Siempre que me preguntan por qué llevo pajarita suelo contestar lo mismo: La llevo porque desde que vi a Gregori Peck en ese entrañable personaje de Atticus Finch en Matar un Ruiseñor, asocié que llevar pajarita no sólo era una cuestión de estética, sino también de ética.
Y con permiso de mi admirado Andrés Trapiello, al que no le gustan nada las pajaritas, no sólo ponérselas él, sino que se la pongan los demás. Tampoco le gustan que se diga corcel o alazán, para nombrar al caballo y a mí sin embargo me encantan estas dos palabras, de hecho están en alguna de mis poesías.
Me encantan esas dos palabras referidas al caballo para mí el más bello animal junto con el toro y me gusta llevar pajarita en las grandes ocasiones, aparte de que la pajarita aporta distinción, no sé si buena o mala, pero si que te distingues al ser el único que suele llevarla, aunque muchas veces renuncio a llevarla, por eso precisamente, por ser el único, me gusta embaucar a alguien para que se la ponga conmigo, por ejemplo a mi primo Vidal, así me siento más a gusto.
El pasado día 27 de abril salí a celebrar el día del libro, llevaba en mente como libro a comprar, por encima de todos, Apenas Sensitivo de Andrés Trapiello, es el último publicado de su Salón de pasos perdidos, hace el número diecisiete, me quedan por leer cuatro que están agotados, aunque uno espera que los reediten como han hecho este año con el primero de ellos El Gato encerrado.
Cuando iba por la calle Bailen vi a Sergio Barriocanal dispuesto a cruzar hacia el otro lado de la calle, a su lado estaba Antonio Sanz, les saludé con un: ¡Hombre los desmarcados! Antonio y Sergio eran compañeros de mi hijo Javier en Marca y ninguno está ya en ese periódico, de ahí lo de desmarcados. Habían quedado con mi hijo en el Bernabeu para ver el partido de ida de la Champions, me preguntaron que si no iba a ir a estadio les dije lo que suelo decir es estas ocasiones que prefería verlo en casa pues se sufre menos.
Entré en la Casa del libro de Gran Vía y allí no tenían Apenas sensitivo, se les había terminado, bajé a la planta sótano donde me indicaron que estaba otro que tenía anotado, Una mosca en la sopa de Charles Simic, por supuesto también de memorias y que luego no compré.
Estando en esta planta llegó una chica preguntando a un vendedor, también joven, por el libro Mala gente que camina, el chico dijo al mismo tiempo que la chica, en nombre del autor y yo también pensé en ese mismo momento en Bejamín Prado. El joven vendedor le indicó que de estar estaría en la planta de más arriba y le preguntó a otro joven vendedor que estaba a su lado si había leído Mala gente que camina, y sin esperar la respuesta del otro, se lo recomendó encarecidamente diciéndole que era una gran novela.
Entonces pensé en la librería Méndez de la calle Mayor y allí me dirigí. En la puerta del teatro Arenal saludé a mi consuegra Carmina y a su hermana que esperaban para entrar en el teatro.
Pregunté en la caja por el libro de Andrés Trapiello, Apenas sensitivo, el vendedor una vez comprobado que lo tenían me dijo pídeselo a Antonio. Éste estaba atendiendo a alguien que se presentó como empleada de la Editorial Alfaguara, esperé a que terminasen las presentaciones y le dije que el chico de la caja me había dicho que él me facilitaría el Apenas sensitivo, al principio puso pegas diciendo que no sabría si podría llegar a él entre tanta gente que estaba en la cola, pero enseguida vino con el ejemplar y lo mostraba ostensiblemente para que Javier Marías, que estaba enfrente lo viese. El tal Antonio no era otro que Méndez el dueño de la librería.
Había estado en la conferencia que dio Benjamín en La Biblioteca Nacional, precisamente hablando de esta novela y de la satisfacción que sentía al haberla terminado y que hablaba de la matanza de Atocha, tema para mí muy sensible pues en el servicio militar coincidí con Javier Benavides Orgaz, uno de los abogados asesinados. Javier fue mi sustituto en las oficinas de la Dirección General de Mutilados cuando me licencié, e hicimos muy buenas migas en el periodo que estuvimos juntos.
También le hice saber los elogios que unos minutos antes había hecho de su novela Mala Gente que camina, el joven vendedor de La casa del Libro.
E intencionadamente le enseñé el libro de Trapiello y el de Marías, diciéndole: Sé que se llevan mal pero yo admiro a los dos y no me espero a que Javier me lo firme porque no llego a tiempo a ver el partido, a todo esto Javier Marías seguía firmando y no sé si se dio cuenta de lo que hablamos Benjamin y yo.
Benjamín dijo que se encontraba nervioso e impaciente debido al partido que iba a celebrarse entre el Barcelona y el Madrid, quedaba menos de una hora y por la gente que había en la cola no creo que Javier Marías llegara a tiempo a verlo empezar.
Le dije que había que hacer caso a lo que dice Sánchez Ferlosio sobre el futbol, que lo mejor para no sufrir es no tomar partido por ningún equipo, aunque en vez de decir Sánchez Ferlosio, debí decir Andrés Trapiello y me dijo si a Andrés no le gusta el fútbol, ni a Sánchez Ferlosio tampoco pensé yo, pero algo de razón tiene pues con el fútbol se sufre más que se disfruta, hasta el mismo Guardiola que ha ganado un montón de títulos se le nota que sufre más que disfruta.
Por cierto totalmente de acuerdo con el artículo de Javier Marías sobre Mouriño en EPS, un equipo como el Real Madrid no debe tener como entrenador a un mal educado, prepotente y que siempre echa las culpas a los demás.
No suelo leer novelas, en esto también pienso como Rafael Sánchez Ferlosio que después de escribir El Jarama una de las mejores novelas que uno haya leído, no volvió a escribir sobre este género. Ferlosio dice que le gustan las mentiras verdaderas, no sé si se refiere a que le gustan las mentiras que no pueden ser verdad o acaso se refiera a que las mentiras que le gustan son las que puedan ser verosímiles.
Aunque últimamente he leído varias novelas, además de la de Bejamín, he leido El Buque Fantasma de Trapiello y Los enamoramientos que acabo de terminarla. Me han gustado mucho las tres y por supuesto habrá que comprar Mala gente que camina.
Ahora disfrutar, lo que se dice disfrutar, como con Apenas sensitivo con ninguna novela.
Detrás de mi, en la cola para pagar en caja estaba un señor que me saludó, era Antonio Gil al que hace años le había alquilado una oficina en Ática, posteriomente se marchó a Valencia.
Quizás la causa de estos encuentros, en apenas dos horas en un Madrid tan grande, haya que agradecérselo al señor Cervantes y al señor Shekaspeare, que ejerciendo de santos laicos en el día de su onomástica facilitaron este serie de agradables casualidades.
Los recuerdos
Los recuerdos suelen
contarte mentiras.
Se amoldan al viento,
amañan la historia;
por aquí se encogen,
por allá se estiran,
se tiñen de gloria,
se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan
a nuestro acomodo,
según nos convenga;
porque antes que nada
y a pesar de todo
hay que sobrevivir.
Recuerdos que volaron lejos
o que los armarios encierran;
cuando está por cambiar el tiempo,
como las heridas de guerra,
vuelven a dolernos de nuevo.
Los recuerdos tienen
un perfume frágil
que les acompaña
por toda la vida
y tatuado a fuego
llevan en la frente
un día cualquiera,
un nombre corriente
con el que caminan
con paso doliente,
arriba y abajo,
húmedas aceras
canturreando siempre
la misma canción.
Y por más que tiempos felices
saquen a pasear de la mano,
los recuerdos suelen ser tristes
hijos, como son, del pasado,
de aquello que fue y ya no existe.
Pero los recuerdos
desnudos de adornos,
limpios de nostalgias,
cuando solo queda
la memoria pura,
el olor sin rostro,
el color sin nombre,
sin encarnadura,
son el esqueleto
sobre el que construimos
todo lo que somos,
aquello que fuimos
y lo que quisimos
y no pudo ser.
Después, inflexible, el olvido
irá carcomiendo la historia;
y aquellos que nos han querido
restaurarán nuestra memoria
a su gusto y a su medida
con recuerdos
de sus vidas.
contarte mentiras.
Se amoldan al viento,
amañan la historia;
por aquí se encogen,
por allá se estiran,
se tiñen de gloria,
se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan
a nuestro acomodo,
según nos convenga;
porque antes que nada
y a pesar de todo
hay que sobrevivir.
Recuerdos que volaron lejos
o que los armarios encierran;
cuando está por cambiar el tiempo,
como las heridas de guerra,
vuelven a dolernos de nuevo.
Los recuerdos tienen
un perfume frágil
que les acompaña
por toda la vida
y tatuado a fuego
llevan en la frente
un día cualquiera,
un nombre corriente
con el que caminan
con paso doliente,
arriba y abajo,
húmedas aceras
canturreando siempre
la misma canción.
Y por más que tiempos felices
saquen a pasear de la mano,
los recuerdos suelen ser tristes
hijos, como son, del pasado,
de aquello que fue y ya no existe.
Pero los recuerdos
desnudos de adornos,
limpios de nostalgias,
cuando solo queda
la memoria pura,
el olor sin rostro,
el color sin nombre,
sin encarnadura,
son el esqueleto
sobre el que construimos
todo lo que somos,
aquello que fuimos
y lo que quisimos
y no pudo ser.
Después, inflexible, el olvido
irá carcomiendo la historia;
y aquellos que nos han querido
restaurarán nuestra memoria
a su gusto y a su medida
con recuerdos
de sus vidas.
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