entonces, era Paco para los amigos, aunque, las malas lenguas dicen que no los tenía por lo avaro que era, estaba considerado como el más rico del pueblo.
Aunque era el boticario, yo nunca lo vi en la farmacia, tenía empleado a Emilio Moreno, hijo de Don Marcelino uno de los dos médicos del pueblo, el otro era Don. Vicente Hurtado. Emilio era mancebo, pues así se denomina al empleado de farmacia, y lo fue por mucho tiempo, empleado quiero decir, mancebo en la otra acepción no lo fue mucho tiempo porque se casó con Doña Araceli, que ejercía de maestra nacional en Monroy.
La farmacia estaba en la misma calle que la primitiva escuela de la señorita Paca, recuerdo que estaba decorada con buen gusto, tenía a modo de mostrador una mesa de madera tallada con estructura de forja, tanto el suelo, como los frisos, eran de cerámica de Talavera, predominaba el color azul, tenía dos jarrones, uno a cada lado de la mesa y en un rincón una escupidera, todo ello también, de la bonita y elegante cerámica de Talavera.
Hoy llama poderosamente mi atención lo de la escupidera, era un hábito muy común escupir sin ningún reparo en cualquier parte, en la farmacia por motivos de higiene lo apropiado era hacerlo en la escupidera, pensándolo bien, no sé porqué me extraño tanto de esa costumbre de escupir, hoy lo hacen todos los futbolistas, y sobretodos, de una forma redundante y recalcitrante Helguera del Real Madrid.
Mi primera toma de conciencia de lo dura que es la vida fue el primer día de clase, delante de la puerta de la bodega-escuela, un veintitantos de septiembre, después de la fiestas del pueblo, un día frío y desapacible, el otoño nos pilló desprevenido, ligero de ropas y pesado de tristezas, sentía frío en el cuerpo y en el alma.
A la escuela de la señorita Paca íbamos desde los cuatro hasta los seis años, allí aprendimos a leer, a sumar y a restar. Aprendimos a leer con la cartilla, y las cuentas las hacíamos en una pizarra donde escribíamos con un pizarrín.
Como éramos muy obedientes, y el recreo es para recrearse, pues eso, que durante el recreo, nos recreábamos haciendo competiciones a ver quien orinaba más alto, nos poníamos en la pared de enfrente de la escuela, en la casa donde hoy vive Nazario Collazos, apuntando hacia arriba, a ver quien la tenía más larga y quien llegaba más alto. Recuerdo a Juan Amarilla, hijo de un guardia civil, como mi principal rival a batir, tanto, en la longitud de sus altas micciones, como en la otra longitud.
La maestra se sentaba detrás de su mesa con una larga caña, que alcanzaba a cualquier punto de la clase, no tenía necesidad de levantarse para pegarnos. Ya en aquellos tiempos la escuela era mixta, chicos y chicas todos juntos, mira en eso estábamos bastantes avanzados, lo que ocurría también es que los niños de cuatro, cinco y seis años estábamos juntos , y claro está, unos iban mas adelantados que otros.
Recuerdo estar escribiendo en mi pizarra, una serie de números, creo que era de tres cifras y no tenía ni idea de que iba aquello, me limitaba a copiar de los más mayores, entre ellos estaba Ángel Arévalo, que estiraba mucho el número dos y yo hacía lo mismo que él, pero sin tener nada claro de que número se trataba, hasta que se percató la señorita Paca de que copiaba de los mayores, y desde entonces me hacía listas en la pizarra grande, a la que no nosotros llamábamos encerado, sólo para mi, así fue cómo aprendí a conocer los números.
Por navidad recogíamos musgo para hacer el nacimiento, era una tarea que yo consideraba de las mejores que se podían hacer, los mayores colocaban las figuras y hasta que no terminaban todo no nos dejaban verlo. Yo me quedaba extasiado viendo los molinos, los ríos hechos con la plata que a mi me parecía que de verdad era agua, los reyes magos se iban acercando hacía el portal a medida que se aproximaba el día de Reyes.
Durante el periodo navideño, al final de la misa se procedía a la adoración del niño, besándole las rodillas, nos poníamos todos en fila, el cura con un pañuelo iba limpiando cada vez que lo besábamos, y todo esto iba acompañado de los cantos de voces femeninas de villancicos desde el coro.
A mi me gustaba especialmente este:
Ya le llevan al recién nacido
mantillas, pañales, fajas y fajetin?
porque vienen los fríos de Enero
y el rey de los cielos está por vestir.
Esto de los fríos de enero, me tenía muy preocupado, me acostaba por las noches pensando en los borreguitos que nacían a la intemperie, y que si la noche era muy fría, se morirían sin remisión, mi obsesión era que al menos deberíamos llevarles mantillas, lo de los pañales, la faja y fajetín se podía prescindir, sobre todo del fajetin que no sabia lo que era, ni aún lo sé.
Hasta tal punto me tenía preocupado esto del frío y del niño Jesús, que una de las primeras poesías que me aprendí, fue esta de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierta de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
“Alma asómate agora a la ventana:
verás con cuanto amor llamar porfía!”
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!
Aunque esta poesía, mas tarde tendría mucho que ver también con las obsesiones, con las promesas incumplidas y los propósitos de enmiendas imposibles relacionados con la natural inclinación de los adolescentes hacía el descubrimiento de su propio cuerpo, y sobre todo, a las amenazas que nos lanzaban ¡Te quedarás ciego, el cerebro se te hará agua, pecador te vas a condenar, vas a ir al infierno!. Cuánto daño nos han hecho las consignas de la época sobre el miedo al infierno, soy agnóstico, pero, estoy convencido de que de existir otra vida, nos salvaríamos todos, existiría sólo el cielo, el infierno no puede existir, si hay Dios, no puede consentir que exista el infierno, bastante sufrimos ya en esta vida, para que encima, en la otra, se nos condene eternamente al infierno.
Ya he dicho que en esa época no había agua caliente, en invierno, todos los sábados por la noche, mi madre nos reunía a los cinco que éramos entonces y nos lavaba, el agua se calentaba al fogón de carbón, por supuesto de encina y se vertía en una palangana, nos aseaba pasando la esponja empapada en agua y jabón, y sin aclararnos apenas nos secaba con la toalla, que previamente se había calentado encima de la rejilla que se ponía a la lumbre del brasero de picón
Recuerdo estas citas al aseo de los sábados, como una liturgia pagana, entrañable y muy confortable, sobre todo por el roce de la toalla caliente sobre nuestros cuerpos, y por la ternura que imprimía mi madre a la escena, que nos cantaba:
Pepón es un muñeco
Chiquito y de cartón
Se lava la carita
con agua y con jabón
se desenreda el pelo
con peine de marfil
y aunque le den tirones
no llora ni hace así ( hacer muecas con la cara)
Mi madre en invierno siempre nos ponía coletillos, hechos por ella, según la definición que da el Diccionario de la RAE el coletillo es un corpiño sin mangas, usado por las serranas de castilla. Pues resulta que mis hermanas no eran serranas de castilla, sino mas bien llaneras de Extremadura, usaban corpiño y por supuesto yo que no era ni serrana ni llanera, sino un chico, también usaba coletillo, el pecho en quilla que tengo, no sé si es debido a lo apretado que me ponía mi madre el coletillo, o a que tengo el corazón muy grande, esto no lo digo yo, lo dicen los médicos, el informe que me dieron cuando me operaron de una rotura de cadera, dice que. tengo un corazón muy grande, en el limite de la normalidad.
Era también un rito que al ponernos los coletillos, mi madre recitase y todos la acompañásemos al unísono:
Bendito, alabado sea
el Santísimo Sacramento
del altar de la pura y limpia
Concepción de María Santísima
Madre de Dios Señora nuestra
concebida en gracia
sin pecado original
También recitábamos:
Bendita sea tu pureza
eternamente lo sea
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza
a ti celestial princesa
Virgen sagrada Maria
yo te ofrezco en este día
alma vida y corazón
mírame con compasión
no me dejes madre mía.
A propósito de serranas, en Monroy llamábamos serranos, a los trashumantes que venían en invierno con sus vacas, u ovejas a Extremadura, a mi me encantaba oírles como hablaban, con su pronunciación castellana, tan distinta a la nuestra, con una dicción que a mi me recordaba a la que oía en la radio a los actores de Matilde Perico y Periquín, programa de Radio Madrid, con aquellos míticos actores que eran Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, Matilde Conesa, Juanita Ginzo, entonces oímos la radio todos alrededor en la mesa camilla, como hoy se ve la televisión, escuchábamos por la noche el programa antes citado, teatro radiado, a Pepe Iglesias El Zorro. Ustedes son formidables, programa un tanto populista, donde un histriónico Alberto Oliveras, no cesaba de repetir ¡ustedes son formidables!, cada vez que alguien ofrecía algún donativo, para atender a alguna causa, recuerdo que se estuvo pidiendo bastante tiempo para los damnificados por las inundaciones de Valencia y era su sintonía, la novena sinfonía de Dvorak, la llamada del Nuevo Mundo.
En uno de esos teatros radiados, que en su mayoría eran dramas, recuerdo como un niño buscaba desesperadamente a su madre, me puse a llorar desconsoladamente, siempre he sido muy llorón, mi madre me consolaba diciendo que me había dormido y entre sueños creía que me pasaba a mi realmente , pero no, sabía perfectamente que no era mi, sino al niño del teatro pero me solidarizaba con él y lloraba sin consuelo.
3 comentarios:
En este capitulo y con ese titular me esperaba algo más extenso sobre mi Tía Paca.
El personaje tenia para mucho mas, claro puede que algunos tengamos mas datos, los malos ya los pondrá algún detractor, los buenos pudieran ser que fue quien inicia en la escritura lectura y los números a muchos niños que se pasaban casi todo el año en alguna finca y que en el verano adquirían un mínimo de preparación para defenderse en la vida.
Yo no comulgue nunca con sus ideas por eso no era uno de sus sobrinos predilectos, pero no dejo de reconocer su buena labor en ese sentido, de lo demás me conozco un montón de historias, pero ya las contara si quiere quien las haya vivido en su propia persona.
Andres no mencionas las paciencias de tia Paca.Yo la llamo asi ya que era mi tia.¿Estaban ricas o es que no comiamos chuches? De todas formas gracias por recordarnos la niñez. Tere R.G.
Tere esa ya en casa desde el miercoles,la recuperacion en casa es mas llevadera,seguro que la veremos por Monroy muy pronto.
JUANVI.
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