Este fin de semana he podido gozar una vez más de las noches frescas del verano monroyego, tan frescas que yendo de Cáceres a Monroy con el coche descapotado sentimos frío mi mujer y yo.
Maribel ha podido hacer realidad su sueño de ir en un descapotable y que el viento del atardecer acariciase sus cabellos y, para que no se desmadrasen demasiado, ponerse un pañuelo al estilo de las protagonistas de las románticas películas en blanco y negro.
He podido hacer una de las cosas que más me gustan cuando estoy en Monroy: dormir con la puerta abierta del balcón contemplando desde la cama las estrellas que brillan intensamente en el azul oscuro, casi negro, de la bóveda celeste de las noches monroyegas y, al mismo tiempo, recibir la brisa en la cara del aire impregnado por el aroma a pasto seco, y oír, de cuando en cuando, entre el silencio y más silencio, el canto de un gallo.
He corrido mi hora diaria en la piscina, ante la curiosidad de niños y mayores. Había un niño muy simpático que nada más verme me dijo que le gustaba mi bañador de muchos colores, me preguntó que si era del pueblo y cuando le dije que seguramente más que él, pues yo había nacido en mi casa en la calle Nueva y que él para nacer se habría tenido que ir a Cáceres. Se quedó cavilando sin entender lo que le decía. Le expliqué que entonces nacíamos todos en el pueblo, pero que ahora, por el bien de la madre y del niño es mucho mejor nacer en un hospital. Y que el hecho de nacer en Cáceres no le hacia ser menos monroyego, que era una broma que le estaba gastando, cosa que pareció comprender enseguida.
Por cierto, en Cáceres hemos descubierto un establecimiento para quitarse el sombrero, La Tapería. Nos llevó mi primo Vidal. Lo regentan los hermanos argentinos Javier y Emi, y se nota que les gusta su oficio, hacen el trabajo gustoso, como diría Juan Ramón Jiménez, son vocacionales y eso se nota, transmiten su entusiasmo: Emi, por la cocina, y Javier, por los vinos. Javier está casado con Amaya que fue la culpable de que estos hermanos argentinos aterrizaran en Cáceres, da gusto el trato tan afable de los tres y el de todos los camareros.
Amaya está embarazada y tiene la sonrisa a flor de piel. Sal tu que vas cargada. Le dije en la puerta de entrada al local. Si sólo llevo un platino, me soltó con una sonrisa de oreja a oreja que invitaba a entrar sin ningún recelo.
La relación calidad precio es inmejorable, probamos entre otros exquisitos platos la parte del cerdo ibérico denominada ‘lagarto’, que es muy jugosa y suave, mejor aún que la presa, el secreto o la pluma. Una exquisita ensalada de canónigos con ventresca y tomate rallado y una tarta obsequio de la casa, con una textura y sabor a prueba de golosos recalcitrantes.
Javier nos recomendó dos vinos extremeños realmente excelentes el Nadir, muy goloso y afrutado, que tiene un premio nacional como el mejor vino de menos de seis meses de crianza en roble, y un Gran Buche de viñas viejas realmente excelso; es de la zona del Raposo, donde hay un balneario que tiene una bonita leyenda, como la de casi todos los balnearios.
La verdad es que ha sido un fin de semana muy agradable, hemos disfrutado. En Monroy tomando el viernes el aperitivo en el Casino en compañía de buenos amigos como Emilio, Juanvi, José Ignacio y su mujer. Y en Cáceres paseando por Cánovas, sentado en sus terrazas, y degustando exquisitos platos en La Tapería, con la inmejorable compañía de Vidal y Maria.
Y un detalle que, aunque parezca insignificante para mí tiene mucha importancia, casi siempre se critica a los funcionarios su falta de celo y dedicación en el trabajo, pues bien este no es el caso de Juan Diego, funcionario del Ayuntamiento de Monroy, que cuando se le escucha dar los pregones desde los altavoces situados en el Reloj del Ayuntamiento, uno se siente transportado hacia otros tiempos, cuando escuchaba en las esquinas la turuta que hacían sonar los antiguos alguaciles Eloy y José.
Y digo que no es el caso de Juan Diego, porque él, ante un error mío en la entrega de un dato, tuvo a bien venir a buscarme a casa para que subsanase el error. No he hablado mucho con Juan Diego pero siempre me pareció un hombre afable y un buen profesional, detalles como estos, que parecen insignificantes, son los que nos hacen la vida más llevadera y creamos que no todo está perdido, que todavía queda gente, como el amigo Juan Diego.
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