¡Cuántas sensaciones, cuántas emociones, cuantos reproches se pueden condensar ante una fotografía como ésta! Por cierto, cedida gentilmente por Juan Vicente Rosado y que se encuentra en los archivos de la Asociación Cultural El Bezudo.
Estaban todas las fuerzas vivas del pueblo, bueno, no todas, faltaban los maestros, debía ser verano y andarían de vacaciones, y faltaban las mujeres, como se puede observar, al menos, en los primeros planos, no aparece ninguna mujer, aunque ellas, sin duda, no estaban de vacaciones, y aunque no salgan en la foto, ellas si que eran las verdaderas y abnegadas fuerzas vivas, origen y sostén de nuestra generación y cuya principal misión era traer y criar hijos para mayor gloria de Dios y de la Patria.
Corría en año 1957, se inauguraba la colocación del nuevo pavimento de adoquines en la carretera, se quería emular las calles de París, con esos adoquines que podemos contemplar en los cuadros del pintor impresionista Pissarro, y que como dice la canción:
“Qué bonito es, que tras la lluvia del verano salga el sol, y el pavimento adquiera un brillo de charol”
Pero a tenor de los empolvados que estaban los zapatos de la mayoría de los que aparecen en la fotografía, nuestros adoquines eran más modestos, no tenían el lustre de los parisinos y no brillaban tantos como estos, pero, eso sí, eran mas auténticos, se conseguían de una forma artesanal modelando a mano las piedras obtenidas a base de barrenos que habían acabado con todas las peñas de la carretera, que por cierto eran muchas, pues por algo pertenecemos a la comarca, conocida en los libros de geografía de la época, cómo la de la penillanura trujillano-cacereña.
Había venido el Gobernador Civil de Cáceres, Don Licinio de la Fuente y de la Fuente, posteriormente ministro del Trabajo con Franco y fundador junto con Fraga y otros de Alianza Popular, llevaba puesto el atuendo oficial para éste tipo de celebraciones: la camisa azul de la Falange, la bandera que aparece en el centro era también de la Falange, la fotografía está hecha a la altura de la casa de mis padres y se puede observar en los balcones, del entonces, salón de baile, que mi madre había colocado, cómo mandaban los cánones de la Santa Madre Iglesia y el Glorioso Movimiento Nacional, los obligados mantones, más bien colchas, para celebraciones y fiestas importantes, fueran o no de guardar.
En la fotografía en primera línea y de izquierda a derecha aparecen:
Un niño, creo que es Manolo Canelada, a la sazón monaguillo, Don Abilio Rubio Neila, natural de Hervás, cura Párroco, en animada charla con el Obispo de Plasencia Juan Pedro -Zarranz y Pueyo, obispo navarro y que se rumoreaba entonces, que estaba apartado en Plasencia, y castigado a no estar en una diócesis mas importante, porque no comulgaba con las ideas de Franco, y que incluso, había tenido la valentía de haberse negado a que el Jefe de Estado entrase bajo palio en la catedral de Plasencia, a lado del Obispo y como mandaba el protocolo, el Gobernador Civil, Licinio de la Fuente y de la Fuente, a su lado, mi tío el alcalde: Vidal Gómez Vegas, tan campechano como siempre, llevando un cigarrillo en la mano, Don Antonio Juarros Juarros, Secretario de l Ayuntamiento, el Teniente de la Guardia Civil, que no recuerdo su nombre, actuaba cómo Comandante Jefe de Puesto, Juan Vicente Rosado Albarrán, muy elegante, debía hacerlo en su calidad de Concejal, hay una nota de ternura, sobre todo pensando en los tiempos que corrían, el Sargento de la guardia Civil lleva a un niño de la mano, creo que éste era el sargento que se parecía al actor Walter Matthau (ver entrada blog de fecha 27/10/2006).
En la segunda fila, quiero reconocer a Emilio Moreno, el de la Botica , a Ricardo, a Felipe de la Montaña, ambos empleados del ayuntamiento, escribientes se les llamaba entonces, a Críspulo Vegas, para mí ,Tío Críspulo, también iba muy elegante.
A los niños nos habían vestido con nuestras mejores galas, con el traje de primera comunión, a los que la habíamos hecho recientemente, cómo era mi caso, aunque como es sabido lo de ponerme el traje de primera comunión no pudo ser, (ver entrada en el blog de fecha 24 de octubre 2006)
Atrás habían quedado las peñas donde jugábamos, recuerdo especialmente una, la que estaba en frente de la puerta de La Palma, que la utilizábamos a modo de caballo, o a modo de moto, según tocase jugar en aquel momento y donde una vez me caí y me hice una pitera, léase brecha, pero que no le di la mayor importancia, me toqué, me salía sangre, ¿bueno y qué?, no pasaba nada, casi no me dolía, y si me dolía me aguantaba.
La Palma era un comercio de ultramarinos y coloniales que estaba atendido, ¿por quién iba a ser? por El Palmero, era dónde iban a comprar la gente más pobre del pueblo, donde se vendía bacalao cortado en la bacaladera, aquel utensilio de madera con aquel cuchillo tan grande, que con un golpe seco, dado con maestría por el Palmero, cortaba aquellos pequeños y miserables trozos, tan pequeños que servían para darles sabor y poco más, a una patatas con arroz, plato éste, que yo odiaba a muerte, me gustaba mucho el arroz y me gustaban mucho las patatas, sobre todos fritas, pero juntas con el arroz, nunca me han gustado.
Se vendía todo a granel, los garbanzos, el azúcar, el aceite, despachada por aquel artefacto, un émbolo hidráulico que a mi me gustaba, especialmente, cuando al darle vueltas a la manivela el aceite salía con fuerza.
Casi todas las tardes me gustaba ir de tertulia con el Palmero, hombre, por otro lado muy afable, le compraba las galletas sueltas, a veces sólo una, aquellas galletas María de Cuétara, que me sabían a gloria y no sé si realmente eran, o a mí me lo parecían, muchas mas gordas y ricas que las de ahora
También habían quedado atrás, las pesqueras que hacíamos cuando llovía y la carretera era todavía de tierra, aprovechando que el agua corría y hacia surcos, echábamos barquitos de papel y hacíamos montículos a modo de presa y nos imaginábamos, como en la preciosa canción de Serrat, que el surco de agua "era un río" y la pesquera "era el mar" y "navegar era jugar con el viento, era una sonrisa a tiempo, fugándose feliz de país en país, entre la escuela y mi casa, después el tiempo pasa y te olvidas de aquel barquito de papel".
Siempre que recuerdo lo de las pesqueras, no puedo evitar relacionarlo con una sensación de tristeza, motivada al observar, que cada año que pasaba, los compañeros de juego eran cada vez menos, se tenían que marchar y decir adiós a los rincones donde habían nacido y crecido, la mitad de los extremeños tuvieron, tuvimos, que emigrar en los gloriosos años, para algunos, del nacional-catolicismo.
Andrés Gómez Ciriaco