viernes, 19 de junio de 2009

LA MAGIA DE INTERNET









Hace pocos días recibía un correo de Luis Melguizo, alguien le había dicho, que en la entrada de este blog titulada LOS DEL BABATEL se le mencionaba.

Pues bien, hoy Luis me ha enviado estas cuatro fotos:

En la foto del convite en la que están Emilio (médico natural de Garrovillas) María Luisa su mujer, la madre y el padre de Luis, en el fondo, en el centro de la fotografía, con el pelo blanco está mi padre y creo que de espaldas, mi madre. Es más, me atrevería a decir que los niños, el que está de espaldas es mi primo Vidal y creo que yo soy el que está a su izquierda, debió ser la boda de mi prima Mena con Cipri Rosado (q.e.p.d) que se celebró en el Casino y el catering lo sirvió el Hotel Jámec de Cáceres. Recuerdo que ese día hacía mucho calor y el abuelo de Juan Vicente Rosado, Bernabé, (en la foto con el pelo blanco a la derecha) se quejaba de que hasta el hielo estaba caliente.

La foto de los cinco niños está hecha en la plaza, de izquierda a derecha están: Luis Melguizo, Juan Vicente Rosado, Julián Melguizo, los otros dos niños no los identifico.

La foto de la moto el padre de Luis es el que está a la izquierda, los otros dos señores no los conozco, parece ser que está hecha en Talaván

La foto del niño y la niña, creo que son los hermanos de Luis: Julián Y Pilarín

Cazadora de velvetón


Cuando llegaba el verano gran parte de nuestra vida transcurría en la plaza. La plaza era nuestro ágora, el punto de encuentro de todos los niños del pueblo donde jugábamos sin desmayo al marro, a pídola, a los toros, a policías y ladrones, al verdugo, juego éste que daba nombre a ese hueso de las extremidades de los cerdos o corderos, que en otros sitios llaman taba y que no es otro que el astrágalo.

Los chicos nos jugábamos castigos o premios, en función de como cayera el hueso. Los castigos consentían en recibir un número determinado de cinturonazos El premio, no recuerdo muy bien cual era, parece ser que estaba en darlos.

Las chicas, más listas ellas, sólo se jugaban los botones, de los que hacían grandes acopios quitándoselos a las prendas obsoletas, aunque alguna, llevada por su celo acaparador, se los quitaba a los abrigos de sus hermanas mayores que acababan de estrenarlos.

La plaza la recuerdo amenizada las noches de los domingos por la música que salía de un único altavoz situado en la entrada del castillo, que era la entrada al cine de verano RECA. La música que emitían los del cine era, fundamentalmente, pasodobles, pero a mí me hacía sentir una atmósfera distinta a la de los demás días, la música servía de banda sonora a nuestros infantiles juegos, donde nuestro tiempo pasaba sin darnos cuenta de tanto como disfrutábamos jugando.

Algunas veces venía en el mes de agosto una tómbola, donde apenas podíamos comprar boletos, porque no teníamos dinero, y la verdad es que tampoco nos hacía mucha falta, nos conformábamos deleitándonos oyendo la música que sonaba a través de su, también, único altavoz.

Entre las canciones que amenizaban nuestras adolescentes vidas recuerdo la de Moliendo Café, Si yo tuviera un martillo, Cuando calienta el sol y algunas del Dúo Dinámico, como: Mari Carmen, Quince años tiene mi amor, Bailando twist, Oh Carol, Perdóname. Y sobre todas la de: “Hasta luego cocodrilo no pasaste de caimán”, canción ésta que se iba a convertir en recurrente y repetitiva no sólo de aquel verano, sino, también de algún invierno enfriador de ánimos, cuando uno pensaba que no iba a llegar a ser nada de provecho en esta vida. Nunca llegarás a nada, me reprochaba, eres un cocodrilo que no has pasado de caimán.

En esta época ya me había reconciliado con mi madre con respecto a la ropa, pues me había comprado unos pantalones largos de tergal grises, unos mocasines blancos y una camisa de Tervilor blanca, con ésta equipación para los días de fiestas me encontraba yo de lo más elegante. Atrás había quedado la ropa que me hacía y sus reincidentes zurcidos, por fin tenía pantalones largos hechos por el sastrino, así le decían en el pueblo al padre de los Canelada, que tenia la sastrería y la vivienda en la plaza, aunque creo que estos grises me los hizo Dionisio Gómez, el sastrino me hizo unos marrones también de tergal. Mi madre siempre procuraba dar trabajo a todos los del pueblo para que no se enfadasen y de paso, justo es también reconocerlo, para que ellos también visitasen nuestro negocio de bar y baile.

Aunque aborreciese la ropa que me hacía mi madre, más que por su corte y confección, por su pertinaz afan de aprovechamiento, tengo que reconocer, que me hizo una cazadora de velvetón marrón que era la admiración de mucha gente en el pueblo y sobre todo de mi madrina Ana, cuando estaba con mis padrinos en Valdefuentes, le gustaba ponérmela siempre, aunque hiciese calor y repetía cada vez que me la ponía: Qué cazadora más bonita te ha hecho tu madre, y la verdad es que ésta no tenía nada que envidiar a las de piel vuelta a las que he sido siempre tan aficionado, afición que han heredado mis cuatro hijos, todavía hoy, se pelean los cuatro por una que me compré cuando nació mi hijo David, va a hacer ya treinta y tres años y a la que ha habido que cambiarle varias veces el forro.

Esta cazadora la compré ¡cómo no! en el Corte Inglés de Preciados, porque era lo más perecido a la idea que yo tenía de como era la que me hizo mi madre, y qué mejor homenaje a la autodidacta modista autora de mis días y de mi cazadora, que el hecho de que mis cuatro hijos hayan querido tanto a la cazadora que me compré pensando en la que mi madre me había hecho y de la que me sentía tan orgulloso, aunque no fuese de piel vuelta, sino de pana lisa que parece terciopelo, esta es una de las definiciones que he encontrado de lo que era el velvetón, resistente material que soportó más de un teñido, por supuesto, realizado por mi madre.

También me había comprado mi madre un bañador azul, un meyba, marca reconocida mundialmente, en nuestro pueblo, desde luego, era reconocida por todo el mundo, sólo teníamos uno para todos los días de todos los veranos, se consideraba que un meyba era el no va más, claro es que era de nylon, (decíamos nilón, lo de pronuciar nailon era para los cursis) porque este material, como todo el mundo sabía, tenía propiedades mágicas.

Entonces ya gozaba de permiso paterno para ir a bañarme al río, ya había aprendido a nadar y conseguía atravesarme el tablazo, todo entero, así llamábamos al charco que se quedaba todo el verano con agua entre el molino de abajo y las “pasaeras”, no estaba hecho todavía el puente de la carretera de Trujillo. El conseguir nadar entero el tablazo te daba prestigio entre los chicos del pueblo.

Cuando se tienen trece años, ir a bañarse al río, un dorado y cálido atardecer de un día del verano monroyego, montado en una yegua blanca, comerse un bocadillo de jamón, bueno con más tocino que jamón ¡pero qué tocino! Después de haber nadado varias veces ida y vuelta el mítico tablazo, tumbarse en un trocito de césped a esperar que se secase el meyba, que por cierto se secaba rápidamente, tan rápido que uno podía ponerse los pantalones encima sin necesidad de quitárselos, fijar la mirada en el azul intenso del inmenso cielo, contemplar el vuelo de las aves mecidas por las térmicas formadas por un calmado aire, a la orilla de un río, si, lleno de piedras, pero uno se olvidaba de ellas, cuando miraba el cielo tan azul, recortado por el verde de los acebuches, en medio de una orilla transparente, cálida, sosegada y armónica de verano, es lo más parecido a la felicidad que uno puede obtener en este mundo, doy fe.