jueves, 3 de abril de 2008

Sol de membrillo

Jorge, sus guantes, su hermano y sus amigos

Después de la Fiesta de los Toros el pueblo recobraba su pulso normal, aunque volver a la normalidad se hacía muy cuesta arriba, sobre todo, cuando nada más terminar las fiestas había que volver a la escuela y se daba por acabado el mágico verano, dónde tanto habíamos disfrutado.

Según Rilke la patria de cada uno es la infancia, estoy totalmente de acuerdo con él y además añado que es en esos veranos donde se encuentra lo más bello de la infancia. Aunque, sin menospreciar a la sin par primavera, y ni mucho menos, a los primeros días del otoño con su sol de membrillo, incluso en el invierno había días que merecían la pena “Estos días azules y este sol de la infancia” como tenía apuntado en el papel encontrado en su gabán, el bueno de Don Antonio Machado, en los aciagos días del su exilio francés.

La vuelta al colegio suponía para mí la peor de las tragedias, y no tanto por el colegio en sí, sino más bien, por la pérdida de libertad que suponía el no poder jugar a todas horas como lo hacíamos durante el verano.

Jorge, mi vecinito, que tiene siete años, le decía el pasado Lunes de Gracia a mi mujer, Maribel, que era el peor día de su vida, pues se habían acabado las vacaciones de Semana Santa y al día siguiente se reanudarán las clases, y tendrá que coger el autobús de la ruta que le llevará al colegio. Y por la mañana, de nuevo le dirá, como casi todos los días, pues Maribel procura hacer coincidir su salida a trabajar con la hora en que llega el autobús a recogerlos para el cole, "de mayor quiere ser como Andrés, que está todavía durmiendo, mientras él tiene que estar tan temprano levantado, que no hay derecho".

No sabes querido Jorge como te comprendo, me he sentido reflejado en ti, y es que lo más parecido a la felicidad en este mundo es cuando los niños juegan, y sobre todo, si se disfruta tanto como tú lo haces jugando al fútbol con tu hermano Nacho, con Álvaro, con Alfonso, con Mario y con los otros tres hermanos vecinitos del portal de al lado, en vuestro particular campo de fútbol sala, de niños privilegiados, pues podéis jugar todos los días, aun viviendo en el centro de Madrid, cómo lo hacíamos nosotros, niños, y aunque de pueblo, también privilegiados, y eso que nosotros no teníamos un campo de fútbol, por no tener, ni siquiera teníamos balón, aunque por espacio no nos podíamos quejar, pues nuestro campo llegaba hasta Trujillo que está a cuarenta y siete kilómetros.

De todas formas el comienzo de este curso iba a ser mucho menos traumático, las clases de primero de Bachiller no comenzarían hasta octubre, en realidad no comenzaron hasta después de día de la Raza, el día 12 de octubre, así se le llamaba entonces a esta fiesta.

Periodo de entretiempo, cómo tanto le gustaba decir a mi madre, aunque ella lo decía refiriéndose a la ropa, pues bien, durante estos días donde la ropa no era ni de verano ni de invierno, era cuando más intensamente recuerdo haber vivido lo que era el pueblo y la naturaleza que lo rodeaba, era un tiempo recobrado, como si el verano se alargase y nos concediese una nueva oportunidad para seguir disfrutando con los juegos.

Era este un periodo en el que esperábamos impacientes la llegada de los libros de textos, pero a su vez esta tardanza en llegar era lo que hacia que las clases se retrasasen y tuviésemos más días de vacaciones.

Aprovechaba estos días sin apenas obligaciones para unirme a los monaguillos, aunque yo nunca lo fui, y subir con ellos al campanario y asistir en primera fila al toque de las campanas, que en aquellos tiempos todavía servían para comunicar eventos a través de sus sonidos. Había toques distintos, según fuese el acontecimiento: llamada a misa, al rosario, a la novena, toques de duelo, de dinde (cuando moría un niño), a rebato (cuando había fuego), a perdido, e incluso se quedaban mudas, cómo sucedía el Jueves Santo, a partir de las tres de la tarde cuando sus sonidos se sustituían por los de las carracas y las matracas.

El sonido que más imponía era el de duelo ¿quién se ha muerto? Era la pregunta que todo el mundo se hacía en cuanto se oía este toque. Cuenta mi amigo Tomás Tobías, alias “Peñato”, monaguillo de pro, y que todavía conserva ese espíritu de pillo que todo buen monaguillo que se precie debe tener, que cuando tocaban a duelo, los hermanos Barra, Teodoro y Guzmán, los herreros del pueblo, tíos de mi madre, cuya fragua estaba entonces junto a la iglesia, eran siempre los primeros en interesarse por la identidad de la persona por la que doblaban las campanas.

En una ocasión le preguntaron a su primo Antonio, que también era monaguillo y a él ¿Por quién doblan las campanas? A lo que ellos respondieron: Por uno que se ha muerto. Sí, pero ¿Quién se ha muerto? Volvieron a inquirir los dos hermanos al unísono, a lo que los monaguillos contestaron: Por el que doblan. Claro que esta pillería les duró lo que tardaron los dos hermanos Barra en ir al bar de Tomás, padre de Antonio y hermano de Luis, el padre de Tomás, que también se encontraba en el bar, y les contaron lo libertosos que eran sus hijos. El castigo fue el acostumbrado en estos casos, fulminante y ejemplarizante, delante de todos los parroquianos del bar recibieron el correspondiente lote de pescozones de sus respectivos padres.

De este tiempo ganado al reloj de las obligaciones, me vienen recuerdos de cuando jugaba con Marcelo Sierra, amigo inseparable de mi infancia, de cuando se nos pasaban las horas volando, conduciendo los mejores coches y camiones de la época, aunque los coches y camiones que nosotros conducíamos, no eran más que cimbras de madera apiladas junto a la pared de la trasera de la panadería de tío Críspulo, que el padre de Marcelo, tío Daniel, había dejado allí después de haber servido en la construcción de algún puente, y que al estar todas juntas, simulaban perfectamente la forma de un coche.

Pocos coches y motos había entonces en el pueblo. Recuerdo la Lambretta que se compró su padre de segunda mano, y en la que Marcelo y yo nos montábamos y simulábamos el ruido del motor, y en nuestra imaginación nos íbamos muy lejos, tan lejos, tan lejos que por lo menos llegábamos hasta el Parapuños. Que gozada, ya no echábamos en falta la peña de la carretera, la que nos servía de moto o caballo según tocase, teníamos una moto de verdad, con su manillar y sus preciosos cromados, su mullido asiento de goma y su protector para las manos, era un objeto precioso que me fascinaba.

En los días de vacaciones de Navidad o Semana Santa, venían todos los domingos y fiestas de guardar, los dueños de las fincas limítrofes al pueblo a oír misa. Los había que venían a caballo, como los dueños de la finca Las Sauceras, que eran una familia muy numerosa y solían venir montados cada uno en su caballo, a cuál más bonito, los más pequeños lo hacían en pony. El dueño de esta finca, que estaba a más de quince kilómetros del pueblo, era Don Enrique Sáenz de Tejada, alto directivo de la Unión y el Fénix, y que, según la rumorología infantil de la época, se decía que venía a su finca desde Madrid en avioneta; la verdad, es que yo no puedo dar fe de ésto, pues nunca vi la famosa avioneta.

Algunos venían a oír misa en tartana, como era el caso de los Ordóñez, que venían desde su finca del Baldío, que estaba a la mitad de distancia o menos que las Sauceras, aunque algunas veces no eran ellos los que venían a oír misa, sino que era el párroco del pueblo, Don Abilio, el que iba a decir misa a la capilla que tenían en su finca, para ello le mandaban también la tartana.

Otros venían a cumplir con el Santo Mandamiento de la Iglesia en coche, como era el caso de las dueñas del Barroso de Arriba, finca que, por cierto, explotaba mi padre a medias, un método muy extendido entonces: los dueños de la finca se llevaban la mitad de la cosecha en concepto de alquiler.

Las dueñas del Barroso eran dos hermanas muy mayores, que el día de mi primera comunión me regalaron una Virgen de la Montaña fosforescente. El yerno de una de ellas era notario en Fuente de Cantos. Un domingo vino con su coche a traerlas a misa, como el coche era un modelo que no habíamos visto nunca, todos los niños del pueblo que estábamos, como era nuestra obligación, en la iglesia, en un ejercicio de admiración a la tecnología de la época, nos pusimos alrededor de coche, pero el señor notario, que no dudo de que fuese un buen notario, pero con muy poca sensibilidad, nos apartó diciendo: ¡Fuera, niños parecéis de las Hurdes! ¿Qué pasa, es que no habéis visto nunca un coche?

La verdad es que muchos coches no habíamos visto, pero el suyo era una caca, señor circunspecto y gili....s notario de Fuente de Cantos, comparado con la avioneta de Don Enrique.
Si, nos parecíamos mucho a los niños de las Hurdes y a mucha honra, pues eran niños y extremeños como nosotros y algunos preciosos niños rubios.

El único problema de los niños de las Hurdes, como muy bien lo supo ver el doctor Marañón, era una cuestión sanitaria y de alimentación, cuando les dieron yodo y se alimentaron bien, se acabó el retraso y el cretinismo. A nosotros, entiendo que siguiendo las prescripciones del doctor Marañón, también nos dieron yodo.

Y los niños de las Hurdes, son hoy iguales a todos los niños, y todos los niños son iguales cuando nacen, no hay ninguna diferencia, y lo de gili...s también va dedicado a todos esos nacionalistas excluyentes que se creen superiores porque han nacido en la cara buena del mundo, necionalistas, que diría mi admirado Savater. Es más, estoy totalmente de acuerdo con Don Mario Vargas Llosa: El nacionalismo es la cultura de los incultos y con Don Miguel de Cervantes: Nadie es más que nadie, si no hace más que nadie.

Y aunque en aquella época admiraba mucho a los coches y a las motos y los caballos se espantaban cuando se cruzaban con algún vehículo, si hoy me dan a elegir entre una buena moto, un buen coche o un buen caballo, sin duda me quedo con un buen caballo, acompañado, a ser posible, por una tartana.

2 comentarios:

ONIFUR dijo...

Que lastima que la sabiduria pinte canas...Yo como tu tambien elijo el caballo.

Gracias por darnos otra bocanada de aires casi olvidados.

Saludos

Onifur

www.chiolina.@hotmail.com dijo...

Por muchas cosas buenas que haya vivido,al recordar cosas de mi infancia cuando te leo,pienso,que ha sido lo mejor Gracias amigo