Y de segundo, tercero y cuarto
Ay amor, te quise tanto
Cuando el beso era amor
Y el amor canto.
Creo, que fue Don Camilo José Cela, el que dijo: que uno es de donde ha estudiado el bachillerato. El de los cuatro cursos y Reválida, el de Grado Elemental, así se le llamaba en el Plan de 1957, lo estudié en Monroy, aunque, nos examináramos en Cáceres, de las ocho asignaturas de cada curso, un sólo día en junio y luego, de las que nos hubiesen quedado, otro día en septiembre.
Se decía que estudiamos por libre, aunque no libremente, ya que no podíamos elegir otra forma de estudiar, lo hacíamos en el pueblo que nos vio nacer, que por otro lado era una ventaja, no teníamos que abandonar a nuestra familia ni nuestro natural entorno.
Así, que si hacemos caso a Don Camilo, soy, casi completamente, de Monroy, bueno, teniendo en cuenta que en todos los cursos me quedaron asignaturas para septiembre, e incluso, que en tercero, de las tres que me quedaron para septiembre, me volvieron a quedar dos para junio del siguiente curso, y que el examen de Reválida, lo hice en dos tandas y me costó tres días, pues soy un poquito también de Cáceres, incluyendo el día que me examiné de ingreso, unos trece días.
Y si, como es lógico, Don Camilo José Cela se refería al todo el Bachillerato que engloba también a los dos cursos del Superior, quinto, sexto, entonces soy también de Madrid, digamos en esta proporción: 4/6 de Monroy y 2/6 de Madrid, o lo que es lo mismo, dos tercios monroyego y un tercio madrileño, y un poquito, muy poquito, solamente trece días, cacereño.
Recuerdo la impaciente espera por comenzar las clases, por convertirme en todo un estudiante de pleno derecho, me hacía mucha ilusión al recibir los libros, hojearlos, ver los dibujos y fotografías que traían, los santos decíamos, luego los forrábamos con papel, el acto de la llegada de los libros siempre fue lo que más me ha gustado de cada curso.
Las asignaturas del primero eran: Religión, Lengua Española, Geografía de España, Matemáticas, Dibujo, Educación Física y Formación del Espíritu Nacional, curiosamente, éstas dos últimas en el libro de calificación venían en la misma casilla, en una misma línea, aunque se calificaban por separado. Esto era para los chicos, para las chicas se sustituían la gimnasia y la política, así se las denominaba coloquialmente, por la asignatura de Enseñanzas del Hogar.
En este primer curso quiero recordar que era sólo Don Juan Soria quien nos daba clase, más tarde se incorporaría Don Jacinto. ¡Un único profesor se atrevía a dar clase a alumnos de los cuatro cursos al mismo tiempo!
El horario de nuestras clases particulares estaba supeditado al horario de las clases de la Escuela Nacional, así se le llamaba a la enseñanza obligatoria en aquellos tiempos.
Don Juan Soria cuando terminaba de dar la clase a los alumnos de la nacional, salía hacia su casa, vivía enfrente de la escuela, sólo tenia que cruzar la plazoleta, debía de tomarse un piscolabis y hacer sus necesidades y enseguida volvía a la misma clase donde seguía con nosotros.
Los alumnos que recuerdo daban clase con Don Juan éramos:
José Mari Sierra y Ulpi (q.e.p.d.) estaban en cuarto.
María Jesús del Sol (q.e.p.d), Catali Arévalo y Flori la de la Palma, en tercero.
Tere Alía, Antonio Plaza, Juan Casares, Antonio Flores y Miguel Mateo, en segundo.
Mari Carmen del Sol, Pili Camarero, Esperanci Garcia, Mari (q.e.p.d) hermana de Ulpi, Mati, Pedro Macías, Isarique, Eustasio (q.e.p.d) y un servidor, en primero.
Además, preparaba para el examen de ingreso a mi primo Vidal, Crispín, Sacramento, y alguno más que no recuerdo.
Es posible que haya olvidado a alguien, o que algunos de los mencionados en la numerosa nómina de alumnos de Don Juan, no los haya situado en su correspondiente curso, pido perdón por ello, e invito a los interesados a que me ayuden a situarlos, además, me daría mucha alegría saber de ellos, qué es de su vida y por dónde andan.
Nada más terminar de confeccionar la lista, me han sorprendido dos cosas, una no muy grata, el alto porcentaje, casi un veinte, de los que han desaparecido, la otra bastante más agradable y positiva y más para la época, la casi total paridad que había entre chicos y chicas.
El método que Don Juan imponía para estudiar era para todos igual, diariamente nos preguntaba la lección que debíamos traer estudiada de casa, nos poníamos todos los del mismo curso de pie alrededor de su mesa y nos hacía una pregunta distinta a cada uno de la lección y de la asignatura que tocase.
Cuando le tocaba dar la lección a José Mari Sierra, que estaba tres cursos por delante de nosotros, éste ponía sus manos agarradas entre sí a la espalda y se movía nervioso apoyando alternativamente un pie y luego el otro, al mismo tiempo que iba contestando parsimoniosamente las preguntas, teníamos a José Mari, como un ejemplo a seguir, para todos nosotros alumnos de primer curso, se consideraba un gran logro poder llegar a cuarto.
Don Juan había impuesto unos controles diarios para cada uno de nosotros, consistían en llevar cada uno una libreta, muy pequeñita, con los datos siguientes:
Fecha:
Hora de entrada:
Hora de salida:
Comportamiento: (bien, mal o regular)
¿Se ha sabido la lección?: (Sí o No)
Firma del padre Firma del Maestro
Esto era para mi un verdadero martirio y no porque me comportarse mal y no me supiese la lección, era porque lo consideraba una falta de libertad absoluta y una falta de credibilidad tremenda en nosotros, todos los días y por dos veces, había que darle a nuestros padres la libretita para que la firmasen, era como una espada de Damocles sobre nuestras tiernas cabezas, porque nadie te arrendaba las ganancias si en la libretita, el buen maestro, ponía que te habías portado mal y encima no te habías sabido la lección, un mal día lo podía tener cualquiera, pero a nosotros, entonces, no se nos estaba permitido.
Hacíamos exámenes trimestrales de cada una de las asignaturas, aunque estos, al no tener nuestro maestro la competencia de las notas en los exámenes finales, no eran liberatorios, solamente le servían a él para saber cómo iba cada uno de nosotros y para que nos fuésemos familiarizando con los exámenes finales, donde nos lo jugábamos todo a una carta.
La verdad era que en los exámenes trimestrales sacaba bastante buenas notas y por eso, confiaba que en los finales no hubiese demasiados problemas, pero, la realidad iba a colocarnos en nuestro sitio de estudiantes de pueblo, con muchas precariedades y muy pocas oportunidades, la realidad nos iba a dar lo que creo que no nos merecíamos, sobre todo, si tenemos en cuenta el esfuerzo realizado, tanto por nuestro buen maestro y buen profesor, cómo por nosotros, nunca estudié tanto como lo hice en Monroy cuando estudiaba por libre.
Hablando de oportunidades: un solo día para examinarnos de todas las lecciones de todas las asignaturas. De precariedades: un sólo profesor para todas las asignaturas con todas sus lecciones.
Un día soleado del mes de junio del año 1960, los ocho alumnos de primero, acompañados por don Juan, salimos de madrugada hacía Cáceres en el coche de punto de Fulgencio Blanco, el coche era muy parecido a los taxis ingleses, sobre todo por el tamaño, cabíamos todos, no sé si sería legal que fuésemos tantos en un mismo coche, pero creo que entonces no se tenían en cuenta estas menudencias, recuerdo que desayunamos en el Café Toledo que estaba en los soportales de la plaza, tenía los nervios agarrados al estómago y no tenía apetito, apenas me tomé el café.
El primer examen, en todos los cursos, siempre fue el de matemáticas, esta asignatura se me dio siempre bastante bien, después venía Religión y así una tras otra hasta llegar a la última, que era siempre Educación Física.
El examen de Educación física lo recuerdo como un verdadero martirio, estábamos ya bastante cansados por los siete exámenes que habíamos dejado atrás, eran las ocho de la tarde, el paraninfo, así se llamaba donde nos examinábamos, estaba lleno de mosquitos que picaban sin remisión y para colmo, Martín, esa era el nombre del profesor, Martín a secas, sería que como era falangista era un buen camarada y se le tuteaba, nos torturaba en el tendido supino obligándonos a hacer flexiones sobre los brazos una y otra vez, no sé si por el cansancio o por rebeldía, lo cierto que a una de las veces que nos dijo arriba, yo me quedé tendido en el suelo, el resultado fue que suspendí el examen.
Las notas la sabíamos el día siguiente por la tarde, Don Juan tenia muy buena amistad con un conserje del Instituto, Sánchez se llamaba, antes de que salieran en el tablón de anuncios le facilitaba las notas de todos nosotros vía teléfono. Sánchez solía ser bastante atento con todos los que éramos de Monroy, aparte de que tenía buen talante, creo que también era debido a que Don Juan le daba buenas propinas.
Las notas fueron para mí un verdadero mazazo, me quedaron tres, aparte de la Gimnasia me quedó Geografía y Lengua Española, aprobé Matemáticas con un siete y las demás con un cinco raspado.
El resultado de estos exámenes hizo que me replantease mi forma de entender el mundo, me creó bastante inseguridad en mi mismo, de nada valían para mi autoestima, los buenos resultados de los exámenes trimestrales que hacíamos en clase con Don Juan, ni el hecho de que las lecciones que nos tomaba diariamente me las supiese, todo eso no era suficiente, en el examen de verdad, en el final no había dado la talla.
Este sentimiento de inseguridad iba a marcar durante bastante tiempo mi forma de ser y acentuó, aún más, mi timidez proverbial. ¿Para qué estudiar? Si no me enteraba de nada, y de lo poco que me enteraba se me olvidaba, menos mal que las matemáticas, eso decía todo el mundo, se me daban bien.
En el verano dábamos clase no sólo los que habíamos suspendido del pueblo, algunos de los que estudiaban fuera también venían a clase, bien para reforzar aquellas asignaturas que consideraban que estaban más flojos o bien porque eran sobrinos de Don Juan, caso de Ángel que tenía una gran mancha en la cara y su hermano, que ahora no me acuerdo como se llamaba, comparándonos con ellos, que habían aprobado todo, nosotros no sabíamos menos, al contrario creo que les superábamos, pero claro a ellos los exámenes parciales si les valían a cuenta del examen final. Lo que más me fastidiaba era cuando decían que no les había dado tiempo a terminar de estudiar todo el libro y sólo se examinaban hasta la lección que habían dado. ¡Vaya morro! sin embargo, para nosotros entraba todas las lecciones del libro
Recuerdo que estaba estudiando Geografía era por la tarde, hacía mucho calor, estaba con la lección de las comarcas de Burgos, la Lora, la Bureba ... Alguien vino corriendo gritando: Se ha tirado al pozo tía ....... (omito su nombre por consideración a su familiares actuales), allí que me encaminé a ver lo que había ocurrido, la señora ya mayor, se había tirado ar un pozo que casi no cabía por el brocal, era ésta una forma muy común en el pueblo de abandonar este mundo voluntariamente, de suicidarse. Los portugueses que no tienen la palabra suicidio en su vocabulario, ante alguien que se quita la vida prefieren decir: No quiso vivir.
Pocos años más tarde, una alumna de Don Juan, compañera, vecina y casi de la familia y mucho más joven, iba a abandonar este mundo de la misma manera, también eligió el pozo de su casa.
Desde aquí querida compañera, amiga y vecina, me quedo con aquellos momentos agradables vividos junto a tí cuando éramos compañeros de clase y jugábamos a las adivinanzas y tú siempre nos hacías una, un poco verde para la época: Vino un hombre me la metió, me la sacó, me hizo sangre y se marchó. No hay que ser mal pensados, era un dentista sacando una muela, o cuando te puse la zancadilla en clase y te caíste y en lugar de enfadarte, solo me dijiste: Ahí va, que tropezón más tonto, o cuando presumías de tu bonita pluma estilográfica que tenía un bonito verde jaspeado.
No sé lo que la vida pudo hacerte para llegar a no querer seguir en ella, pero desde aquí quiero expresar que, ante casos como éste, nadie puede juzgar a otro ser humano, sólo nos cabe: una inmensa tristeza, una gran compasión y un profundo respeto.