Cosas dejadas en el tintero.
A lo largo de estos relatos de mi infancia de niño de un pueblo de derechas, se han quedado algunas cosas en el tintero, no sé si porque en su momento no las consideré importantes o porque las consideraba más intimas, lo cierto es que no salieron a la luz en su momento. Entonces tanto el pueblo como uno eran de derechas, ahora creo que nos hemos escorado un poco hacia la izquierda aunque no demasiado.
Entre las cosas dejadas en el tintero está mi primera confesión después de la primera comunión, cuando don Abilio me pedía a gritos que no dijese mis pecados en voz alta, que la confesión era una cosa privada entre el sacerdote y el pecador y que no debía enterarse nadie más, varias veces me conminó a que hablase en voz baja. Esto lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi infancia, me sentía tremendamente avergonzado por la reprimenda de Don Abilio, uno se acercaba al confesar con todos los miedos y temores imbuidos y no esperaba que el confesor le recriminase por decir los pecados en voz alta.
Pero ¿qué pecados puede tener un niño de siete años para que tenga que confesarlos? Don Abilio me acuso de haber dicho “peticos”. Así llamábamos a las palabrotas, el petico era como un pecado menor, un pecado que no llegaba ni siquiera a venial. Cuando llegó don Marcelo y nos dijo que el decir palabrotas no era pecado, estuvimos todos los chicos del pueblo diciéndolas a la menor ocasión que se nos presentaba e incluso sin venir a cuento.
Ahora la jerarquía eclesiástica quiere que los niños hagan la comunión a los siete años, con esta edad la hice yo, no sé exactamente qué es lo que persiguen, pero si les sirve mi experiencia les diré que a pesar de haber hecho la comunión a los siete años, hoy me considero liberado totalmente de mi pasado de creyente, ¡Ojo doña Esperanza Aguirre! liberado de libre, es decir un librepensador, nunca he tenido nada que ver con los liberados sindicales que tan poco le gustan a usted.
Otra de las cosas que se quedaron en el tintero fue como mi madre, con lo estricta y religiosa que era, consintió en ocultar a los parroquianos el resultado de una especie de porra dirigida. La porra estaba patrocinada por alguien que ahora no recuerdo, consistía en elegir el nombre de un equipo de fútbol entre los de primera y segunda división, tío Guzmán eligió al Extremadura. El premio no debía ser muy gordo, no sé cuatrocientas o quinientas pesetas, lo cierto es que no se terminó de completar el panel y nunca se llegó a dar el premio al ganador. El ganador era el que hubiese elegido al Real Madrid. Esto lo descubrí abriendo antes de tiempo, y contraviniendo las normas de la porra. Cuando yo le dije a mi madre que el ganador era el Real Madrid y que había que darle el premio, mi madre me dijo que me callase y no dijese nada pues la gente se había olvidado de la porra, y el premio era superior a lo recaudado, mi madre me dijo que se les devolvería el dinero aportado por cada uno pero sólo en el caso de que lo reclamasen.
Ahora que hablo del bar de mis padres me viene a la memoria el cargador que había para rellenar los mecheros de gasolina, era de color verde y funcionaba con una moneda de diez céntimos, una perra gorda, hace poco he leído el porqué se les llamaba a las monedas de cinco y diez céntimos de peseta perra chica y perra gorda, parece que la acuñación no fue muy afortunada y los leones que aparecían en las mismas se parecían más a una perra que a un león y de ahí su nombre.
En el bar de mis padres, había también una tabla pintada de color verde, el mismo verde que tenía el cargador de gasolina de los mecheros, con el texto en letra inglesa negra que decía: Prohibido el cante a coro en este establecimiento. Uno recuerda la gracia que le hizo a su hijo Javier el cartel, hasta el punto que se lo quedó para él. El cartel dejaba patente el espíritu individualista de mi familia, se podía cantar pero de uno en uno. Ahora me explico yo mi carácter tan poco gregario, cada vez que se pone el Paquito el Chocolatero me niego a participar en él. Igual me ocurre cuando se hacen las coreografía en las que todo el mundo tiene que hacer lo mismo, me niego a participar por sistema, a mí me gusta bailar a mi aire, como me dé a mi la gana, y no que todos tengamos que hacer lo mismo. Claro que a lo mejor no lo hago porque soy tan mal bailarín que soy incapaz de realizar los ejercicios que se demandan. En cualquier caso, sea por un motivo u otro, no me gusta los bailes en el que todo el mundo tiene que hacer lo mismo y moverse al mismo tiempo, mi espíritu ácrata no va con eso. Mi espiritu se acomoda mucho mejor a la canción la Mala reputación de Georges Brassens y que yo me la aprendí por boca de Paco Ibáñez.
El bar de mis padres fue uno de los primeros en tener televisión, entonces, con su único canal, la televisión sufría muchas interrupciones, cada dos por tres aparecía un cartel: Rogamos disculpen esta interrupción. Cuando no aparecía el cartelito de marras, era la imagen que subía o bajaba sin parar y había que detenerla, para ello había que dar a una rueda hacia la izquierda o hacia la derecha hasta conseguir detenerla y centrarla en la pantalla. Otras veces la imagen desaparecía inclinándose de izquierda a derecha o viceversa, para ello había otra ruedecita que la enderezaba. Uno de los encargados de esta misión de enderezar a la televisión era yo y había veces que ésta estaba realmente rebelde y no había forma de hacerla entrar en razón con el consiguiente enfado de los parroquianos, que entonces pedían que el enderezador fuera otro y solicitaban a algunas de mis hermanas la misión de domesticarla.
En el bar de mis padres se aprendían cosas, uno hacía las veces de camarero y junto a sus hermanas ayudaba en el bar, recuerdo que una tarde de domingo cuando todas las mesas se llenaban de señores jugando a las cartas, tío Críspulo (q.e.p.d.) me pidió que le trajese un orange, uno tímido de por si, en lugar de preguntar que qué era eso, trató de hacerse el olvidadizo y no llevarle nada. Al rato un poco enfadado tío Críspulo dijo: ¿Dónde está esa naranja que he pedido hacia media hora? Me sentí realmente aliviado, resulta que la naranja en refresco se la llamaba también orange, con razón suspendí el francés de segundo y tercero ¡Mira que no saber que naranja se dice orange en francés! lo que no sé yo es por qué tío Críspulo lo sabía sin haber estudiado francés.
La emisión de la televisión terminaba a las doce de la noche con el Alma se serena, en él se hacía una especie de meditación donde se recitaban poesías con música de fondo y paisajes bonitos. La manera que tenía mi alma de serenarse era salir a contemplar las estrellas, encaramado en la ancha acera que había delante del bar mientras contemplaba la bóveda celeste, sentía un inmenso placer, me estremecía y se me ponían los pelos de punta, cuando en medio del silencio me disponía a hacer, lo que hacía todas las noches, orinar sobre la calle.
Esto que puede parecer una chorrada, nunca mejor dicho, me marcó para siempre. Cuando estoy en campo abierto, sobre todo si es de noche, me entran ganas de regar la tierra y me siento como entonces al terminar la emisión del Alma se serena me estremezco y me invade una sensación de paz y libertad.
La mala reputación.
En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal.
Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y he aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer.
A lo largo de estos relatos de mi infancia de niño de un pueblo de derechas, se han quedado algunas cosas en el tintero, no sé si porque en su momento no las consideré importantes o porque las consideraba más intimas, lo cierto es que no salieron a la luz en su momento. Entonces tanto el pueblo como uno eran de derechas, ahora creo que nos hemos escorado un poco hacia la izquierda aunque no demasiado.
Entre las cosas dejadas en el tintero está mi primera confesión después de la primera comunión, cuando don Abilio me pedía a gritos que no dijese mis pecados en voz alta, que la confesión era una cosa privada entre el sacerdote y el pecador y que no debía enterarse nadie más, varias veces me conminó a que hablase en voz baja. Esto lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi infancia, me sentía tremendamente avergonzado por la reprimenda de Don Abilio, uno se acercaba al confesar con todos los miedos y temores imbuidos y no esperaba que el confesor le recriminase por decir los pecados en voz alta.
Pero ¿qué pecados puede tener un niño de siete años para que tenga que confesarlos? Don Abilio me acuso de haber dicho “peticos”. Así llamábamos a las palabrotas, el petico era como un pecado menor, un pecado que no llegaba ni siquiera a venial. Cuando llegó don Marcelo y nos dijo que el decir palabrotas no era pecado, estuvimos todos los chicos del pueblo diciéndolas a la menor ocasión que se nos presentaba e incluso sin venir a cuento.
Ahora la jerarquía eclesiástica quiere que los niños hagan la comunión a los siete años, con esta edad la hice yo, no sé exactamente qué es lo que persiguen, pero si les sirve mi experiencia les diré que a pesar de haber hecho la comunión a los siete años, hoy me considero liberado totalmente de mi pasado de creyente, ¡Ojo doña Esperanza Aguirre! liberado de libre, es decir un librepensador, nunca he tenido nada que ver con los liberados sindicales que tan poco le gustan a usted.
Otra de las cosas que se quedaron en el tintero fue como mi madre, con lo estricta y religiosa que era, consintió en ocultar a los parroquianos el resultado de una especie de porra dirigida. La porra estaba patrocinada por alguien que ahora no recuerdo, consistía en elegir el nombre de un equipo de fútbol entre los de primera y segunda división, tío Guzmán eligió al Extremadura. El premio no debía ser muy gordo, no sé cuatrocientas o quinientas pesetas, lo cierto es que no se terminó de completar el panel y nunca se llegó a dar el premio al ganador. El ganador era el que hubiese elegido al Real Madrid. Esto lo descubrí abriendo antes de tiempo, y contraviniendo las normas de la porra. Cuando yo le dije a mi madre que el ganador era el Real Madrid y que había que darle el premio, mi madre me dijo que me callase y no dijese nada pues la gente se había olvidado de la porra, y el premio era superior a lo recaudado, mi madre me dijo que se les devolvería el dinero aportado por cada uno pero sólo en el caso de que lo reclamasen.
Ahora que hablo del bar de mis padres me viene a la memoria el cargador que había para rellenar los mecheros de gasolina, era de color verde y funcionaba con una moneda de diez céntimos, una perra gorda, hace poco he leído el porqué se les llamaba a las monedas de cinco y diez céntimos de peseta perra chica y perra gorda, parece que la acuñación no fue muy afortunada y los leones que aparecían en las mismas se parecían más a una perra que a un león y de ahí su nombre.
En el bar de mis padres, había también una tabla pintada de color verde, el mismo verde que tenía el cargador de gasolina de los mecheros, con el texto en letra inglesa negra que decía: Prohibido el cante a coro en este establecimiento. Uno recuerda la gracia que le hizo a su hijo Javier el cartel, hasta el punto que se lo quedó para él. El cartel dejaba patente el espíritu individualista de mi familia, se podía cantar pero de uno en uno. Ahora me explico yo mi carácter tan poco gregario, cada vez que se pone el Paquito el Chocolatero me niego a participar en él. Igual me ocurre cuando se hacen las coreografía en las que todo el mundo tiene que hacer lo mismo, me niego a participar por sistema, a mí me gusta bailar a mi aire, como me dé a mi la gana, y no que todos tengamos que hacer lo mismo. Claro que a lo mejor no lo hago porque soy tan mal bailarín que soy incapaz de realizar los ejercicios que se demandan. En cualquier caso, sea por un motivo u otro, no me gusta los bailes en el que todo el mundo tiene que hacer lo mismo y moverse al mismo tiempo, mi espíritu ácrata no va con eso. Mi espiritu se acomoda mucho mejor a la canción la Mala reputación de Georges Brassens y que yo me la aprendí por boca de Paco Ibáñez.
El bar de mis padres fue uno de los primeros en tener televisión, entonces, con su único canal, la televisión sufría muchas interrupciones, cada dos por tres aparecía un cartel: Rogamos disculpen esta interrupción. Cuando no aparecía el cartelito de marras, era la imagen que subía o bajaba sin parar y había que detenerla, para ello había que dar a una rueda hacia la izquierda o hacia la derecha hasta conseguir detenerla y centrarla en la pantalla. Otras veces la imagen desaparecía inclinándose de izquierda a derecha o viceversa, para ello había otra ruedecita que la enderezaba. Uno de los encargados de esta misión de enderezar a la televisión era yo y había veces que ésta estaba realmente rebelde y no había forma de hacerla entrar en razón con el consiguiente enfado de los parroquianos, que entonces pedían que el enderezador fuera otro y solicitaban a algunas de mis hermanas la misión de domesticarla.
En el bar de mis padres se aprendían cosas, uno hacía las veces de camarero y junto a sus hermanas ayudaba en el bar, recuerdo que una tarde de domingo cuando todas las mesas se llenaban de señores jugando a las cartas, tío Críspulo (q.e.p.d.) me pidió que le trajese un orange, uno tímido de por si, en lugar de preguntar que qué era eso, trató de hacerse el olvidadizo y no llevarle nada. Al rato un poco enfadado tío Críspulo dijo: ¿Dónde está esa naranja que he pedido hacia media hora? Me sentí realmente aliviado, resulta que la naranja en refresco se la llamaba también orange, con razón suspendí el francés de segundo y tercero ¡Mira que no saber que naranja se dice orange en francés! lo que no sé yo es por qué tío Críspulo lo sabía sin haber estudiado francés.
La emisión de la televisión terminaba a las doce de la noche con el Alma se serena, en él se hacía una especie de meditación donde se recitaban poesías con música de fondo y paisajes bonitos. La manera que tenía mi alma de serenarse era salir a contemplar las estrellas, encaramado en la ancha acera que había delante del bar mientras contemplaba la bóveda celeste, sentía un inmenso placer, me estremecía y se me ponían los pelos de punta, cuando en medio del silencio me disponía a hacer, lo que hacía todas las noches, orinar sobre la calle.
Esto que puede parecer una chorrada, nunca mejor dicho, me marcó para siempre. Cuando estoy en campo abierto, sobre todo si es de noche, me entran ganas de regar la tierra y me siento como entonces al terminar la emisión del Alma se serena me estremezco y me invade una sensación de paz y libertad.
La mala reputación.
En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal.
Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y he aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer.
A pesar de que no arme ningún lío
Porque no va a Roma el camino mío
No, a le gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Tras de mí todos a ladrar
Salvo los mudos es de pensar.
5 comentarios:
Me vienen a la mente mis primeras
confesiones,a nosotras nos decían
lo que teníamos que confesar, era
increíble, debíamos contarle al cura
cosas que yo personalmente no hacia.
Tarde bastante tiempo en darme cuenta
que le estaba mintiendo.
Ahora soy como tu,aconfesional,li-
brepensadora y de izquierdas.
Maravillosa cancion,si la encuentro en You Tube la colgare en el blog DOREMI...BEZUDO como homenaje a todos los acratas de mi pueblo.Gracias por ser un librepensador...haces que uno no se sienta tan solo.
Onifur
Hola Piezarza
Muy interesantes tus relatos que sigo con interés, tanto por sentirme identificado con la época, como por tener recuerdos de los nombres de las personas que menciona, ya que pasé mi niñez en Las Trinidades y mi familia tenía mucha relación con Monroy y su gente.
Referente al “prohibir el cante a coro” en el bar, creo que tenía su fundamento, pues en mi pueblo (creo que ahí era igual), por aquellos años existía la costumbre/diversión, de reunirse los amigos e ir por los bares, donde frente a una botella de vino (pagada a “escote”), “amenizaban” la consumición con todos el grupo cantando a pleno pulmón. Tanto por falta de idoneidad y/o vino ingerido, esta algarabía no resultaba agradable ni para el tabernero, clientela ni vecindario.
Un saludo
Sixto Rivas
Hola Sixto, muchas gracias por tus amables palabras. Efectivamente el motivo de la prohibición se debe a lo que dices, pero creo que se debía haber puesto: Prohibido cantar mal, ya que el cante a coro si se hace bien es una de las cosas más agradable de oir, verbigracia: el canto gregoriano.
Saludos cordiales
Monroyegos que estén fuera o dentro del pueblo, les deseo una feliz Navidad y próspero año nuevo. Agueda Valle.
P.D.: Os recuerdo a través de mi nieto.
Publicar un comentario