Uno es de humilde cuna, tan
humilde que la suya y la de sus seis hermanos, fueron dos butacas de mimbre
puestas una frente a otra.
Pero ser de humilde cuna no quiere decir que no se sea de una buena
cuna y lo prueba el hecho de que las
butacas debían ser de un excelente mimbre, pues soportaron a siete niños
durante veinte años que son los que se llevan mi hermana Puri y mi hermano
Miguel Ángel.
Uno se puede preguntar por qué nunca mis padres compraron
una cuna y sin embargo tuviésemos niñera, puede parecer chocante, pero no lo
era tanto en esos tiempos de miseria y carencias, la mano de obra era tan
barata que costaba más comprar una cuna que pagar a una niñera.
Y el ser de humilde cuna tampoco
incapacita para la felicidad, yo me recuerdo muy feliz en mi pueblo jugando a
todo lo que se nos ponía por delante y sin las precauciones que se toman hoy.
Por supuesto que había riesgos, pero qué es la vida sino un riesgo
permanente, que indefectiblemente acaba siempre en la muerte. Y uno como Sócrates al despedirse de sus alumnos,
no sabe que es mejor si vivir o morir. “Debemos irnos ahora, yo a morir, tú a
vivir. Qué es mejor. Sólo el dios sabe” Que es lo mismo que decir que nadie lo
sabe. (La cita de Sócrates tomada del blog de Andrés Trapiello)..
Uno llega a pensar en algunos
momentos, no siempre, que es preferible
correr algún riesgo y pasarlo bien, que estar permanentemente preocupado y
constreñido en aras de la seguridad, si hay que morirse pues se muere uno y ya
está.
Entre los riesgos que corríamos en
el pueblo recuerdo uno que estuvo a punto de ocasionarme la muerte fue cuando
me quedé materialmente pegado a los cables, cordones de la luz, se decía en
Monroy, jugando a ser electricista subido en
la reja de una ventana de la casa de la Calle Nueva que hoy es de mi
prima Pupe.
Aquellos cables estaban
revestidos de un material que no
aguantaba la intemperie, estaban pelados y al alcance de los niños, toqué los
dos cables a la vez, la corriente entonces era de 125 Voltios, mis manos se quedaron materialmente pegadas
una a cada cable, por todo mi cuerpo
pasó la corriente eléctrica, era incapaz de soltarme, me sentía atrapado,
alguien intento separarme y le dio a él
también la descarga eléctrica, a final después de un gran susto y con los cabellos de punta, no sé cómo
logré desengancharme.
Los chicos nos peleábamos
continuamente, pero al momento estaba olvidada la pelea y nos reconciliábamos,
se organizaban pedreas entre bandas rivales los de arriba contra los de abajo,
los de arriba eran los de la Calle Nueva, los de abajo éramos los de la
carretera.
Una vez en unas de estas peleas me pusieron un ojo a la virulé, y por eso
en la fotografía del primer carné de familia numerosa aparezco de perfil para
que no se me viese el ojo morado.
Hay otra fotografía de ese mismo
día, donde aparezco de frente y con el ojo morado, no es que por entonces uno estuviese casi todos
los días haciéndose fotografías como ocurre ahora, sino que aprovechando que en
la boda de mi primo Jesús con Teresa (q.e.p.d) había fotógrafo nos hicimos la
foto de familia numerosa.
Las reconciliaciones son un acto de generosidad por parte
de los implicados, y yo me sentía alegre cuando estaba a bien con todo el
mundo. Recuerdo especialmente la reconciliación con Iñaqui, el hijo pequeño del
teniente de la Guardia Civil, nos habíamos peleado no sé muy bien por qué, pero
si recuerdo la aproximación que hicimos para limar asperezas, me acerqué y le
dije que me gustaba mucho su corte de pelo,
él me preguntó por mi viaje a la
boda en Madrid, en ese momento los dos nos sentimos y así nos lo hicimos saber,
contentos, reconfortados y amigos para
siempre.
Uno de los más belicosos era
Tomás Peñato, claro que era monaguillo y eso imprimía carácter, entre
las muchas anécdotas que cuenta Tomás, algunas ya las hemos contado en este
blog, está la del campanario cuando
algunos monaguillos hicieron sus
deposiciones en un periódico y nos se les ocurrió mejor manera para deshacerse
de la olorosa carga que arrojarla al vacío, la casualidad quiso que le cayese
encima a Andrés Vega que pasaba por
allí. Este montó en cólera y con su acostumbrado deslenguado decir se acordó de todo lo habido y por haber, de
todo lo divino y humano que se le vino a la cabeza. Don Abilio, el cura
párroco, intentaba hacerle creer que aquello era cosa de las cigüeñas, pero él
con una lógica aplastante, le decía que aquello no era de las cigüeñas que
aquello no solo parecía y olía, sino que era mismamente mierda natural. La de las cigüeñas según el parecer del
ínclito Andrés Castuera no era natural.
Andrés Vega era primo hermano de
mi padre, tenía un pronto
incontrolable, aunque en el fondo era una buena persona, se le iba la fuerza
por la boca. Vendía pan en su casa de la plaza, el pan se horneaba y también se
vendía en la panadería de su hijo Críspulo en la carretera. Cuando alguien se
quejaba de que el pan no era reciente, que era del día anterior, éste les decía
que eso no era cierto, pero de todas formas les recriminaba y les decía en voz alta que qué se habían creído, si
toda la vida habían estado comiendo pan
que hacía una semana que estaba
horneado y ahora se habían vuelto tan finos y escrupulosos.
Andrés era la antitesis de su
mujer, contrastaba su carácter con la
dulzura y las buenas maneras de Teodora.
Cuenta también Tomás, que en
clase de Don Juan Casares un día dando la lección, no estoy muy seguro de sí
era a Dionisio Mohedas o a su hermano
Vicente, le intentaba meter en la cabeza el maestro que la tierra era redonda.
Resulta que Don Juan Casares no pronunciaba la erre, y decía repite conmigo: La tiega es guedonda,
y Dionisio muy obediente repitió: La tiega es guedonda. Os podéis
imaginar lo que le ocurrió al pobre Dionisio, teniendo en cuenta, que Don Juan
Casares tenía fama de tener la mano muy suelta
y una vara muy larga.
Una noche del caluroso verano de Monroy, estando en la plaza sentado
en la terraza del Casino, mi hermano Vicente se admiraba de la destreza, la
elegancia y el desparpajo con que los gatos andaban por las cornisas y por los
aleros de los tejados.
Tomás Tobías, extrañado, le respondió que no entendía tanta
admiración pues de toda la vida de Dios
los gatos habían andado así por los tejados.
Virtudes, la mujer de Tomás, estuvo padeciendo bastante tiempo por un
espolón (callo interno) que le había salido en la planta de los pies, un día mi
hermano Vicente le preguntó: ¿Virtudes cómo andas con los piedinos? E
inmediatamente mi hermano cayó en la cuenta de que no había otra manera de
andar que no fuera con los pies y le dio la risa floja y ahora cada vez que ve
a Virtudes le espeta: ¿Virtudes como andas? Y el mismo se responde: con
los piedinos.
Y a propósito de gatos, hay un refrán extremeño que dice:
¿Cuál es el
sitio más fresco de la aldea? Donde el cura se pasea
¿Cuál es el
sitio mas caliente de la casa? Donde el gato descansa.
Por tanto de todo lo anterior se infiere que los curas y los gatos son los seres más sensatos
Andrés Gómez Ciriaco
(Esta entrada fue publicada en el blog el 18 de julio de 2011, los duendes de internet la hicieron desaparecer)
3 comentarios:
Hola Andres:Te sugiero que hagas una
recpilación de tu blog en un libro y
lo publiques.Creo que merece la pena
y tendria mucho exito.
Muchas gracias, quizás algún día se publiquen, pero mientras tanto me conformo con rtener kectoras tan amables como tú.
Siento una gran felicidad al leer todo lo que escribes sobre tus vivencias en nuestro querido pueblo,sólo me queda decirte, muchas gracias, paisano
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