miércoles, 14 de mayo de 2008

Las misiones

Por si no era suficiente la influencia que, ya de por sí, ejercía la Iglesia a través de su párroco, entonces todavía no había coadjutor, llegaría aquel mismo año, el obispado de Plasencia nos había organizado, creo que fue, durante el mes de mayo de 1960, unas misiones.

Sí, así como suena, misiones, no es que estuviésemos en África, aunque la aparición ya por entonces de algún elanio azul, a lo mejor despistaba a nuestras autoridades eclesiásticas. Dicen que la llegada de estos pájaros a estas tierras, me refiero a los elanios, es un síntoma de que caminamos inexorablemente hacía la desertificación, parece ser, que en cuanto al clima, nos vamos pareciendo cada vez más a África.

Pero creo, que no era por lo de la desertificación por lo que nos mandaban a dos misioneros, era más bien un calculado ejercicio de marketing, ni más ni menos que la aplicación de la tesis del negocio de la salvación, que tan buenos resultados le ha dado a la iglesia, pues ha conseguido que durante mucho tiempo la clientela se mantuviera fiel, gracias sobre todo a fomentar el miedo al infierno, aplicando las teorías del santo varón guipuzcoano Ignacio de Loyola, siguiendo al pie de la letra las consignas puestas de manifiesto en sus famosos ejercicios espirituales.

Los misioneros eran el padre Santos y el Padre Miguel, y la verdad es que eran dos verdaderos expertos en movilizar por medio de la palabra y de las artes escénicas a todo un pueblo sin excepción alguna.

El padre Miguel se ponía en la puerta de la iglesia con un aparatito, que a mi se me antojaba mágico, pues creía que cada vez que pasaba una persona el aparatito la contaba automáticamente, en realidad quien lo hacía funcionar era el dedo del misionero, que de esta forma sabía el número de asistentes e iba comprobando como su poder de convocatoria, cada día que pasaba, era mayor.

La estrategia la tenían bien aprendida, primero convocaban a los niños con actos realizados ex profeso para ellos. Recuerdo que una de las representaciones que se hicieron a mí me tocó hacer de San José, elegido por la misma mano, aunque no sé si por el mismo dedo que apretaba el contador. La chica elegida para hacer de la Virgen, creo que se llamaba también María, era una Castaño, una chica muy guapa, que por cierto no he vuelto a saber nada de ella, ni de su hermano Julian el de Sotillo, su otro hermano Manolo es vecino mío en el pueblo, desde mi terraza veo la suya que está una calle más abajo.

A Maria y a mí nos tocó representar en vivo, en directo y sin ensayo previo, la anunciación por parte del Arcángel San Gabriel del misterio de la concepción por obra del Espíritu Santo de la Virgen Maria.
En realidad nosotros no decíamos nada, lo decía todo el padre Miguel, cuando llegó el momento culminante, el padre Miguel con un libro en las manos y con voz solemne mientras recitaba: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo y bendita tú eres entre todas las mujeres, hizo un movimiento rápido y el libro que tenía cogido con las dos manos desapareció como por arte de magia, bueno sería más bien por obra y gracia del Espíritu Santo que nos daba a entender que el libro se había convertido en el cuerpo de Jesús. La representación de San José la hice perfectamente, pues no tuve ni arte ni parte, hice exactamente lo que él cuando el momento de la concepción, nada.

A través de la convocatoria de los niños se convocaba también a las madres, se nos pidió a todos los que tuviésemos imágenes en casa que las llevásemos a la iglesia ya que se iba a organizar una gran procesión con todas ellas, pero claro está, para llevarlas en procesión había que tener andas y casi nadie tenía andas en su casa, había las que tenia la iglesia y poco más, así es que todos los carpinteros del pueblo estuvieron fabricando andas para la procesión a destajo.

Nosotros teníamos una imagen de un Niño Jesús con una bola azul en la mano, creo que ésta simboliza la bola del mundo, le llamábamos el niño de la bola, la imagen era muy pequeña de unos treinta centímetros de alto, creo que todavía la conserva mi hermana Paqui, curiosamente, aunque, todavía no se había ido al espacio, ya se intuía que nuestro planeta se veía desde fuera de color azul.

Llegado el momento de la procesión yo no tenía ninguna duda de que la imagen, que por derecho me tocaría llevar, sería la de nuestro Niño Jesús de la Bola, pero, como había más niños que imágenes que portar empezaron, cómo era lógico, por los más pequeños y les daban las imágenes pequeñas, así que, cuando llegó mi turno ya habían asignado el niño Jesús a otros.

Monté en cólera, me dio un ataque de ira, de soberbia, diría mi hermana Paqui, siempre dice que yo era muy soberbio y les quise arrebatar la imagen a los que llevaban a mi niño Jesús. El padre Miguel intervino al ver el revuelo que se formó en plena procesión, le dije bien claro que aquel niño Jesús era mío y que no consentía que lo llevasen otros, que se quedasen sin llevar imágenes aquellos que no las tenían en su casa.

¡Pero bueno, San José no se puede enfadar, tiene que está por encima de esto, además, San José también se merece que le lleven en andas!

Al decir esto, me agarró elevándome por los hombros y me apartó de los demás niños. Creyendo que iba en serio lo de que me iban a llevar en andas, le dije que bueno, que no era para tanto, que me conformaba con ir andando. Gran sicología la del padre Miguel, se las sabía todas, él ya había calado que yo era un gran tímido y sabía que de ninguna manera aceptaría ir en andas.

Y pensándolo bien ¿Cómo que San José no se podía enfadar? Si hay alguien que tenga motivos para enfadarse, ese, sin duda, es San José, encima de que la Virgen va a tener un hijo de otro, aunque este otro sea el Espíritu Santo, el arcángel San Gabriel lo anuncia a bombo y platillo, y no sólo eso, sino que todos los días, a las doce, la hora del Ángelus, va Radio Nacional de España y nos lo recuerda.

Una vez conseguida la convocatoria de las madres, el padre Miguel y el padre Santos insistían mucho en que debían ir a los actos de por la noche acompañada por todos sus hijos, pero lo más importante era que no faltasen por nada del mundo sus maridos pues era muy importante para su salvación.

Los actos de por la noche estaban bien preparados, había hasta efectos especiales, cuando tenían a la gente amedrentada por medio de la palabra dirigida con verdadera maestría oratoria desde el púlpito, al sermón que de por sí era ya terrorífico, se le acompañaba de efectos que imitaban el sonido de los truenos, se apagaban y se encendían las luces imitando los relámpagos, vamos, que dejaban al personal totalmente conmovido y presto para acudir al confesionario a pedir perdón por sus pecados y por los de los demás si hacía falta, hombres hechos y derechos que hacían que no se confesaban desde que hicieron la primera comunión, acudían y hacían colas para confesarse y comulgar, el éxito de la estrategia de marketing del padre Santos y padre Miguel había sido rotundo.

Claro que si hubieran sido otros tiempos, se les podría haber dicho como al del chiste: Está bien, sí ya sabemos que vamos a ir a todos al infierno cuando muramos, pero por eso mismo, ahora aquí en vida, dejennos en paz, por favor no nos acojonen.
Si Dios fuese como Dios manda, sin duda, sólo existiría el cielo, no habría ni infierno, ni purgatorio, ni limbo, bueno lo del limbo se lo inventó Santo Tomás de Aquino en un ejercicio de lógica aristotélica. Los niños que morían sin bautizar no podían ir al cielo por aquello del pecado original, pero sería una putada que fueran al infierno, si los pobrecitos no habían hecho nada, así que según él, éstos no sufrirían en el infierno pero tampoco gozarían del cielo, irían al limbo de los justos.

La mayoría de los teólogos de ahora critican a Santo Tomás de Aquino, diciendo que estaba equivocado que el limbo no existe. Yo precisamente pienso todo lo contrario, creo que en lo único que acertó Santo Tomás fue en lo del limbo, no sé sí el de los justos o de los injustos. Pienso que no habrá ni premio ni castigo cuando abandonemos este mundo, que por otra parte es único que tenemos.

Así que cuando morimos descansamos” dice el sabio Jorge Manrique en las Coplas a la Muerte de su padre, eso mismo creo yo: ni cielo ni infierno, la nada. O si lo prefieren el limbo de Santo Tomás de Aquino, pues no creo que nadie, por muy malo que haya sido, se merezca el infierno.

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