Siempre me han gustado las fiestas, no es de extrañar, ya, que nací un día de fiesta, por eso creo que me gustan tanto las Navidades, porque las asocio con las vacaciones, con la libertad de no tener que ir al colegio.
Todas las Navidades mi madre me mandaba llevar a los pobres, con los que ella tenía relación, una botella de aceite y unos trozos de jabón, que ella misma elaboraba con aceite usado y sosa, y esta gente humilde, me daba propina, una peseta de las de aquellas de papel, que yo me las metía dentro de los zapatos para que no me las descubriesen, y que como eran de papel, en más de una ocasión terminaban tan ajadas, que casi no servían para el curso legal.
¿Cuánto valía una peseta? Pues para hacernos una idea de lo que valía entonces una peseta, os cuento, mi padrino Diego el vinatero de Valdefuentes, cada vez que venía al pueblo a traer el vino a los bares, que solía ser cada quince días, siempre me daba un duro, un duro de aquellos, que era tan grande como las monedas que hubo posteriormente de plata de cien pesetas, casi siempre me lo daba cuando llegaba a mi casa a dejar el vino y yo se lo daba a mi madre,que lo guardaba en una hucha negra que daba la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres, para que una vez llena, se ingresase en una cartilla, era la forma que había entonces de fomentar el ahorro.
Pues bien, un día que yo estaba con mis amigos en la plaza, mi padrino me dio el consabido duro, y como no me veía mi madre, me fui a casa de Tía Piedad, que era la pipera del pueblo, e invité a todos mis amigos a pipas, y además compré una cantidad enorme de mixtos peorreras, así llamábamos a unas tiras de cartón que tenían unas especies de uñas pequeñas de color rojo, que cuando lo restregábamos sobre las piedras chisporreteaban y hacían ruido, estuvimos mucho tiempo echando mixtos por todo el pueblo.
Entonces las pipas se vendían a granel, había dos medidas para despacharlas, eran dos cubas de madera, la más pequeña costaba cinco céntimos, es decir una perra chica y las más grande diez céntimos o perra gorda, los cigarros de anís contaban un real, y picaban como demonios.
Pero la sorpresa vino a día siguiente, al llegar de la escuela, mi madre me estaba esperando para regañarme, me llamó sinvergüenza, derrochón y no sé cuantas cosas más, resulta, que Tía Piedad había ido a mi casa a devolverle a mi madre tres pesetas, del duro que yo había intentado gastarme con mis amigos, pero, que al parecer no fui capaz de conseguirlo.
Era también por Navidades cuando se hacía la recolección de la aceituna, y mi primo Vidal, Eustasio Collazos (q.e.p.d.), José Manuel García, su primo Ramón Pedro, y yo nos pasábamos casi todo el día en la prensa, así llamábamos a la almazara, donde se molturaba la aceituna, donde se obtenía aceite para todo el año, la almazara estaba constituida en régimen de cooperativa, y la llevaban José (q.e.p.d) y Jeromín, dos hermanos con los que teníamos muy buena relación, pues su padre Tío Sérvulo y mi padre compartían la propiedad de unas doscientas ovejas a las que cuidaba un mismo pastor, Rufino, hombre bastante apuesto, que como casi todos los del pueblo, terminó emigrando al País Vasco.
En la almazara jugábamos subiéndonos por las paredes de las trojes, así se llamaban los compartimentos donde cada uno echaba las aceitunas de su propiedad y que estaban numeradas, de manera que luego a la hora de molturarlas cada uno recibiese el aceite que le correspondía.
El problema era, que hasta que no se recogían todas las aceitunas, no se empezaba a obtener el aceite, y esto hacía que las aceitunas fermentaran y el aceite saliera con mucha acidez.
Afortunadamente, ahora, parece ser que el aceite se va obteniendo a medida que se va recolectando, aunque ya no se hace en las almazaras del pueblo, se lleva a pueblos de alrededor, los olivos, al ser de secano, la producción es escasa y yo diría que ruinosa en cuanto a rendimiento, pero es excelente en cuanto a calidad. ¡Ah! en mi pueblo donde están plantados lo olivos, no se les llama olivares, se les llama viñas, bueno, nosotros no somos sólos los raros, en un anuncio de un yogur, dicen en televisión que contiene trozos de melocotón de viña.
La cena de Navidad era especial, sobre todo por el postre, nos daban una naranja entera para cada uno, los demás días nos teníamos que conformar con tres gajos, piernas decíamos, nos comíamos hasta la parte que se queda pegada entre la cáscara y la pulpa, el corezo lo llamábamos, y encima el día de Nochebuena había además mazapán y turrón, ¡qué derroche!.
Luego a la misa del gallo, la misa era entonces como Dios manda, a las doce de la noche.
Todas las Navidades mi madre me mandaba llevar a los pobres, con los que ella tenía relación, una botella de aceite y unos trozos de jabón, que ella misma elaboraba con aceite usado y sosa, y esta gente humilde, me daba propina, una peseta de las de aquellas de papel, que yo me las metía dentro de los zapatos para que no me las descubriesen, y que como eran de papel, en más de una ocasión terminaban tan ajadas, que casi no servían para el curso legal.
¿Cuánto valía una peseta? Pues para hacernos una idea de lo que valía entonces una peseta, os cuento, mi padrino Diego el vinatero de Valdefuentes, cada vez que venía al pueblo a traer el vino a los bares, que solía ser cada quince días, siempre me daba un duro, un duro de aquellos, que era tan grande como las monedas que hubo posteriormente de plata de cien pesetas, casi siempre me lo daba cuando llegaba a mi casa a dejar el vino y yo se lo daba a mi madre,que lo guardaba en una hucha negra que daba la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres, para que una vez llena, se ingresase en una cartilla, era la forma que había entonces de fomentar el ahorro.
Pues bien, un día que yo estaba con mis amigos en la plaza, mi padrino me dio el consabido duro, y como no me veía mi madre, me fui a casa de Tía Piedad, que era la pipera del pueblo, e invité a todos mis amigos a pipas, y además compré una cantidad enorme de mixtos peorreras, así llamábamos a unas tiras de cartón que tenían unas especies de uñas pequeñas de color rojo, que cuando lo restregábamos sobre las piedras chisporreteaban y hacían ruido, estuvimos mucho tiempo echando mixtos por todo el pueblo.
Entonces las pipas se vendían a granel, había dos medidas para despacharlas, eran dos cubas de madera, la más pequeña costaba cinco céntimos, es decir una perra chica y las más grande diez céntimos o perra gorda, los cigarros de anís contaban un real, y picaban como demonios.
Pero la sorpresa vino a día siguiente, al llegar de la escuela, mi madre me estaba esperando para regañarme, me llamó sinvergüenza, derrochón y no sé cuantas cosas más, resulta, que Tía Piedad había ido a mi casa a devolverle a mi madre tres pesetas, del duro que yo había intentado gastarme con mis amigos, pero, que al parecer no fui capaz de conseguirlo.
Era también por Navidades cuando se hacía la recolección de la aceituna, y mi primo Vidal, Eustasio Collazos (q.e.p.d.), José Manuel García, su primo Ramón Pedro, y yo nos pasábamos casi todo el día en la prensa, así llamábamos a la almazara, donde se molturaba la aceituna, donde se obtenía aceite para todo el año, la almazara estaba constituida en régimen de cooperativa, y la llevaban José (q.e.p.d) y Jeromín, dos hermanos con los que teníamos muy buena relación, pues su padre Tío Sérvulo y mi padre compartían la propiedad de unas doscientas ovejas a las que cuidaba un mismo pastor, Rufino, hombre bastante apuesto, que como casi todos los del pueblo, terminó emigrando al País Vasco.
En la almazara jugábamos subiéndonos por las paredes de las trojes, así se llamaban los compartimentos donde cada uno echaba las aceitunas de su propiedad y que estaban numeradas, de manera que luego a la hora de molturarlas cada uno recibiese el aceite que le correspondía.
El problema era, que hasta que no se recogían todas las aceitunas, no se empezaba a obtener el aceite, y esto hacía que las aceitunas fermentaran y el aceite saliera con mucha acidez.
Afortunadamente, ahora, parece ser que el aceite se va obteniendo a medida que se va recolectando, aunque ya no se hace en las almazaras del pueblo, se lleva a pueblos de alrededor, los olivos, al ser de secano, la producción es escasa y yo diría que ruinosa en cuanto a rendimiento, pero es excelente en cuanto a calidad. ¡Ah! en mi pueblo donde están plantados lo olivos, no se les llama olivares, se les llama viñas, bueno, nosotros no somos sólos los raros, en un anuncio de un yogur, dicen en televisión que contiene trozos de melocotón de viña.
La cena de Navidad era especial, sobre todo por el postre, nos daban una naranja entera para cada uno, los demás días nos teníamos que conformar con tres gajos, piernas decíamos, nos comíamos hasta la parte que se queda pegada entre la cáscara y la pulpa, el corezo lo llamábamos, y encima el día de Nochebuena había además mazapán y turrón, ¡qué derroche!.
Luego a la misa del gallo, la misa era entonces como Dios manda, a las doce de la noche.
Misa del gallo en sonoro
con villancicos cantados
por las chicas desde el coro
siempre por mí recordados
¡nunca olvidaré sus tonos!
Las mañanas de las vacaciones de Navidad nos la pasábamos jugando en la prensa, algunas tardes llevábamos un trozo de pan que nos lo freían en el aceite recién salido, y de allí a la dehesa a jugar al fútbol, recuerdo con especial agrado una tarde de final de año, que estábamos jugando, yo, como casi siempre de portero, las porterías estaban marcadas con dos piedras, y además solíamos poner todas las chaquetas de los que jugábamos encima de las piedras de modo que quedaran mejor señalizadas las porterías.
Es curioso teníamos chaqueta pero con pantalón corto, cosa que no he comprendido nunca, entiendo que el pantalón corto es una prenda muy útil para el verano, pero en invierno con el frío que hace en Extremadura, no era la prenda mas apropiada, hasta que no cumplíamos los doce o trece años no nos ponían pantalón largo, esa era la costumbre y por mucho que protestásemos nada ni caso, pantalón corto y las tiernas piernas sin abrigo en el duro invierno.
Era el último día del año, estábamos jugando en la dehesa boyal que era donde estaban todos los animales del pueblo, allí estaba la vaca de Vicentino, que tenia fama de que seguía, eso decíamos nosotros a los animales que eran bravos, que seguían y vaya que si me siguió, no se me ocurrió otra cosa que coger unas de las chaquetas de pana que estaban en la portería, creo que era la de Manolo Vegas, y me fui hacia la vaca y la cité, la vaca se abalanzó sobre mi y me seguía y me seguía, me siguió hasta que me caí o me tiré, no lo sé muy bien, y allí en el suelo me dio dos o tres testarazos, pero no debió ser de mucha consideración la cogida, porque, después de la misma recuerdo que me dio gran alegría, el saber por boca de los mayores que jugaban con nosotros al fútbol, que el último noche del año era la Noche Vieja, y al día siguiente era Año Nuevo, y también era fiesta, y aún quedaba una fiesta más, la del día de Reyes, esto me hizo olvidarme rápidamente de la cogida, que por cierto, ya era la segunda de mi corta vida, debía tener entonces seis o siete años.
con villancicos cantados
por las chicas desde el coro
siempre por mí recordados
¡nunca olvidaré sus tonos!
Las mañanas de las vacaciones de Navidad nos la pasábamos jugando en la prensa, algunas tardes llevábamos un trozo de pan que nos lo freían en el aceite recién salido, y de allí a la dehesa a jugar al fútbol, recuerdo con especial agrado una tarde de final de año, que estábamos jugando, yo, como casi siempre de portero, las porterías estaban marcadas con dos piedras, y además solíamos poner todas las chaquetas de los que jugábamos encima de las piedras de modo que quedaran mejor señalizadas las porterías.
Es curioso teníamos chaqueta pero con pantalón corto, cosa que no he comprendido nunca, entiendo que el pantalón corto es una prenda muy útil para el verano, pero en invierno con el frío que hace en Extremadura, no era la prenda mas apropiada, hasta que no cumplíamos los doce o trece años no nos ponían pantalón largo, esa era la costumbre y por mucho que protestásemos nada ni caso, pantalón corto y las tiernas piernas sin abrigo en el duro invierno.
Era el último día del año, estábamos jugando en la dehesa boyal que era donde estaban todos los animales del pueblo, allí estaba la vaca de Vicentino, que tenia fama de que seguía, eso decíamos nosotros a los animales que eran bravos, que seguían y vaya que si me siguió, no se me ocurrió otra cosa que coger unas de las chaquetas de pana que estaban en la portería, creo que era la de Manolo Vegas, y me fui hacia la vaca y la cité, la vaca se abalanzó sobre mi y me seguía y me seguía, me siguió hasta que me caí o me tiré, no lo sé muy bien, y allí en el suelo me dio dos o tres testarazos, pero no debió ser de mucha consideración la cogida, porque, después de la misma recuerdo que me dio gran alegría, el saber por boca de los mayores que jugaban con nosotros al fútbol, que el último noche del año era la Noche Vieja, y al día siguiente era Año Nuevo, y también era fiesta, y aún quedaba una fiesta más, la del día de Reyes, esto me hizo olvidarme rápidamente de la cogida, que por cierto, ya era la segunda de mi corta vida, debía tener entonces seis o siete años.
¡Qué bien, cuántas fiestas, vivan las vacaciones, viva la Navidad!
1 comentario:
Me ha gustado mucho esta prosa igual que muchas otras tuyas. espero que nos sigas emocionando con tus recuerdos que refrescan la memoria a todos.
FELIZ 2007 A TODOS LOS MONROYEGOS DE LA ASOCIACIÓN EL BEZUDO.
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