Estado de la habitación numero 1035 del Hospital 12 de 0ctubre de Madrid.
Siempre
que en Monroy compraba agua mineral Soláns de Cabra, Pablo Benito solícito me preguntaba: ¿Andrés es que padeces de riñón? Yo, invariablemente, le contestaba
muy ufano: ¿Yo?, que va. Del riñón
estoy muy bien. Eso
es lo que yo creía, pero la realidad era muy otra, el pasado día 7 de mayo me
diagnosticaron, así de sopetón, Insuficiencia renal aguda, bueno esto en
el Centro de Salud que está al lado de mi casa, en la calle Toledo, en el Doce
de Octubre, donde ingresé ese mismo día, menos eufemísticos ellos, lo llamaron:
Fracaso renal agudo y hemoptisis.
Y
de pronto uno se ve dentro de un hospital, eso si en el mejor hospital para
tratar enfermedades del riñón que hay es España, que es lo mismo que decir que
hay en el mundo, pues no es
casualidad que España esté a la
cabeza de trasplantes en el mundo y que el Doce de Octubre sea el primero de España en esos
menesteres. Bien
mirado, uno sabe elegir sus enfermedades, si tengo que caer enfermo pues lo
hace en la especialidad de su vecino y amigo el Coordinador de trasplantes del
Doce de Octubre el Dr. Amado Andrés.
A
mi, por domicilio, el Hospital que me corresponde es La Clínica Jiménez Díaz,
conocida popularmente por La Concepción, pero al tener como vecino a Amado,
nada más tener el diagnostico del Centro de Salud, mi mujer no lo dudó un
momento y en el ascensor dio al quinto en el lugar de al tercero. Por cierto que el diagnóstico fue realizado en dos días:
el jueves cita con el médico de familia Dr. José Nemesio Villarroel, viernes a las ocho y media
análisis (cinco minutos de espera) y a las 16:30 salí con las placas del tórax hechas, estaba citado a
las 16:35. Lunes 7: diagnóstico, previas llamada del Dr. Villarroel, (dos
perdidas al móvil y una al fijo)
para citarme esa misma tarde a las 19:30 horas. La Seguridad Social constata
uno, funciona muy bien. Por
favor señores gobernantes, por
favor Señora Aguirre déjenosla como está, por favor, no nos la desmantele.
Por
la cara que puso Amado nada más ver los análisis supe que lo mío era serio, sin peder un minuto, Amado
llamó a su compañero Dr. Enrique Morales que estaba de guardia, él mismo me llevó en su coche. A las
nueve estaba ingresado, a las nueve y media me habían hecho una ecografía y
placas del tórax. A las ocho de la mañana del día siguiente ya me habían
realizado una biopsia en el riñón
izquierdo. A las cinco de la tarde tenía el diagnóstico principal: Glomerulonefritis
extracapilar tipo III. Otros diagnósticos: Vasculitis de pequeño vaso (probable
granulomátosis con poliangeitis/enfermedad de Wegener) con afectación renal y
pulmonar. Neumopatía pulmonar intersticial bilateral. Anemia ferropénica.
En
definitiva una enfermedad autoinmune donde son mis propios anticuerpos los que
me atacan, no puedo echar las culpas a nadie, la enfermedad me la provoco yo
mismo. A
todo esto, el Dr. Amado Andrés, nada más ver los análisis realizados en el
Centro de Salud, y antes de realizarme
las pruebas, ya me había diagnosticado certeramente lo que tenía y el
tratamiento está siguiendo el mismo curso de como él me lo planteó, los hechos punto por punto le están
dando la razón. Él se quita méritos y dice que es su especialidad, pero lo
cierto es que en otros diagnósticos y
en otras enfermedades también acierta, es un gran profesional y uno tiene
la suerte de tenerlo por amigo además de cómo vecino.
El
tratamiento consiste en siete sesiones de plasmaféresis, esteroides
inicialmente 3 g vía intravenosa y
a continuación Prednisona vía oral, empecé con 80 mg. y ahora estoy en 20 mg. Y
seis sesiones de Ciclofosfamida intravenosa mensual durante seis meses (Quimioterapia).
Llevo cuatro sesiones aunque las dos últimas las programaron a veinte días en lugar de un mes, la próxima, el día 31 de julio, será la quinta. Me
complementan el tratamiento con Calcio y hierro diariamente y con EPO, una dosis cada diez días, hasta completar
seis.
La
plasmaféresis consiste en cambiar el plasma donde están los anticuerpos
agresores por plasma de donantes
del mismo grupo. Me cambiaban casi cuatro litros por sesión. Para ello te
enchufan a una máquina,
previamente te han introducido un catéter en la vena femoral con un tubo
de entrada y uno de salida que se
conectan a la máquina y ésta va extrayendo la sangre y separando mi plasma malo e introduciendo
el plasma bueno, así más o menos durante cuatro horas. Las cinco primeras
sesiones me cambiaron plasma, las dos ultimas sólo me cambiaron
la albúmina.
La
experiencia en el hospital con mi autoinmune enfermedad ha sido
para mi positiva. Hay una palabra, que desde que la escuché la primera ve me
interesó vivamente, es la palabra resiliencia, se suele usar en términos psicológicos
y significa que antes hechos muy desagradables como pueden ser la pérdida de seres queridos en catástrofes
o desgarraduras importantes que se producen en el ser humano por enfermedades o
otras contrariedades importantes, éste lucha por superarlas y en esa lucha sale
fortalecido pues valora otros
aspectos de la vida que no había tenido en cuenta y que sin duda son los importantes.
A
pesar de la enfermedad y por gracia de la Prednisona (corticosteroide) me sentía
eufórico y muy hablador, además de madrugador, siempre digo que el plasma que
me han puesto debe ser de un madrugador pues he cambiado radicalmente mis costumbres
en cuanto al sueño, he pasado de ser un trasnochador a levantarme antes de las
seis de la mañana y esto me gusta.
La
atención del todo el personal en el Doce de Octubre ha sido excepcional, todo
el personal sanitario sin excepción,
desde auxiliares, enfermeras y médicos se han portado maravillosamente
conmigo. Es ésta una profesión en la que se nota lo vocacional y la gran mayoría
del personal del Doce de Octubre
muestra esta predisposición.
Otro
asunto sería el de las instalaciones, ya que estas dejan mucho que desear, no
es de recibo que la planta 10ª donde he estado ingresado tenga el nivel de
desidia y deterioro que tiene. Señores gerentes del Hospital Doce de Octubre a
mi se me caería la cara de vergüenza si fuese el responsable, y no me digan que
no tiene presupuesto, que para dar una mano de pintura no hace falta tanto
dinero, es más las empresa de mantenimiento podría hacerlo por el mismo precio
que se les paga.
Y
el tema de los ascensores roza ya en el esperpento, siempre están colapsados,
vamos a ver señores gerentes, el edificio del DOCE es un edificio exento, se
podrían poner veinte ascensores nuevos sin ningún problema y con ello se
eliminaría el gran problema de logística que tiene actualmente el hospital. El
dinero para los ascensores saldría de suprimir más de la mitad de los puestos
de celadores del hospital, hay mas celadores que médicos.
El
tiempo para hacerme un TAC del tórax duró mas o menos cinco minutos, pues bien
desde que salí de mi habitación de la planta 10 hasta que regresé habían pasado
hora y media, todo este tiempo fue empleado en el transporte. Me llevaron en
cama, iban parando cada dos por
tres, te dejaban en medio de los pasillos, la gente casi no podía pasar, las señoras
mayores pasaban a tu lado y apenas miraban, estando en esto se me ocurrió que
cuando pasase la próxima señora junto a mi me incorporaría de repente y le pegaría un susto, no lo hice, pero
no fue por falta de ganas.
Cuando me fue a buscar la celadora le preguntaron que cuando tardaría en
hacerme el TAC, una de las
hermanas de mi compañero de habitación respondió por ella, diciendo que un TAC
duraba diez minutos, la celadora muy ofendida dijo que la gente estaba muy
equivocada con la duración de un TAC ya que si tenían que hacerlo con contraste,
se tardaba por cada riñón media hora y otra media hora de preparativos, total
hora y media. Conclusión: las
visitas de mi compañero fueron a buscar a mi mujer que había bajado a comer y
le dijeron que me habían llevado a hacer un TAC con contraste de los riñones.
A
los pies de la cama llevaba todo mi historial, como uno es de natural inquieto
me puse a ojearlo y allí me enteré de que el joven médico que me atendió el Dr.
Miguel Ángel Sevillano al ingresar puso que yo era un persona joven, subidón de
moral, que se me pasó enseguida, al leer a continuación en el informe de la
biopsia que el patólogo consideraba
mi edad en setenta años, ocho años más de los que tengo.
A
la vuelta las mismas peripecias paradas en los pasillos y a esperar tu turno
para subir al ascensor, yo veía que los que iban en silla de ruedas y que habían
llegado después que yo los subían antes que a mí, llegó un ascensor y subieron a tres de sillas de rueda,
llegó otro ascensor y lo mismo, al tercero dije que ya me tocaba a mi, la celadora
puso mala cara pero accedió a mi petición.
La
primera vez que bajé a la sesión de plasmaféresis me bajaron en silla de ruedas,
podía haber bajado perfectamente por mi pie pero el protocolo no lo consentía,
al quinto día vienen a buscarme por la mañana, las sesiones anteriores las había
tenido por la tarde, y me dice el celador
que tiene que bajarme en la cama, yo muy digno digo que siempre me ha
bajado en silla de ruedas y que voy en silla de ruedas, cuando llego, las
enfermeras de plasmaféresis se enfadan porque no he ido en la cama, les digo
que es que yo siempre he bajado en silla de ruedas y ellas me explican muy
amablemente que la máquina que van a utilizar es distinta a la de días
anteriores, que esta es de una sola vía y es más cómodo para el paciente que
esté en la cama y para ellas ya que de esta forma pueden controlar mejor las
posiciones para que la máquina funcione correctamente.
Pues
bien al día siguiente que ya estaba de acuerdo en que tenía que bajar en cama,
cuando aparece el celador la enfermera da la orden que se me baje en silla de
ruedas. No, yo voy en cama. La
enfermera: Pero si tú has ido siempre en
silla de ruedas- Ya pero es que ahora conviene que vaya en cama. Con esto
quiero decir que las prescripciones y las comunicaciones debe ser claras,
concisas, precisas y explicadas, que las apariencias engañan, yo podía haber
ido a todos los sitios, no ya sin cama, sino sin silla de ruedas, pero a
veces es conveniente no en función de uno sino de los demás hacerlo de otra
manera.
En
una de las vueltas de la sesión de
plasmaféresis el celador decidió que el camino más rápido era ir en los
ascensores para el público, el ascensor iba lleno, el celador echaba a la gente hacia dentro empujando con la silla, una señora mayor se puso nerviosa y dijo que tenía que
bajarse en la segunda y que no se apartaba, yo le dije que no se preocupara que
cuando llegásemos a la segunda planta el celador retiraría mi silla y la dejaría salir. El celador dijo que
los enfermos teníamos prioridad y que yo estaba muy débil porque me acababan de cambiar un montón de litros de sangre,
de pronto todo el mundo que iba en el ascensor se solidarizó conmigo y
casi linchan a la pobre señora. Al final la señora salió pidiendo perdón. Una gitana me decía todo el rato: Hay que ver no parece que esté usted enfermo
tiene usted un aspecto muy bueno, es verdad afirmaban todos los que iban en
el ascensor. Y
es que uno estaría enfermo pero en lo tocante a la ropa procuraba ponerme
elegante, de hecho el pijama que llevaba era de Calvin Klein me lo compró Maribel, para esta ocasión,
normalmente no suelo llevar pijamas, pero una cosa es estar enfermo y otra
tener que llevar el pijama que te dan en la Seguridad Social.
He
dicho antes que en cuanto a la atención por parte del todo el personal de 12 de
Octubre de diez, ahora en cuanto a las instalaciones de la planta 10ª cero. El
primer día que me ingresaron me llevaron a una habitación para mi solo, pero allí no podía recibir visitas
porque estaba en la unidad de recién transplantados, así que el segundo día me llevaron a otra habitación
compartida con otro enfermo, el cambio fue brutal, una habitación pequeña llena
de gente todas hablando al mismo tiempo y lo peor de todo un desagradable olor
a pies. Menos
mal que el olor de pies no provenía del enfermo, sino de dos de sus visitas, al
menos cuando estas no estaban no olía a pies.
Debido
sobre todo al olor a pies me iban a cambiar de habitación, pero, le dije a
Amado que si me daban de alta el jueves en vez del viernes no hacia falta que
me cambiasen ya que solo estaría esa noche más. Pues así se previó me darían el
alta un jueves por la tarde, un poco antes de la salida procederían a quitarme
el catéter y me iría para casa.
Cuando
me pusieron el catéter en la vena femoral, a la altura de la ingle, vinieron a
la habitación mi doctora Ana
Huerta, la anestesista, la ayudante de la anestesista, una MIR, un MIR y una
enfermera, a cual más guapa por cierto, no tuve menos que evocar a Don Quijote y decir aquello: Nunca hubo caballero de damas tan bien
servido. Y es que en verdad
tenían todas unos ojos preciosos, el chico tampoco estaba mal pero eso a mi no
me competía y así se lo hice saber.
Para
quitarle solemnidad al asunto y quitarme yo también de paso un poco el miedo,
el vecino de mi habitación me había dicho
que eso dolía bastante, me puse a evocar a Serrat y dije aquello de que
al techo de la habitación no le iría nada mal una mano de pintura. Y por
supuesto les dije que daba gusto verse atendido por unas chicas que tenían los
ojos tan bonitos. Lo cierto es que
se creó un clima muy agradable y apenas me dolió la conexión del catéter a mi
vena femoral.
Nadie
daba importancia el hecho de quitar el catéter, yo tampoco se lo dí y menos
cuando solo vino una enfermera a quitármelo, me dijo textualmente: Aprietas
con el dedo. Si te sangra un poco, aprietas más fuerte y así estás durante
veinte minutos. Juro que fue lo que hice.
Me
puse todo elegante para salir, mi hijo Gonzalo se fue a buscar el coche al
parking para que cuando saliese estar en la puerta esperándome. Ya me disponía
a salir de la habitación para que me quitasen la vía del brazo, cuando de
pronto estando en el aseo dándome los últimos retoques, sentí un calor intenso
en el muslo e inmediatamente salió un chorro de sangre propulsada por el
orificio donde había estado el catéter. Todo sucedió en segundos, mi mujer salió a pedir
auxilio y en ese momento pasaba por la puerta la enfermera que me lo había
quitado. Enseguida se llenó la habitación de médicos y enfermeras con el
consiguiente revuelo en la planta 10ª, ya que las visitas mías y las de mi
vecino de habitación se
encontraban dentro y habían visto el reguero de sangre.
El
pantalón que acababa de estrenar, los calzoncillos, las sabanas, el colchón, el suelo todo estaba empapado de sangre, y resultaba muy
escandaloso. Bromeé
con los médicos y enfermeras que me atendían, alguien preguntó qué hacía con
los calzoncillos que estaban completamente empapados de sangre y le dije que no
se preocupase que los tirase. Es que una
lástima, respondió, son de Emilio
Tucci. No te preocupes si los he comprado con el 70% de descuento, y era verdad.
El pantalón lo había comprado también con el 70%, pero este después de varios lavados ha quedado sin manchas.
Yo pretendía relajar el ambiente y les dije que no iba a presumir yo nada de la cornada que había tenido en la femoral, pues la cicatriz ya la tenia de cuando me rompí la cadera y aunque era en la otra pierna, yo contaría que me había cogido un toro y que las enfermeras que me atendían no me habían hecho ni puñetero caso, que casi me desangré, cosa que era todo lo contrario de lo que me estaba sucediendo, pues las enfermeras y los médicos, en especial el Dr. Eduardo Gutiérrez y la Doctora Ana Huerta, se desvivían por atenderme.
La
verdad es que me atendieron muy bien, enseguida limpiaron toda la sangre, me
pusieron sabanas limpias y me plastificaron el muslo como si fuese un jamón de
pata negra, me transfundieron sangre y vitamina K y me dijeron que reposase
unas dos horas y, que si todo iba bien saldría esa misma tarde.
A
las dos horas empecé otra vez con el protocolo para salir, me puse a pasear por
los pasillos y cuando vi que todo iba bien, me dispuse a vestirme para salir. A
todo esto yo estaba nervioso por mi hijo Gonzalo que había quedado con mi hijo Javier, con Ana mi nuera y mi nieto Mario, que venían directamente
de París para ir a un concierto de Rosendo en un teatro de la Gran Vía y que si se retrasaba la salida, él se
quedaría sin ver el concierto. Me quedaba más tranquilo si se iba al concierto
y le dije que se fuese con el coche, que su madre y yo nos iríamos en un taxi.
Pero resulta que la ropa que tenia se la llevó en el coche y no tenia otra para
ponerme, bueno, saldría del Hospital en pijama, al fin y al cabo el pijama era
del Calvin Klein.
Pero
cuando iba a proceder a vestirme, antes me habían quitado la vía del brazo,
observé que el orificio de catéter estaba sangrando de nuevo, ya si que no podría
salir esa tarde del jueves, día diecisiete de mayo. Resultado
inmovilización total durante doce horas y a esperar que se taponase el dichosa
agujerito del catéter.
Esa
noche era la una y en mi habitación
se encontraban, mi mujer, la mujer del compañero de habitación, su hermana y un
hermano que no se hablaban con su mujer. La mujer había ocupado el sillón que estaba a la cabecera de
mi cama y su hermana el otro sillón
que estaba a los pies, y mientras tanto, mi mujer se encontraba de pie
trabajando con el ordenador. Yo me estaba empezando a violentar viendo que
pasaba el tiempo y que ninguna de las dos se levantaba y cedía el sillón a mi
mujer. Hubo un momento que salieron las dos hermanos y entonces Maribel
aprovechó para sentarse en el sillón que estaba en mi cabecera.
Volvieron los dos hermanos y sobre todo el varón,
que tenia una voz de barítono no paraba de hablar, yo intentaba hacerme el
dormido para hacerles ver que estaban molestando, pero ni a la de tres se daban
por enterado. Cometí el
error, ante una pregunta que hizo, de responderle. Se puso a los pies de mi
cama y la movía con sus potentes manos, el tío estaba cuadrado, mientras me decía:
Señor Andrés con lo bien que estaba usted
esta mañana, y ahora está usted aquí sin poderse levantar, y así una y otra
vez. Yo estaba desesperado porque a todo esto, cada vez que terminaba una frase
le salía un ronquido muy desagradable.
A todo esto había que añadir el insoportable olor a pies de la mujer de
mi compañero. Por
fin entró una enfermera hacia las dos y les dijo que a esas horas no podía
haber tanta gente en la habitación, aún así no se sentían aludidos y ninguno de los tres hacia
intención de marcharse, cuando vieron que yo ponía mala cara al fin se marchó
el hermano, la hermana ocupó el sillón que estaba a los pies y la mujer se sentó
en un reposa pies al otro lado de la cama de su marido, al menos el mal olor se
había retirado un poco, aunque no demasiado.
Con
todo mi paso por el hospital ha resultado muy positivo, uno se ha sentido
querido y muy bien tratado por médicos y enfermeras, se nota que estas
profesiones son vocacionales y se les
ve a todos ellos una predisposición especial en el trato con los pacientes. Me
he sentido muy querido por mi familia y amigos, aunque los corticosteroides, a veces, me hacían decir cosas
desagradables a la gente querida.
Uno
se ha sentido en solidaridad con los pacientes del planta 10ª, sobre todo y a
pesar de todo con mi vecino de habitación Juan Carlos, que ha rechazado el
trasplante de riñón que le hicieron hace cinco años y tenía dolencias que no
sabían muy bien a que se debían. Con Carlos que estaba en la habitación de
enfrente y es amigo de Antonio Sanz ex de Marca, que no solo estaba esperando
un trasplante de riñón, sino también de hígado y siempre estaba de buen humor y
bromeaba sobre cual trasplante sería el primero, yo le decía que no tuviese
miramientos que el primero que llegase. De Jaime, un joven sevillano fuerte y
apuesto que fue trasplantado la semana siguiente de abandonar yo el hospital.
Hubo
un momento mágico, estando Carlos, Jaime y yo el en hall de la planta 10ª, mientras
nos limpiaban las habitaciones, tenía el libro de poesías, Segunda Oscuridad,
de Andrés Trapiello, que me acababa de regalar mi hijo Gonzalo. Precioso título
lo de Segunda Oscuridad, referido a que en los sitios que no se conocen la
noche tiene una doble oscuridad.
Cada vez siento más afinidad entre lo que escribe
Andrés Trapiello y lo que siento. No había leído nada de su poesía, las
circunstancias han querido que llegasen al mismo tiempo dos de sus libros de
poesía: El Volador de Cometas y Segunda oscuridad. Este último es un prodigio
de sensibilidad, aunque destacaría, junto con la de Niños en la calleja, la de
las Tres gracias, Lilas fuera del tiempo, Gorriones del rastro. Y la de Mota de polvo, si hasta parece
que el último verso, "Andrés escribe: Andrés, mota de polvo" lo
hubiera escrito yo, más que nada porque me llamo Andrés, ya quisiera uno
escribir como lo hace Trapiello. Aunque me conformo con tener el inmenso
privilegio de sentir su poesía.
Gracias, muchísimas gracias Andrés Trapiello
por sentir tan bien, él repite siempre el dicho de Cervantes: Quien sabe sentir
sabe decir.
Pues
bien, al tener el libro en las manos no pude por menos que leerles en voz
alta la última poesía del libro: Niños en la calleja. "¿Verdad
que este camino no da miedo? Y por un momento nos creímos que el camino
que nos esperaba, a pesar de nuestra enfermedad, no daba miedo y así nos lo hicimos saber los
tres, por un momento no sentimos miedo sino una inmensa paz interior.
Andrés Gómez Ciriaco.
NIÑOS EN LA CALLEJA
Los oímos
llegar por la calleja,
pequeños, tres
o cuatro,
igual que los
corderos rezagados
cuando entra
la noche, entre dos luces.
La charla que
traían, las esquilas,
eran del mismo
cobre. Simulaban
acaso ser
adultos por lo serios
que venían
tratando sus ingenuos negocios.
Se creían a
salvo estando solos,
se creían
mejores caminando,
se creían
felices en lo desconocido.
Al llegar al
laurel que angosta y ensombrece
con sus verdes
más negros los portillos
se percibió su
duda. El más audaz,
de no más de
diez años, sacó pecho
y fingiendo
valor mandó seguir.
Podíamos oír
su aliento incluso
desde el viejo
jardín, y sin ser vistos
contuvimos
nuestra respiración
como hubiéramos
hecho ante lo esquivo
de un
silvestre animal o tal revelación
oída por azar
tras de una puerta.
Reemprendieron
la marcha, y el más chico,
el recental, fingiendo
indiferencia
como su capitán
fingió valor, le dijo:
«¿Verdad que
este camino no da miedo?».
Oímos que su
charla se alejaba
todavía más íntima.
El silencio volvió
a este oscuro
rincón de Extremadura
y leyendo
seguimos cada cual nuestro libro
o fingiendo
nosotros que leíamos,
exhaustas ya
las luces del crepúsculo.
A la primera
estrella fugaz que vea esta noche
le pediré eso
mismo: alguien que al lado,
cuando llegue
el momento de partir,
me asegure fingiendo
que el camino
no puede darme
miedo, y yo lo crea.
Última
poesía del libro Segunda Oscuridad
De
Andrés Trapiello