Llevo bastante tiempo sin escribir en este blog y uno no sabe muy bien el porqué. He de confesar que me siento especialmente bien cuando escribo y trato de contar mis vivencias de niño de pueblo. Mientras escribo el tiempo se me pasa volando y, además, me siento reconocido y halagado por las muestras de cariño que me llegan de la gente amable que entra a leer estas modestas reflexiones.
Puede ser que como está llegando a su término el contar la etapa de mi vida en Monroy, no quiero que esto se produzca, y quizás sea esta la principal causa, que mi subconsciente se resista a hacer, lo que ahora mismo estoy haciendo, escribir sobre la página en blanco y ponerme a contar mis historietas de abuelo Porretas, cosa, que por otro lado, modestamente es lo que pretendo, contar las vivencias de un abuelo a su nieto.
Y no porque considere que mi vida sea más interesante que la de otros, lo que sí han sido más interesantes y sobre todo cambiantes, son las circunstancias que me han tocado vivir, todos los de nuestra generación hemos vivido el cambio tan espectacular que se ha producido en los últimos cincuenta años en el mundo en general y el mundo rural en particular.
Por otro lado, solamente conocí a mi abuelo materno, Miguel, del que supe de algunas de sus experiencias de viva voz, aunque tampoco se prodigó mucho. De mis abuelos paternos prácticamente no sé nada. Muchas veces he pensado que si mis abuelos, o mis abuelas, y cito a mis abuelas no por parecer políticamente correcto, sino porque soy un convencido defensor de la mujer, se hubieran dignado escribir sus experiencias me hubiera interesado vivamente en ellas, sobre todo para conocer su postura ante la vida, sus peripecias personales y su relación con el entorno y su tiempo.
Pensando en ti, querido Mario, por ahora el único nieto que tengo, y en los que puedan venir, auque en los tiempos que corren está muy caro eso de tener nietos, es el principal motivo por lo que escribo este blog. Espero que alguna vez y en alguna ocasión a ti te gustará, mi querido y cariñoso Mario saber lo que pensaba tu abuelo de la vida y sobre todos de las personas.
Leyendo las memorias de León Tolstói sobre su infancia y adolescencia viendo lo cariñoso que era, que besaba a todo el mundo y fundamentalmente a las personas de su servidumbre, lo he relacionado contigo, pues era tan besucón y cariñoso como lo eres tú. Ojalá llegues a parecerte al gran Tolstói, no ya el ser un gran escritor, sino, en lo que es más importante, en ser una gran persona. Yo creo Mario, que estás en el camino y si sigues así, sin duda, serás una buena persona.
Y de mi nieto a mi padre, unas de las buenas cosas que mi madre nos inculcó fue el dar las buenas noches cuando nos íbamos a dormir, recuerdo como íbamos todos uno detrás de otro en fila y por orden de nacimiento a dar las buenas noches a mi padre que estaba en el bar y me agradaba, especialmente, el olor que desprendía y la suavidad de la cara de mi padre cuando estaba recién afeitado.
Entonces los hombres no se afeitaban ellos, sino, que lo hacían en la barbería, o en el caso de algunos privilegiados, como mi abuelo Miguel, venían a afeitarle a casa una vez a la semana. Recuerdo ver a José y a Paco, hijos respectivamente del Señor Gregorio y del Señor Juan, los dueños de las dos peluquerías que había en el pueblo, cuando venían a afeitar a mi abuelo, y como afilaban la navaja en el asentador de cuero y como enjabonaban bien enjabonada la cara de mi abuelo con aquel jabón cilíndrico tan blanco y como limpiaban la navaja en recortes de hojas de periódicos. Cuando la navaja hacía algún pequeño corte en la cara se ponía un trozo de papel de fumar para parar la sangre.
Hablando de mi padre, recuerdo cuando se producían las conversaciones en la barra del bar, yo esperaba que él fuese el que tuviese la razón, que fuera el que mejor se expresara, y el que más sabía de todos los que estaban alrededor de la barra del bar, él estaba en un plano un poco más alto que los parroquianos, ya que estaba subido sobre el entablado que se ponía en el lado de dentro del mostrador.
Por supuesto no siempre era así, por mucha admiración que uno tenga por su padre a determinada edad, yo me daba cuenta que mi padre permanecía callado mucho más tiempo del que hablaba, cosa que ahora lo considero como una virtud y no como un defecto, pues sabía escuchar y lo que también con el tiempo he observado que mi padre tenía espíritu crítico y sentido del humor, pues se reía de si mismo.
Mi padre contaba que cuando estaba en intendencia con el camión para repartir víveres a los que estaban en el frente en el lado Nacional, en la única ocasión que la aviación republicana bombardeó la zona por donde se movía se tiró al suelo y el miedo le hacía intentar esconder la cabeza en la tierra, de tal forma que se hizo sangre en la nariz.
Contaba como vino rico de la guerra a costa de hacer estraperlo con las provisiones que se quedaban, el que parte y reparte se queda con la mejor parte, sobre todo traficaban con el café, él admitía que eso no estaba bien, pero que se vio impelido a hacerlo porque así se lo ordenaban sus jefes, él como soldado de confianza del capitán era el encargado de hacer las transacciones y a cambio recibía una parte de lo recaudado.
Con el dinero que trajo de la guerra se compró una camioneta de segunda o quizás tercera mano, y compartió la aventura con su hermano Vidal, trataban de hacer una empresa de transporte, pero ninguno de los dos tenía carné de conducir y contrataron a un chofer, y claro está, una sola y destartalada camioneta no daba para pagar a tanta gente y el negocio se vino abajo.
Cuando hablaba de la guerra, aunque a él le fue bastante bien en ella, reconocía que todas las guerras, y la guerra civil en particular, eran una verdadera calamidad, decía que la gente en su mayoría se había visto involucrada en ella no por ideología, sino que le había tocado en un bando o en el otro, en función de donde vivían. Nunca le vi mostrar odio con los vencidos de la guerra, al contrario, criticaba sin ambages a los que ejecutaron a la gente del pueblo que era considerada de izquierda, decía que eran verdaderos asesinatos, y se negaba a llamarlos, como se hacía eufemísticamente, purgas o paseos.
Incluso le gustaba escuchar por las noches a la famosa Radio Pirenaica, aquella emisora que tenía aquellos característicos pitidos que se producían a sintonizar la radio por onda corta, y aunque nunca renegó de ser un hombre de derechas, presumía de ser requeté, decía que aunque Radio Pirenaica decía muchas mentiras, era conveniente escucharla de vez en cuando para contrarrestar las mentiras que se decían por la radio ubicada en este lado de los Pirineos.
Aunque estuvo toda la guerra con un camión no supo nunca conducir, esto no fue óbice para que estuviese empleado los últimos doce años de su vida laboral en un garaje de la calle Ferrocarril, propiedad de Luis Gómez-Montejano, el que fue presidente interino del Real Madrid, los coches los movía empujando con el hombro con la puerta delantera abierta de esta manera maniobraba a la vez con el volante.
Con este señor, Montejano, recuerdo dos encuentros, uno fue en la playa de Santa Pola, donde coincidimos mis suegros, Maribel y yo, con él y su mujer una mañana del mes de agosto de 1974, les hizo mucha gracia que mi hijo Javier le llamase tío, a Antonio, el hermano pequeño de mi mujer, se llevan dos años, pero mi hijo Javier siempre ha sido muy grandote y parecían, más que tío y sobrino, hermanos, entonces Javier no había cumplido aún los tres años y Antonio tenía cinco.
El otro, fue allá por el año 1990, cuando se presentaban las parcelas del Pasillo Verde que iban a salir a concurso-subasta, allí estaban todos los empresarios del mundo inmobiliario, yo le reconocí enseguida pero no pensaba decirle nada, fue él quién me preguntó a qué empresa representaba, cuando se lo dije me pidió opinión sobre el precio medio que yo consideraba que se adjudicarían, creo que le contesté sinceramente, pues pensábamos que el precio sería de unas treinta y cinco mil pesetas de repercusión por metro cuadrado edificado.
No tuve por menos que decirle que mi padre era Andrés, que estuvo empleado por la noche en el garaje de su propiedad que estaba en los bajos de la casa donde vivía en la calle Ferrocarril. Creo que se alegró sinceramente, me dijo que le diese recuerdos a mi padre y que le felicitara por tener un hijo que era gerente de un grupo de empresas inmobiliarias siendo tan joven.
Luego resultó que la mayoría de las parcelas les fueron adjudicadas a REYAL a cincuenta mil pesetas metro cuadrado. A lo mejor pensó de mí que trataba de engañarlo, pero sinceramente era el precio que habíamos barajado entonces como justo.
De todas formas si hoy comparamos el precio de cincuenta mil pesetas del principio de los noventa, con el que se produjo en el mayor auge de la burbuja inmobiliaria que llegó a ser de diez veces más. Ahí tenemos una de las razones fundamentales del porqué de la crisis actual.
Mi primo Jesús Simón, me ha enviado escritas muchas anécdotas del pueblo, no todas se pueden contar, entre ellas hay alguna sucedida con su padre Isaac, que se casó con mi tía Maria hermana mayor de mi padre y que le llevaba veinte años. Isaac y Maria ejercían casi de padres con el mío, pues se quedó huérfano muy joven. Jesús, cuenta como su padre se llevó al mío de caza y cuando estaban en perfecto silencio porque vieron una liebre, el no se pudo contener y pensando que su cuñado tardaba demasiado en disparar, imitando el sonido de la escopeta dijo: Pum, pum, muerta, muerta. Menos mal que Isaac logró, a pesar del grito de mi padre, abatir la pieza.
Otra fue cuando vino con permiso en plena guerra civil y le presentaron a su sobrino Justo, hijo de su hermano Eustasio (Tío Churro), cuando vio lo rubio que era lo cogió en brazos y alzándolo exclamó: Alemán, tenemos a un alemán en la familia.
Sé que mi padre sufría mucho cuando me veía triste, aunque el no lo manifestara con palabras, por sus gestos sabía que se preocupaba por mí. Aun con las dificultades económicas que padecíamos cuando estuvimos en Rentería, cuando los sábados o domingos me lo encontraba por la calle, siempre me preguntaba si me hacía falta dinero.
Luego vendría la edad de la bendita adolescencia, que aunque es una etapa bonita para recordar, es también la edad donde más injusticias cometemos en nuestros juicios, uno a esa edad deja de mitificar la figura del padre e incluso la desdeña, para afortunadamente, volver a recuperar su estima cuando uno empieza a jugar el papel de padre y va viendo a lo largo del tiempo, lo mucho que se va pareciendo al suyo, cada vez más, y no sólo físicamente.
Mark Twain, uno de mis escritores favoritos, tiene un aforismo, entre los muchos y buenos que tiene, que viene muy bien aquí sobre la consideración que merece la figura del padre en función de la edad de los hijos dice:
Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.
2 comentarios:
Menos mal. Creí que no volvería a leerte. Seis meses es demasiado tiempo. No vuelvas hacerlo. Nos entra mono.Aunque la razón anterior se te acabó, como bien dices, ahora tienes una nueva para seguir dejando aquí tus magníficos escritos y reflexiones... Tu nieto
Muchas gracia amigo Isidoro por tus amables palabras. Te prometo escribir más a menudo. Aún me quedan algunas anécdotas de mi infancia en Monroy.
Y puestos a contar batallitas tambien me quedan las de la mili.
Saludos cordiales
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