miércoles, 21 de septiembre de 2011

MONROY UN PUEBLO CON SUERTE




Monroy debe ser un pueblo con suerte, pues uno conoce a bastante gente de Monroy a los que les ha tocado algún premio. El más importante fue en vísperas de los toros cuando hace años le tocaron  doscientos millones de pesetas a Joaquín (q.e.p.d), con el dinero de la lotería se compró la finca Piezarza, cuyo nombre motivó el apodo de mi padre y mi seudónimo.

También creo que fue en el mes de septiembre cuando tocó a varios vecinos de Monroy el primer premio en sorteo de la Once, con cantidades importantes para Miguel Ángel Camarero, Pablo Simón (q.e.p.d) y algunos más que ahora no recuerdo.

 A la hermana de Tomás Tobías, también le toco una importante cantidad en la Lotería primitiva,  creo que fueron cerca de noventa millones de pesetas.

A Domi, Mati y a mi hermana Mena en distintos sorteos de la Once les ha tocado también el primer premio, cinco millones de pesetas a cada uno. 

Y a mí, sin ir más lejos, me tocaron ochocientas mil pesetas en el tercer premio de la Lotería Nacional, la víspera de mi cumpleaños el día 7 de diciembre de 1979 y un Citroen AX en un sorteo de Hipercor.

Teniendo en cuenta el cálculo de probabilidades  de todos los sorteos,  se me antoja muy elevado las veces que hemos obtenido premios gente de Monroy.

Pues para mayor abundamiento sobre la suerte de los monroyegos, resulta que el pasado jueves, día 15,  a un hijo de José Canelo le han tocado  1.300.000 euros en el sorteo de la  Lotería  Primitiva. El boleto   fue sellado en el Estanco de Camino Llano de Cáceres, que regenta Paloma Mohedas Saavedra, que debe ser hija de Antonio, y por tanto sobrina de Juanita y Tere, y nieta de Felipa, familia  muy querida por la mía.  En la entrada Aspirante a Bachiller  hago mención a esta entrañable familia.

Entre las notas que tengo apuntadas y que me sirven de guión para escribir mis vivencias en Monroy,  aparece en primer lugar para ser desarrollada esta: “Torta de chicharrones. Los extremeños el culo del mundo, José Canelo

Y uno se alegra especialmente de estas coincidencias, por el Premio a un monroyego, porque sea un hijo de José Canelo, porque haya tenido lugar en una Administración de una familia muy querida y porque coincida en el tiempo que en mis notas para este blog mencione a su padre (q.e.p.d), el pequeño de los Canelos, familia también muy querida por todos nosotros los Pitachas.

José Canelo y su mujer cuando eran novios eran asiduos a nuestro baile y formaban parte de esas parejas simpáticas, que bailaban muy bien  y uno deseaba,  cuando fuese mayor y tuviese novia, poder bailar y ser tan simpáticos como ellos.

El hijo de José Canelo está casado con una hija del Chapi, al que le viene el mote por su padre tío Chapirango. Contaba el Chapi, un día en el Casino, que cuando eran jóvenes venían  a mudarse al pueblo cada quince días, solían venir andando desde las fincas de Las Lapas y Las Sauceras  distantes de Monroy más de quince kilómetros. Inmediatamente de haberse mudado, salían, también andando,  para ver a sus novias que estaban sirviendo en Cáceres. A veces resultaba que cuando llegaban al río Almonte, no podían pasarlo por la crecida de las aguas y tenían que seguir el curso del río hasta el Aguijón de  Pantoja, donde estaba el Puente de San Francisco.  Hacían más de treinta kilómetros andando hasta Cáceres, para estar un ratito con la novia, y seguramente, lo más que sacaban era algún beso robado.

Y lo de la anotación Torta de chicharrones. Los extremeños el culo del mundo, José Canelo” Obedece a que estando José Canelo haciendo trabajos de carpintería para convertir el salón de baile en una granja de gallinas, yo me atraqué de bollas de chicharrones y tuve un empacho que hizo que abominase de las bollas y de los chicharrones mucho tiempo. Y a pesar del empacho, uno recuerda cómo éste comentaba que estando en la mili supo que los extremeños estábamos considerados como los más atrasados de España y que, a su vez,  España era una de las naciones mas atrasadas de Europa. 

Este comentario me dolió mucho, pues pensaba que éramos el no va más, tanto los extremeños, como los españoles. Uno había leído en los libros de historia las hazañas de los conquistadores extremeños en América, y sobre todo de uno muy cercano, Francisco Pizarro, del que se  decía que había estado cuidando cerdos en los alrededores de Monroy y al que mi mente de niño lo situaba en la finca del Pizarro, donde mi tío Churro cosechaba.

También había leído en los libros de historia y en  la propaganda de la época, lo del orgullo de ser español, lo de “España una unidad de destino en lo universal”, lo del “Por el Imperio hacia Dios”, lo de “Una, grande y libre”, lo de “Que éramos los hijos del gran Pizarro los hijos éramos del gran Cortés y en  nuestro pecho noble y bizarro un almanaque que fuego es” Ah  no, perdón,  que era “un alma late que fuego es”.

Y resulta que todo eso no era más que retórica. No terminaba de asumirlo, pero empecé a darme cuenta de que algo de razón debía tener José Canelo, cuando veía que la gente de mí alrededor abandonaba el mar de encinas buscando otros mares  donde no naufragase su vivir.

En este sentido los nacidos en Monroy no habíamos tenido tanta suerte, pues más de la mitad nos vimos obligados a abandonarlo a nuestro pesar.

Aunque, quién sabe, a lo mejor ahora con la perspectiva que da el tiempo, esto también haya sido un factor de suerte, pues sin duda,  la gran mayoría, en alguna ocasión, hemos encontrado esos otros mares y nos ha quedado intacto el mar de encinas de nuestra infancia,  para volver cuando queramos, aunque sea en sueños.

martes, 28 de junio de 2011

Gente y veranos afables



Este fin de semana he podido gozar una vez más de las noches frescas del verano monroyego, tan frescas que yendo de Cáceres a Monroy con el coche descapotado sentimos frío mi mujer y yo.

Maribel ha podido hacer realidad su sueño de ir en un descapotable y que el viento del atardecer acariciase sus cabellos y, para que no se desmadrasen demasiado, ponerse un pañuelo al estilo de  las protagonistas de las románticas películas en blanco y negro.

He podido hacer una de las cosas que más me gustan cuando estoy en Monroy: dormir con la puerta abierta del balcón contemplando desde la cama las estrellas que brillan intensamente en el azul oscuro, casi negro, de la bóveda celeste de las noches monroyegas y, al mismo tiempo, recibir la brisa en la cara del aire impregnado por el aroma a pasto seco, y oír, de cuando en cuando, entre el silencio y más silencio, el canto de un gallo.

He corrido mi hora diaria en la piscina, ante la curiosidad de niños y mayores. Había un niño muy simpático que nada más verme me dijo que le gustaba mi bañador de muchos colores, me preguntó que si era del pueblo y cuando le dije que seguramente más que él, pues yo había nacido en mi casa en la calle Nueva y que él para nacer se habría tenido que ir a Cáceres. Se quedó cavilando sin entender lo que le decía. Le expliqué que entonces nacíamos todos en el pueblo, pero que ahora, por el bien de la madre y del niño es mucho mejor nacer en un hospital. Y que el hecho de nacer en Cáceres no le hacia ser menos monroyego, que era una broma que le estaba gastando, cosa que pareció comprender enseguida.

Por cierto, en Cáceres hemos descubierto un establecimiento para quitarse el sombrero, La Tapería. Nos llevó mi primo Vidal. Lo regentan  los hermanos argentinos Javier y Emi, y se nota que les gusta su oficio, hacen el trabajo gustoso, como diría Juan Ramón Jiménez, son vocacionales y eso se nota, transmiten su entusiasmo: Emi, por la cocina, y Javier, por los vinos. Javier está casado con Amaya que fue la culpable de que estos hermanos argentinos aterrizaran en Cáceres, da gusto el trato tan afable de los tres y el de  todos  los camareros.

Amaya está embarazada y tiene la sonrisa a flor de piel. Sal tu que vas cargada. Le dije en la puerta de entrada al local. Si sólo llevo un platino, me soltó con una sonrisa de oreja a oreja que invitaba a entrar sin ningún recelo.

La relación calidad precio es inmejorable, probamos entre otros exquisitos platos la parte del cerdo ibérico denominada  ‘lagarto’, que es muy jugosa y suave,  mejor aún que la presa, el secreto o la pluma. Una exquisita ensalada de canónigos con ventresca y tomate rallado y una tarta obsequio de la casa, con una textura y sabor a prueba de golosos recalcitrantes.

Javier nos recomendó dos vinos extremeños realmente excelentes el Nadir, muy goloso y afrutado, que tiene un premio nacional como el mejor vino de menos de seis meses de crianza en roble, y un Gran Buche de viñas viejas realmente excelso; es de la zona del Raposo, donde hay un balneario que tiene una bonita leyenda, como la de casi todos los balnearios.

La verdad es que ha sido un fin de semana muy agradable, hemos disfrutado. En Monroy tomando el viernes el aperitivo en el Casino en compañía de buenos amigos como Emilio, Juanvi, José Ignacio y su mujer. Y en Cáceres paseando por Cánovas, sentado en sus terrazas, y degustando exquisitos platos en La Tapería, con la inmejorable compañía de Vidal  y Maria.

Y un detalle que, aunque parezca insignificante para mí tiene mucha importancia, casi siempre se critica  a los funcionarios su falta de celo y dedicación en el trabajo, pues bien este no es el caso de Juan Diego, funcionario del Ayuntamiento de Monroy, que cuando se le escucha dar los pregones desde los altavoces situados en el Reloj del Ayuntamiento, uno se siente transportado hacia otros tiempos, cuando escuchaba en las esquinas la turuta que hacían sonar  los antiguos alguaciles Eloy y  José.

Y digo que no es el caso de Juan Diego, porque él, ante un error mío en la entrega de un dato, tuvo a bien venir a buscarme a casa para que subsanase el error. No he hablado mucho con Juan Diego pero siempre me pareció un hombre afable y un buen profesional, detalles como estos, que parecen insignificantes, son los que nos hacen la vida más llevadera y creamos que no todo está perdido, que todavía queda gente, como el amigo Juan Diego.

viernes, 17 de junio de 2011

PRIMOROSA PRIMAVERA






Entre mis mejores recuerdos están sin dudas las mañanas de primavera, cuando de ‘motu proprio’ madrugaba, y emulando a Don Quijote me  disponía, montado en mi yegua blanca, a  conquistar la gloria del  mundo,  eso sí, con los pies bien puestos en el suelo del campo extremeño donde no sólo mis pulmones se ensanchaban con el aire tibio y perfumado de una primorosa primavera, todo mi ser sentía ensanchado, prolongado y elevado ante entorno tan privilegiado.

Fue sin duda una de las mejores  épocas  de mi vida, en todo el curso lo único que tenía que hacer era repasar el grupo de Ciencias que me había quedado de Reválida de Cuarto, que curiosamente era donde mejor nota media tenía. El  24 de junio de 1964 obtuve el título de Bachiller Elemental.

El fútbol ocupaba prácticamente todas las horas de mi ocio, jugábamos al fútbol antes y después de comer, antes y después de merendar y hasta antes y después de cenar. Hubo un momento, después de un glorioso día que paré todo lo que llegaba a mi portería, que llegué a creerme que valía para portero. Me sentí muy halagado cuando el mejor jugador del pueblo, Antonio Plaza,  me dijo que estaba parando muy bien.

Yo era del Real Madrid y esta es la primera alineación que recuerdo de memoria:

Vicente, Marquitos, Santamaría, Pachín, Vidal, Zárraga, Canario, Del Sol, D’Stefano, Puskas y Gento.

Un día llegué a casa diciendo que Vicente se había  roto un brazo, me estaba refiriendo al portero del Madrid, pero mi madre se creyó que me refería a mi hermano Vicente y se puso muy nerviosa, yo creo que en mi fuero interno jugaba a provocar el  malentendido. 

Mi hermano Vicente no se había roto un brazo, pero yo si que le rompí un diente a mi hermana Paqui. Estaba bebiendo algo de la nevera, llegó mi hermana y me quitó la botella para beber ella. Enfadado por habérmela quitado, cuando ella estaba bebiendo a morro, le di un golpe al culo de la botella y le rompí el diente por la mitad.

Eran los primeros tiempos de Carrusel en Radio Madrid, con Vicente Marco y Juan de Toro cuando este repetía cada dos por tres el famoso eslogan:  Anís de la Asturiana su presencia siempre agrada.

Cuando hice mi primera quiniela, entonces era de dos columnas, no había múltiples y había que echarla antes del jueves. Recuerdo  a Juan de Toro dando la quiniela y yo comprobando el resultado de la primera columna y esperando que diese el resultado para la segunda. ¡Pensaba que había que acertar dos quinielas una para cada columna ¡Anda que si no era fácil acertar una como para acertar dos!

Uno ha estado ligado a la Cadena SER desde los tiempos en que mi hermana Puri sintonizaba Radio Sevilla  para escuchar que el hijo del ganadero  no quería ser matador, que una pena que, además, era mora nublaba la razón, que la zarzamora lloraba y lloraba por los rincones, que las mozas que se  apoyaban en el quicio de la mancebía, se enamoraban de los que tenían  los ojos muy verdes y con brillo de faca, que según José Luis y su guitarra, Mariquita era bonita, graciosa y chiquita, que alguien se daba la media vuelta y se iba con el sol cuando moría la tarde.

Ojos verdes es una de mis canciones favoritas, sobre todo desde que me enteré que se la cantaban las mocitas del pueblo al guapo mozo que era mi padre. Dicen, que me parezco mucho a él, aunque ya quisiera uno tener los ojos tan  verdes como mi padre, los míos, según mi mujer, son verdes ‘amarronaos’.

La Cadena Ser de Pepe Iglesias ‘El Zorro’: Yo soy el zorro zorrito para mayores y pequeñitos, yo soy el zorro señores de mil amores voy a cantar.

La cadena Ser de Matilde, Perico y Periquín, el abuelo Porretas, del teatro radiado por su gran cuadro de actores: Pedro Pablo Ayuso,  Matilde Conesa, Matilde Vilariño, Juana Ginzo.

La cadena Ser de Ustedes son formidables, con un  histriónico Alberto Oliveras y su sinfonía del Nuevo Mundo.
 
La Cadena SER donde Kiko va participar en el Carrusel la temporada próxima,  mi hijo Javier me había anticipado la noticia. Uno va a sentirse más  a gusto, todavía, escuchando Carrusel sabiendo que hay gente amiga en sus ondas y con un gran sentido del humor. Y aunque Kiko es Atlético no se le nota, pues es muy ecuánime en todos sus juicios.

Aquellas madrugadas de primavera donde uno soñaba con su futuro y quería ser delineante, mi madre pagó  un curso por correspondencia con CCC para delineante proyectista, uno enseguida se dio cuenta que no iba muy bien encaminado, pues  había que ser muy cuidadoso para dibujar, cosa que no iba con mi natural carácter, sobre todo en aquellos tiempos de la tinta china, el curso nunca lo terminé

Contestaba a los anuncios de los periódicos haciéndome pasar, claro está, por mayor de edad, recuerdo que en uno que pedían representante de persianas, puse que mi profesión era linotipista. ¿Qué pintaba un linotipista vendiendo persianas?

Uno no sabía que esta iba a ser su última primavera en su pueblo, pero fue tan intensa que ha quedado grabada de forma indeleble, el tiempo transcurrido no ha podido borrar los recuerdos, al contrario cada día que pasa son mejor valorados y es que no todos han tenido la suerte de tener sensaciones como estas:

En las madrugadas del mes de abril
sentir, palpar el rocío de la mañana
a lomos de una yegua torda o alazana
al trote o al galope, de frente o de perfil

miércoles, 8 de junio de 2011

EL ANGEL DEL CALZADO

La pasada semana cuando mi mujer se dirigía a llevar a reparar sus zapatos a la pequeña tienda del paseo Imperial, casi equina a Pirámides, vio que estaba echado el cierre y que había un papel de tamaño de un folio anunciando algo, pero como tenía prisa no llegó a cruzar la calle y no pudo leer lo que ponía.

Como sabe que suelo pasar en mis paseos diarios cerca de la tienda me pidió que lo leyese, y esto fue lo que ponía:

CERRADO POR

DEFUNCIÓN.

Uno albergaba la esperanza, a pesar de que sabía que Ángel estaba bastante enfermo, que la defunción no tenía por qué ser la de Ángel Sánchez, podía ser la de algún familiar.

Al volver a casa me encontré con mis amigos Javier Recas y su mujer Auri, y les comenté lo que ponía el anuncio, me confirmaron que el que había muerto era Ángel.

Llevamos viviendo casi veinte años en la calle Toledo, cuando vinimos a vivir y vimos la tiendecita con su rótulo EL Angel del Calzado, nos resultaba un poco retórico y ampuloso este nombre.

Luego pudimos comprobar que Ángel haciendo honor a su nombre, era verdaderamente y con mayúsculas un ÁNGEL DEL CALZADO.

Cuando le llevabas los zapatos te decía indefectiblemente: Mañana por la tarde puedes pasar a recogerlos. Cualquier reparación, por complicada que pareciese, estaba para el día siguiente y lo que es mejor, los zapatos quedaban perfectamente reparados y limpios y a unos precios verderamente económicos.

Ángel era del Atlético de Madrid y como sabía que mi hijo Javier escribía sobre el Atlético me decía: Dile a tu hijo que les dé caña a estos dirigentes a ver si se van de una vez por todas y el club pase a ser de los socios-abonados.

Descansa en paz amigo Ángel Sánchez, amable, cumplidor y profesional como la copa de un pino, un verdadero espíritu puro con cuerpo, un gran ser humano.


P. D.

Por mi hermana me entero que también ha muerto en Monroy, Fermina.

Fermina estuvo ayudando a mi madre en las tareas de la casa algunos años.

Recuerdo cuando estaba impaciente por la llegada del que entonces era su novio, creo que estaba haciendo la mili. Yo le gasté la broma de que no había llegado ninguno con cara de novio cuando me preguntó por él, previamente ella me había pedido que fuese a ver si llegaba en el coche de linea. Al ver la cara de desilusión que puso no pude por menos que decirle que no sé si su novio había llegado, pero que si habia venido uno que vivía en la calle Santos y que le llamaban Serena.

Fermina siempre estaba sonriente y de buen humor, era tambien una persona necesaria, de esas que te hacen la vida más agradable cuando estás a su lado. Descanse en paz. Desde aquí quiero enviar mi más sentido pésame a su marido Serena y a su hijos.

martes, 7 de junio de 2011

LOS RECUERDOS SUELEN CONTARNOS MENTIRAS



Siempre que me preguntan por qué llevo pajarita suelo contestar lo mismo: La llevo porque desde que vi a Gregori Peck en ese entrañable personaje de Atticus Finch en Matar un Ruiseñor, asocié que llevar pajarita no sólo era una cuestión de estética, sino también de ética.

Carlos Boyero el pasado día 6 de abril en un artículo en El País a propósito de Gary Cooper, (lo hacía extensivo también al personaje de Atticus), decía que este actor representaba sus personajes con tal naturalidad que veía en ellos representado virtudes tales como la nobleza y la determinación, la ética y la estética, la credibilidad y la humanidad.

No suelo ver mucho la televisión y menos grabar programas, no poseo el mando en casa y por ende no posee uno el mando de la tele, pero hace poco, al ver anunciada la película de Matar un Ruiseñor, una de mis favoritas, la grabé. Pues bien, resulta que Gregori Peck en ningún momento de la película llevó puesto una pajarita. Sí que la ha llevado en otras, pero en esta llevaba corbata.

Y con permiso de mi admirado Andrés Trapiello, al que no le gustan nada las pajaritas, no sólo ponérselas él, sino que se la pongan los demás. Tampoco le gustan que se diga corcel o alazán, para nombrar al caballo y a mí sin embargo me encantan estas dos palabras, de hecho están en alguna de mis poesías.

Me encantan esas dos palabras referidas al caballo para mí el más bello animal junto con el toro y me gusta llevar pajarita en las grandes ocasiones, aparte de que la pajarita aporta distinción, no sé si buena o mala, pero si que te distingues al ser el único que suele llevarla, aunque muchas veces renuncio a llevarla, por eso precisamente, por ser el único, me gusta embaucar a alguien para que se la ponga conmigo, por ejemplo a mi primo Vidal, así me siento más a gusto.

También es una cuestión práctica, la pajarita vale menos que una corbata y además no me las mancho tan fácilmente como me mancho las corbatas, aunque parezca difícil mancharse una pajarita soy capaz de hacerlo, que se le va a hace, uno es de natural descuidado.

El pasado día 27 de abril salí a celebrar el día del libro, llevaba en mente como libro a comprar, por encima de todos, Apenas Sensitivo de Andrés Trapiello, es el último publicado de su Salón de pasos perdidos, hace el número diecisiete, me quedan por leer cuatro que están agotados, aunque uno espera que los reediten como han hecho este año con el primero de ellos El Gato encerrado.

Cuando iba por la calle Bailen vi a Sergio Barriocanal dispuesto a cruzar hacia el otro lado de la calle, a su lado estaba Antonio Sanz, les saludé con un: ¡Hombre los desmarcados! Antonio y Sergio eran compañeros de mi hijo Javier en Marca y ninguno está ya en ese periódico, de ahí lo de desmarcados. Habían quedado con mi hijo en el Bernabeu para ver el partido de ida de la Champions, me preguntaron que si no iba a ir a estadio les dije  lo que suelo decir es estas ocasiones que prefería verlo en casa pues se sufre menos.

Entré en la Casa del libro de Gran Vía y allí no tenían Apenas sensitivo, se les había terminado, bajé a la planta sótano donde me indicaron que estaba otro que tenía anotado, Una mosca en la sopa de Charles Simic, por supuesto también de memorias y que luego no compré.

Estando en esta planta llegó una chica preguntando a un vendedor, también joven, por el libro Mala gente que camina, el chico dijo al mismo tiempo que la chica, en nombre del autor y yo también pensé en ese mismo momento en Bejamín Prado. El joven vendedor le indicó que de estar estaría en la planta de más arriba y le preguntó a otro joven vendedor que estaba a su lado si había leído Mala gente que camina, y sin esperar la respuesta del otro, se lo recomendó encarecidamente diciéndole que era una gran novela.

Salí de la Casa del libro de la Gran Vía sin comprar ningún libro, pensaba entrar en la librería de El Corte Inglés de Sol, pero me disuadió de entrar una gran cola, formada en su gran mayoría por señoras mayores, que esperaban la firma de Mariló Montero y un chico joven al que no conocía, estaban en la calle, al lado de la puerta de entrada a la librería por la Calle Preciados, firmando ejemplares de un libro de cocina.

Entonces pensé en la librería Méndez de la calle Mayor y allí me dirigí. En la puerta del teatro Arenal saludé a mi consuegra Carmina y a su hermana que esperaban para entrar en el teatro.

En la librería Méndez estaba firmando ejemplares de su libro Los enamoramientos Javier Marías, tenia también bastante cola, aunque no tanta, como la que tenía Mariló Montero.

Pregunté en la caja por el libro de Andrés Trapiello, Apenas sensitivo, el vendedor una vez comprobado que lo tenían me dijo pídeselo a Antonio. Éste estaba atendiendo a alguien que se presentó como empleada de la Editorial Alfaguara, esperé a que terminasen las presentaciones y le dije que el chico de la caja me había dicho que él me facilitaría el Apenas sensitivo, al principio puso pegas diciendo que no sabría si podría llegar a él entre tanta gente que estaba en la cola, pero enseguida vino con el ejemplar y lo mostraba ostensiblemente para que Javier Marías, que estaba enfrente lo viese. El tal Antonio no era otro que Méndez el dueño de la librería.

Cogí también un ejemplar de Los enamoramientos y cuando me disponía a pagar en caja, vi que al lado de Javier Marías, de pie, se encontraba Benjamín Prado. Al reconocerlo le dije que estaba leyendo su novela Operación Gladio, y que me estaba gustando mucho, la novela la compré la semana antes en el Aeropuerto de Barajas pues el libro Palabras a mano, de Ángel Gabilondo que llevaba de casa para leer durante el trayecto a Dublín me lo había dejado en el asiento trasero de mi coche en el que nos había llevado mi hijo Gonzalo.

Había estado en la conferencia que dio Benjamín en La Biblioteca Nacional, precisamente hablando de esta novela y de la satisfacción que sentía al haberla terminado y que hablaba de la matanza de Atocha, tema para mí muy sensible pues en el servicio militar coincidí con Javier Benavides Orgaz, uno de los abogados asesinados. Javier fue mi sustituto en las oficinas de la Dirección General de Mutilados cuando me licencié, e hicimos muy buenas migas en el periodo que estuvimos juntos.

También le hice saber los elogios que unos minutos antes había hecho de su novela Mala Gente que camina, el joven vendedor de La casa del Libro.

E intencionadamente le enseñé el libro de Trapiello y el de Marías, diciéndole: Sé que se llevan mal pero yo admiro a los dos y no me espero a que Javier me lo firme porque no llego a tiempo a ver el partido, a todo esto Javier Marías seguía firmando y no sé si se dio cuenta de lo que hablamos Benjamin y yo.

Benjamín dijo que se encontraba nervioso e impaciente debido al partido que iba a celebrarse entre el Barcelona y el Madrid, quedaba menos de una hora y por la gente que había en la cola no creo que Javier Marías llegara a tiempo a verlo empezar.

Le dije que había que hacer caso a lo que dice Sánchez Ferlosio sobre el futbol, que lo mejor para no sufrir es no tomar partido por ningún equipo, aunque en vez de decir Sánchez Ferlosio, debí decir Andrés Trapiello y me dijo si a Andrés no le gusta el fútbol, ni a Sánchez Ferlosio tampoco pensé yo, pero algo de razón tiene pues con el fútbol se sufre más que se disfruta, hasta el mismo Guardiola que ha ganado un montón de títulos se le nota que sufre más que disfruta.

Por cierto totalmente de acuerdo con el artículo de Javier Marías sobre Mouriño en EPS, un equipo como el Real Madrid no debe tener como entrenador a un mal educado, prepotente y que siempre echa las culpas a los demás.

No suelo leer novelas, en esto también pienso como Rafael Sánchez Ferlosio que después de escribir El Jarama una de las mejores novelas que uno haya leído, no volvió a escribir sobre este género. Ferlosio dice que le gustan las mentiras verdaderas, no sé si se refiere a que le gustan las mentiras que no pueden ser verdad o acaso se refiera a que las mentiras que le gustan son las que puedan ser verosímiles.

Aunque últimamente he leído varias novelas, además de la de Bejamín, he leido El Buque Fantasma de Trapiello y Los enamoramientos que acabo de terminarla. Me han gustado mucho las tres y por supuesto habrá que comprar Mala gente que camina.

Ahora disfrutar, lo que se dice disfrutar, como con Apenas sensitivo con ninguna novela.

Detrás de mi, en la cola para pagar en caja estaba un señor que me saludó, era Antonio Gil al que hace años le había alquilado una oficina en Ática, posteriomente se marchó a Valencia.

Quizás la causa de estos encuentros, en apenas dos horas en un Madrid tan grande, haya que agradecérselo al señor Cervantes y al señor Shekaspeare, que ejerciendo de santos laicos en el día de su onomástica facilitaron este serie de agradables casualidades.

Los recuerdos

Los recuerdos suelen
contarte mentiras.
Se amoldan al viento,
amañan la historia;
por aquí se encogen,
por allá se estiran,
se tiñen de gloria,
se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan
a nuestro acomodo,
según nos convenga;
porque antes que nada
y a pesar de todo
hay que sobrevivir.

Recuerdos que volaron lejos
o que los armarios encierran;
cuando está por cambiar el tiempo,
como las heridas de guerra,
vuelven a dolernos de nuevo.

Los recuerdos tienen
un perfume frágil
que les acompaña
por toda la vida
y tatuado a fuego
llevan en la frente
un día cualquiera,
un nombre corriente
con el que caminan
con paso doliente,
arriba y abajo,
húmedas aceras
canturreando siempre
la misma canción.

Y por más que tiempos felices
saquen a pasear de la mano,
los recuerdos suelen ser tristes
hijos, como son, del pasado,
de aquello que fue y ya no existe.

Pero los recuerdos
desnudos de adornos,
limpios de nostalgias,
cuando solo queda
la memoria pura,
el olor sin rostro,
el color sin nombre,
sin encarnadura,
son el esqueleto
sobre el que construimos
todo lo que somos,
aquello que fuimos
y lo que quisimos
y no pudo ser.

Después, inflexible, el olvido
irá carcomiendo la historia;
y aquellos que nos han querido
restaurarán nuestra memoria
a su gusto y a su medida
con recuerdos
de sus vidas.


jueves, 14 de abril de 2011

CUANDO LA LUZ SALE, LA SOMBRA APARECE







Leyendo Memorias de un niño de derechas de Francisco Umbral me entero de que el niño Jesús de la Bola que teníamos en mi casa y por el que me enfadé tanto con los misioneros que vinieron a Monroy a re-catequizarnos, se llama en realidad el niño Jesús de Praga.



En este estupendo libro sobre la infancia de Francisco Umbral en Valladolid, el autor se nos muestra como un ser desvalido y vulnerable, muy lejos de la imagen a la que nos tuvo acostumbrado en su edad adulta, donde se nos mostraba como un ser terriblemente engreído, arrogante y suficiente.



Umbral habla con frecuencia de los olores de su infancia, y es que no hay nada más evocador que los aromas. Ayer mismo paseando por el Parque de la Arganzuela que ha sido remodelado totalmente, dentro de la faraónica obra Madrid Río, que se culminará precisamente mañana con la inauguración de este parque de la Arganzuela, observé que entre los numerosos árboles que han plantado han echado una capa con trozos de corteza de pino y ese olor tan característico de la madera de pino, que a mí me resulta especialmente agradable, me transportó a la niñez y lo asocié inmediatamente al taller de tío Pedro el "aperaor" donde se fabricaban arados y carros.



Buscando palabras usadas en Monroy que me gustan especialmente, tales como camándula, descaliento, enjalmo, farraguas, jarapal, pizpierno, tarama. Empecé por la palabra portañuela, a continuación busqué calzonas y me encontré con esta definición: Calzón con portañuela, que llega a media pierna y es usado especialmente por picadores y vaqueros.



Quizás sólo fuese una simple casualidad que apareciese portañuela en la definición de calzonas, pero yo me inclino mas bien por la teoría que defiende Bertrand Russell sobre el poder que el subconsciente ejerce en nuestras decisiones, probablemente en alguna ocasión anterior había buscado la definición de calzona y mi subconsciente me llevó a ella al buscar la palabra portañuela.



Por cierto la palabra descaliento que se usa en Monroy, habría que traducirla creo yo como disgusto, sinsabor, y de ésta dice a su vez Andrés Trapiello, que lo llamamos sinsabores con lo amargos que son, amargosos añadiría yo dicho en Monroyego.



Russell defendía que el subconsciente trabaja sin que nosotros nos demos cuenta, hasta tal punto que cuando tenia un problema en lugar de preocuparse, lo que hacía era aparcarlo y poco tiempo después, casi siempre al levantarse, le venía la solución para el problema que se le había planteado.



Cuando estuve en San Sebastián trabajando de botones en la agencia de publicidad García Iñiguez, uno de mis cometidos era recortar los anuncios que nos encargaban publicar en los periódicos, para adjuntarlos como comprobantes en las facturas a los clientes. En estos periódicos solían venir gran cantidad de anuncios solicitando Jefe de Contabilidad, yo entonces me propuse que sería jefe de contabilidad, sin saber muy bien en que consistía ese trabajo.



Al llegar a Madrid después de uno inicios en el departamento de contabilidad de la segunda empresa que me coloqué, seis meses después de la primera, que era una librería, vi que aquello de las cuentas no me gustaba mucho, me aburría soberanamente haciendo sumas interminables con aquellas pesadas máquinas sumadoras de entonces.



Me olvidé totalmente de lo de ser jefe de contabilidad y pensaba tirar por otros derroteros, de hecho me pasaron al departamento de personal. Pero en mi subconsciente debió quedar muy grabado eso de querer ser Jefe de Contabilidad y lo cierto fue que pocos años después, con veintitantos, logré serlo en esa misma empresa constructora.



Algunas veces pruebo como ejercicio de escritura automática a escribir sin pensar lo que voy a escribir y salen frases de este tenor: Cuando la luz sale, la sombra aparece. Concretamente esta frase me salió así espontáneamente un 23 de julio de 2007.



Cuando la luz sale, la sombra aparece, esta frase o aforismo o como queramos llamarlo, me gustó mucho y me sigue gustando, quizás no sea enteramente mío, y yo no he hecho más que repetir lo que han dicho otros. Es muy posible y muy probable que lo hayan dicho otros, pues como muy bien decía Eugenio D’Ors: Lo que nos es tradición es plagio, aunque pienso que a lo mejor es más acertado decir: Lo que no es traducción es plagio y ya se sabe aquello de que no hay nada nuevo bajo el sol.



Pero aunque no haya nada nuevo bajo el sol y todo este inventado, siempre será nuevo para el individuo lo que él descubre por si mismo, el mundo está ahí, pero no es mundo hasta que no lo percibe cada uno como tal. Lo que uno descubre, eso es totalmente nuevo para él, aunque ya estuviera descubierto hace mucho tiempo.



P.D. Hoy se cumplen diez años de la muerte de Magdalena, desde aquí mi recuerdo emocionado.





Mañana cuando amanezca

ya no estarás, Magdalena,

te has ido sin avisar,

te has ido sin darnos cuenta.


El día que has elegido

para irte Magdalena

ha sido un día luminoso

de la mejor primavera.


Los naranjos de tu puerta

exhalaban azahar

las cigüeñas de la iglesia

acompasaban tu volar.


Todo el pueblo de Monroy

te acompañó Magdalena

todo el pueblo de Monroy

y casi toda España entera.



Has visto Magdalena

que estábamos todos

has visto Magdalena

nuestros dolores y penas.


Has oído las campanas

como tocaban por ti

has oído nuestras plegarias

has descansado por fin.



Mañana cuando amanezca

ya no estarás, Magdalena

te has ido sin avisar

te has ido sin darnos cuenta.



Monroy, 14 abril 2001



Tambien hoy es el cumpleaños de Mati.


Felicidades Mati.


Un día de primavera,


un día 14 de abril,


nació una flor hermosa


nació una bonita rosa,


una rosa de pitiminí.


Su bonita sonrisa descubre


un talante alegre y entrañable,


por Cáceres, Monroy o La Cumbre


en invierno, primavera o verano


a su lado el ínclito, el inefable,


el gran amigo, Antonio Floriano.


14/04/2005

miércoles, 6 de abril de 2011

HIJOS, PADRES, ABUELOS Y BARBEROS




Llevo bastante tiempo sin escribir en este blog y uno no sabe muy bien el porqué. He de confesar que me siento especialmente bien cuando escribo y trato de contar mis vivencias de niño de pueblo. Mientras escribo el tiempo se me pasa volando y, además, me siento reconocido y halagado por las muestras de cariño que me llegan de la gente amable que entra a leer estas modestas reflexiones.


Puede ser que como está llegando a su término el contar la etapa de mi vida en Monroy, no quiero que esto se produzca, y quizás sea esta la principal causa, que mi subconsciente se resista a hacer, lo que ahora mismo estoy haciendo, escribir sobre la página en blanco y ponerme a contar mis historietas de abuelo Porretas, cosa, que por otro lado, modestamente es lo que pretendo, contar las vivencias de un abuelo a su nieto.


Y no porque considere que mi vida sea más interesante que la de otros, lo que sí han sido más interesantes y sobre todo cambiantes, son las circunstancias que me han tocado vivir, todos los de nuestra generación hemos vivido el cambio tan espectacular que se ha producido en los últimos cincuenta años en el mundo en general y el mundo rural en particular.


Por otro lado, solamente conocí a mi abuelo materno, Miguel, del que supe de algunas de sus experiencias de viva voz, aunque tampoco se prodigó mucho. De mis abuelos paternos prácticamente no sé nada. Muchas veces he pensado que si mis abuelos, o mis abuelas, y cito a mis abuelas no por parecer políticamente correcto, sino porque soy un convencido defensor de la mujer, se hubieran dignado escribir sus experiencias me hubiera interesado vivamente en ellas, sobre todo para conocer su postura ante la vida, sus peripecias personales y su relación con el entorno y su tiempo.


Pensando en ti, querido Mario, por ahora el único nieto que tengo, y en los que puedan venir, auque en los tiempos que corren está muy caro eso de tener nietos, es el principal motivo por lo que escribo este blog. Espero que alguna vez y en alguna ocasión a ti te gustará, mi querido y cariñoso Mario saber lo que pensaba tu abuelo de la vida y sobre todos de las personas.


Leyendo las memorias de León Tolstói sobre su infancia y adolescencia viendo lo cariñoso que era, que besaba a todo el mundo y fundamentalmente a las personas de su servidumbre, lo he relacionado contigo, pues era tan besucón y cariñoso como lo eres tú. Ojalá llegues a parecerte al gran Tolstói, no ya el ser un gran escritor, sino, en lo que es más importante, en ser una gran persona. Yo creo Mario, que estás en el camino y si sigues así, sin duda, serás una buena persona.


Y de mi nieto a mi padre, unas de las buenas cosas que mi madre nos inculcó fue el dar las buenas noches cuando nos íbamos a dormir, recuerdo como íbamos todos uno detrás de otro en fila y por orden de nacimiento a dar las buenas noches a mi padre que estaba en el bar y me agradaba, especialmente, el olor que desprendía y la suavidad de la cara de mi padre cuando estaba recién afeitado.


Entonces los hombres no se afeitaban ellos, sino, que lo hacían en la barbería, o en el caso de algunos privilegiados, como mi abuelo Miguel, venían a afeitarle a casa una vez a la semana. Recuerdo ver a José y a Paco, hijos respectivamente del Señor Gregorio y del Señor Juan, los dueños de las dos peluquerías que había en el pueblo, cuando venían a afeitar a mi abuelo, y como afilaban la navaja en el asentador de cuero y como enjabonaban bien enjabonada la cara de mi abuelo con aquel jabón cilíndrico tan blanco y como limpiaban la navaja en recortes de hojas de periódicos. Cuando la navaja hacía algún pequeño corte en la cara se ponía un trozo de papel de fumar para parar la sangre.


Hablando de mi padre, recuerdo cuando se producían las conversaciones en la barra del bar, yo esperaba que él fuese el que tuviese la razón, que fuera el que mejor se expresara, y el que más sabía de todos los que estaban alrededor de la barra del bar, él estaba en un plano un poco más alto que los parroquianos, ya que estaba subido sobre el entablado que se ponía en el lado de dentro del mostrador.


Por supuesto no siempre era así, por mucha admiración que uno tenga por su padre a determinada edad, yo me daba cuenta que mi padre permanecía callado mucho más tiempo del que hablaba, cosa que ahora lo considero como una virtud y no como un defecto, pues sabía escuchar y lo que también con el tiempo he observado que mi padre tenía espíritu crítico y sentido del humor, pues se reía de si mismo.


Mi padre contaba que cuando estaba en intendencia con el camión para repartir víveres a los que estaban en el frente en el lado Nacional, en la única ocasión que la aviación republicana bombardeó la zona por donde se movía se tiró al suelo y el miedo le hacía intentar esconder la cabeza en la tierra, de tal forma que se hizo sangre en la nariz.


Contaba como vino rico de la guerra a costa de hacer estraperlo con las provisiones que se quedaban, el que parte y reparte se queda con la mejor parte, sobre todo traficaban con el café, él admitía que eso no estaba bien, pero que se vio impelido a hacerlo porque así se lo ordenaban sus jefes, él como soldado de confianza del capitán era el encargado de hacer las transacciones y a cambio recibía una parte de lo recaudado.


Con el dinero que trajo de la guerra se compró una camioneta de segunda o quizás tercera mano, y compartió la aventura con su hermano Vidal, trataban de hacer una empresa de transporte, pero ninguno de los dos tenía carné de conducir y contrataron a un chofer, y claro está, una sola y destartalada camioneta no daba para pagar a tanta gente y el negocio se vino abajo.


Cuando hablaba de la guerra, aunque a él le fue bastante bien en ella, reconocía que todas las guerras, y la guerra civil en particular, eran una verdadera calamidad, decía que la gente en su mayoría se había visto involucrada en ella no por ideología, sino que le había tocado en un bando o en el otro, en función de donde vivían. Nunca le vi mostrar odio con los vencidos de la guerra, al contrario, criticaba sin ambages a los que ejecutaron a la gente del pueblo que era considerada de izquierda, decía que eran verdaderos asesinatos, y se negaba a llamarlos, como se hacía eufemísticamente, purgas o paseos.


Incluso le gustaba escuchar por las noches a la famosa Radio Pirenaica, aquella emisora que tenía aquellos característicos pitidos que se producían a sintonizar la radio por onda corta, y aunque nunca renegó de ser un hombre de derechas, presumía de ser requeté, decía que aunque Radio Pirenaica decía muchas mentiras, era conveniente escucharla de vez en cuando para contrarrestar las mentiras que se decían por la radio ubicada en este lado de los Pirineos.

Aunque estuvo toda la guerra con un camión no supo nunca conducir, esto no fue óbice para que estuviese empleado los últimos doce años de su vida laboral en un garaje de la calle Ferrocarril, propiedad de Luis Gómez-Montejano, el que fue presidente interino del Real Madrid, los coches los movía empujando con el hombro con la puerta delantera abierta de esta manera maniobraba a la vez con el volante.


Con este señor, Montejano, recuerdo dos encuentros, uno fue en la playa de Santa Pola, donde coincidimos mis suegros, Maribel y yo, con él y su mujer una mañana del mes de agosto de 1974, les hizo mucha gracia que mi hijo Javier le llamase tío, a Antonio, el hermano pequeño de mi mujer, se llevan dos años, pero mi hijo Javier siempre ha sido muy grandote y parecían, más que tío y sobrino, hermanos, entonces Javier no había cumplido aún los tres años y Antonio tenía cinco.

El otro, fue allá por el año 1990, cuando se presentaban las parcelas del Pasillo Verde que iban a salir a concurso-subasta, allí estaban todos los empresarios del mundo inmobiliario, yo le reconocí enseguida pero no pensaba decirle nada, fue él quién me preguntó a qué empresa representaba, cuando se lo dije me pidió opinión sobre el precio medio que yo consideraba que se adjudicarían, creo que le contesté sinceramente, pues pensábamos que el precio sería de unas treinta y cinco mil pesetas de repercusión por metro cuadrado edificado.


No tuve por menos que decirle que mi padre era Andrés, que estuvo empleado por la noche en el garaje de su propiedad que estaba en los bajos de la casa donde vivía en la calle Ferrocarril. Creo que se alegró sinceramente, me dijo que le diese recuerdos a mi padre y que le felicitara por tener un hijo que era gerente de un grupo de empresas inmobiliarias siendo tan joven.


Luego resultó que la mayoría de las parcelas les fueron adjudicadas a REYAL a cincuenta mil pesetas metro cuadrado. A lo mejor pensó de mí que trataba de engañarlo, pero sinceramente era el precio que habíamos barajado entonces como justo.


De todas formas si hoy comparamos el precio de cincuenta mil pesetas del principio de los noventa, con el que se produjo en el mayor auge de la burbuja inmobiliaria que llegó a ser de diez veces más. Ahí tenemos una de las razones fundamentales del porqué de la crisis actual.


Mi primo Jesús Simón, me ha enviado escritas muchas anécdotas del pueblo, no todas se pueden contar, entre ellas hay alguna sucedida con su padre Isaac, que se casó con mi tía Maria hermana mayor de mi padre y que le llevaba veinte años. Isaac y Maria ejercían casi de padres con el mío, pues se quedó huérfano muy joven. Jesús, cuenta como su padre se llevó al mío de caza y cuando estaban en perfecto silencio porque vieron una liebre, el no se pudo contener y pensando que su cuñado tardaba demasiado en disparar, imitando el sonido de la escopeta dijo: Pum, pum, muerta, muerta. Menos mal que Isaac logró, a pesar del grito de mi padre, abatir la pieza.


Otra fue cuando vino con permiso en plena guerra civil y le presentaron a su sobrino Justo, hijo de su hermano Eustasio (Tío Churro), cuando vio lo rubio que era lo cogió en brazos y alzándolo exclamó: Alemán, tenemos a un alemán en la familia.


Sé que mi padre sufría mucho cuando me veía triste, aunque el no lo manifestara con palabras, por sus gestos sabía que se preocupaba por mí. Aun con las dificultades económicas que padecíamos cuando estuvimos en Rentería, cuando los sábados o domingos me lo encontraba por la calle, siempre me preguntaba si me hacía falta dinero.


Luego vendría la edad de la bendita adolescencia, que aunque es una etapa bonita para recordar, es también la edad donde más injusticias cometemos en nuestros juicios, uno a esa edad deja de mitificar la figura del padre e incluso la desdeña, para afortunadamente, volver a recuperar su estima cuando uno empieza a jugar el papel de padre y va viendo a lo largo del tiempo, lo mucho que se va pareciendo al suyo, cada vez más, y no sólo físicamente.


Mark Twain, uno de mis escritores favoritos, tiene un aforismo, entre los muchos y buenos que tiene, que viene muy bien aquí sobre la consideración que merece la figura del padre en función de la edad de los hijos dice:


Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.

jueves, 23 de septiembre de 2010

PROHIBIDO EL CANTE A CORO

Cosas dejadas en el tintero.

A lo largo de estos relatos de mi infancia de niño de un pueblo de derechas, se han quedado algunas cosas en el tintero, no sé si porque en su momento no las consideré importantes o porque las consideraba más intimas, lo cierto es que no salieron a la luz en su momento. Entonces tanto el pueblo como uno eran de derechas, ahora creo que nos hemos escorado un poco hacia la izquierda aunque no demasiado.

Entre las cosas dejadas en el tintero está mi primera confesión después de la primera comunión, cuando don Abilio me pedía a gritos que no dijese mis pecados en voz alta, que la confesión era una cosa privada entre el sacerdote y el pecador y que no debía enterarse nadie más, varias veces me conminó a que hablase en voz baja. Esto lo recuerdo como uno de los mayores ridículos de mi infancia, me sentía tremendamente avergonzado por la reprimenda de Don Abilio, uno se acercaba al confesar con todos los miedos y temores imbuidos y no esperaba que el confesor le recriminase por decir los pecados en voz alta.

Pero ¿qué pecados puede tener un niño de siete años para que tenga que confesarlos? Don Abilio me acuso de haber dicho “peticos”. Así llamábamos a las palabrotas, el petico era como un pecado menor, un pecado que no llegaba ni siquiera a venial. Cuando llegó don Marcelo y nos dijo que el decir palabrotas no era pecado, estuvimos todos los chicos del pueblo diciéndolas a la menor ocasión que se nos presentaba e incluso sin venir a cuento.

Ahora la jerarquía eclesiástica quiere que los niños hagan la comunión a los siete años, con esta edad la hice yo, no sé exactamente qué es lo que persiguen, pero si les sirve mi experiencia les diré que a pesar de haber hecho la comunión a los siete años, hoy me considero liberado totalmente de mi pasado de creyente, ¡Ojo doña Esperanza Aguirre! liberado de libre, es decir un librepensador, nunca he tenido nada que ver con los liberados sindicales que tan poco le gustan a usted.

Otra de las cosas que se quedaron en el tintero fue como mi madre, con lo estricta y religiosa que era, consintió en ocultar a los parroquianos el resultado de una especie de porra dirigida. La porra estaba patrocinada por alguien que ahora no recuerdo, consistía en elegir el nombre de un equipo de fútbol entre los de primera y segunda división, tío Guzmán eligió al Extremadura. El premio no debía ser muy gordo, no sé cuatrocientas o quinientas pesetas, lo cierto es que no se terminó de completar el panel y nunca se llegó a dar el premio al ganador. El ganador era el que hubiese elegido al Real Madrid. Esto lo descubrí abriendo antes de tiempo, y contraviniendo las normas de la porra. Cuando yo le dije a mi madre que el ganador era el Real Madrid y que había que darle el premio, mi madre me dijo que me callase y no dijese nada pues la gente se había olvidado de la porra, y el premio era superior a lo recaudado, mi madre me dijo que se les devolvería el dinero aportado por cada uno pero sólo en el caso de que lo reclamasen.

Ahora que hablo del bar de mis padres me viene a la memoria el cargador que había para rellenar los mecheros de gasolina, era de color verde y funcionaba con una moneda de diez céntimos, una perra gorda, hace poco he leído el porqué se les llamaba a las monedas de cinco y diez céntimos de peseta perra chica y perra gorda, parece que la acuñación no fue muy afortunada y los leones que aparecían en las mismas se parecían más a una perra que a un león y de ahí su nombre.

En el bar de mis padres, había también una tabla pintada de color verde, el mismo verde que tenía el cargador de gasolina de los mecheros, con el texto en letra inglesa negra que decía: Prohibido el cante a coro en este establecimiento. Uno recuerda la gracia que le hizo a su hijo Javier el cartel, hasta el punto que se lo quedó para él. El cartel dejaba patente el espíritu individualista de mi familia, se podía cantar pero de uno en uno. Ahora me explico yo mi carácter tan poco gregario, cada vez que se pone el Paquito el Chocolatero me niego a participar en él. Igual me ocurre cuando se hacen las coreografía en las que todo el mundo tiene que hacer lo mismo, me niego a participar por sistema, a mí me gusta bailar a mi aire, como me dé a mi la gana, y no que todos tengamos que hacer lo mismo. Claro que a lo mejor no lo hago porque soy tan mal bailarín que soy incapaz de realizar los ejercicios que se demandan. En cualquier caso, sea por un motivo u otro, no me gusta los bailes en el que todo el mundo tiene que hacer lo mismo y moverse al mismo tiempo, mi espíritu ácrata no va con eso. Mi espiritu se acomoda mucho mejor a la canción la Mala reputación de Georges Brassens y que yo me la aprendí por boca de Paco Ibáñez.

El bar de mis padres fue uno de los primeros en tener televisión, entonces, con su único canal, la televisión sufría muchas interrupciones, cada dos por tres aparecía un cartel: Rogamos disculpen esta interrupción. Cuando no aparecía el cartelito de marras, era la imagen que subía o bajaba sin parar y había que detenerla, para ello había que dar a una rueda hacia la izquierda o hacia la derecha hasta conseguir detenerla y centrarla en la pantalla. Otras veces la imagen desaparecía inclinándose de izquierda a derecha o viceversa, para ello había otra ruedecita que la enderezaba. Uno de los encargados de esta misión de enderezar a la televisión era yo y había veces que ésta estaba realmente rebelde y no había forma de hacerla entrar en razón con el consiguiente enfado de los parroquianos, que entonces pedían que el enderezador fuera otro y solicitaban a algunas de mis hermanas la misión de domesticarla.

En el bar de mis padres se aprendían cosas, uno hacía las veces de camarero y junto a sus hermanas ayudaba en el bar, recuerdo que una tarde de domingo cuando todas las mesas se llenaban de señores jugando a las cartas, tío Críspulo (q.e.p.d.) me pidió que le trajese un orange, uno tímido de por si, en lugar de preguntar que qué era eso, trató de hacerse el olvidadizo y no llevarle nada. Al rato un poco enfadado tío Críspulo dijo: ¿Dónde está esa naranja que he pedido hacia media hora? Me sentí realmente aliviado, resulta que la naranja en refresco se la llamaba también orange, con razón suspendí el francés de segundo y tercero ¡Mira que no saber que naranja se dice orange en francés! lo que no sé yo es por qué tío Críspulo lo sabía sin haber estudiado francés.

La emisión de la televisión terminaba a las doce de la noche con el Alma se serena, en él se hacía una especie de meditación donde se recitaban poesías con música de fondo y paisajes bonitos. La manera que tenía mi alma de serenarse era salir a contemplar las estrellas, encaramado en la ancha acera que había delante del bar mientras contemplaba la bóveda celeste, sentía un inmenso placer, me estremecía y se me ponían los pelos de punta, cuando en medio del silencio me disponía a hacer, lo que hacía todas las noches, orinar sobre la calle.

Esto que puede parecer una chorrada, nunca mejor dicho, me marcó para siempre. Cuando estoy en campo abierto, sobre todo si es de noche, me entran ganas de regar la tierra y me siento como entonces al terminar la emisión del Alma se serena me estremezco y me invade una sensación de paz y libertad.


La mala reputación.

En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación,
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal.

Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño.

No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos es natural.

Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.

En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla doy al señor
Y he aplastado el perseguidor
Eso sí que sí que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata

Y a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer.

A pesar de que no arme ningún lío
Porque no va a Roma el camino mío
No, a le gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Tras de mí todos a ladrar
Salvo los mudos es de pensar.

miércoles, 7 de julio de 2010

ALFA ES LA QUE ME GUSTA, ALFA ES LA QUE YO QUIERO



Manolo "Máquina" era herrador, provenía de Talaván, además de herrar caballos llevaba la representación de Ricardo Rodríguez Estecha en Monroy, emigró de Monroy hacia Madrid y le pasó la representación a mi padre.

Los Rodríguez Estecha habían iniciado una campaña muy agresiva en toda la provincia de Cáceres para vender máquinas de coser Alfa, se vendían a plazos mediante la firma de letras de cambio que tan extendidas estaban por aquella época como fórmula de financiación, creo recordar que se daban hasta treinta y seis meses para pagar. La campaña venía precedida con una caravana de furgonetas y megafonía que iba casa por casa ofreciendo, la por entonces muy usada herramienta, aunque no en todos los hogares. Yo como hijo del representante iba acompañando junto con mi padre la caravana que se parecía mucho a las que se organizaban en las primeras elecciones.

Creo que era sobrino de Ricardo Rodríguez Estecha, un muchacho bien parecido que cuando entraban en las casas aprovechando el revuelo de gente que iba en la demostración, no sólo entraban los vendedores, sino, que además se iban uniendo los muchachos del pueblo, ante el tumulto aprovechaba para arrimarse e incluso manosear a alguna chica de buen ver que se dejaba querer, luego éste se vanagloriaba y me lo comentaba, yo me ruborizaba, me decía lo buena que estaba ésta o aquella y como se había arrimado y que no se retiraban, la verdad no sé si era un poco fantasma, pero lo cierto es que mis propios ojos vieron como una de ellas, bastante guapa por cierto, se dejaba tocar complaciente y a mi me esto me disgustó bastante, aunque quizás fuese más por envidia que por otra cosa.

La campaña tuvo bastante éxito y se vendieron muchas máquinas de coser Alfa pero a mí me quedó la impresión de que mi padre no servía para vendedor, era un hombre bastante honesto como para engañar a la gente, él mismo estaba sorprendido de la manera tan tonta de que la gente se dejaba engañar comprando un producto que la gran mayoría no iba a utilizar, porque para ello primero tendrían que aprender a coser.

Este verano fue cuando me fui con mi padre unos días al Barroso de Arriba. El Barroso era la finca que mi padre estaba de mediero, así se los llamaba por la forma de pago del arrendamiento, la mitad del producto de la cosecha era para el propietario de la finca.

Recuerdo algún verano anterior haber ido a pasar dos o tres días al Barroso con mi hermana Paqui y su amiga Lilia, nos bañamos en la charca que estaba cerca del caserío, que a mí me resultaba muy señorial con sus paredes y tejados cubiertos de pizarra y sus grande árboles, creo que eucaliptos, dando sombra a la casa.

La obsesión que había entonces con la digestión, no nos podíamos bañar hasta que no habían transcurridos tres horas de haber comido, me llevó a decir la tontería más grande que recuerdo de mí y eso que habré dicho muchas en esta vida. Bebiendo agua me atraganté, (me añurgué, decíamos), sentí un gran dolor en la garganta, no se me ocurrió dar otra explicación mejor a Lilia que estaba a mi lado, le dije muy convencido que el momento de beber agua debió coincidir con el momento de la digestión y por eso me había dolido tanto. La digestión para mi no era un proceso lento en el que el estomago fuese poco a poco absorbiendo los alimentos, la digestión era una cosa mágica que sucedía dentro de las tres horas siguientes a la de comer.

Pegado a la casa de los señores estaba la casa que mi padre compartía con otro mediero Marcos, que era de Hinojal, al que recuerdo que tenía un hijo pelirrojo que se parecía más a un irlandés que uno de Hinojal, pueblo en el que se hablaba cambiando la terminación de las palabras, las acabadas en “e” se pronunciaban como “i” y las acabadas en “o” como “u”. Esta característica del habla extremeña se da en algunos pueblos cercanos a Monroy como es el caso, además de en Hinojal, en Serradilla o en Garrovillas y es para mi un misterio como en los demás pueblos cercanos no se da este fenómeno y en estos sí.

La casa asignada a los medieros, se componía de una sola estancia, que servia de cocina, comedor y dormitorio, eso si tenía chimenea, allí dormían en el suelo mi padre y sus criados que eran tres y Marcos y dos de sus hijos, a esto había que añadir a nosotros tres, aunque, creo que nosotros dormimos los tres días en la parva. También recuerdo u gran corral que se me antoja igual que los de las ventas de Don Quijote con sus correspondientes cuadras con arcos.

El menú único y repetitivo de los trabajadores era gazpacho y tocino para desayunar, tocino y gazpacho para comer y para cenar gazpacho y tocino, el orden no importaba mucho, es más solía comerse un trozo de tocino y una cucharada de gazpacho para ayudar a pasar el tocino.

Por la noche las mujeres llevaban a la era tortilla de patatas y gazpacho, claro que esto era en el pueblo. En el Barroso no había mujeres para llevar la cena. El gazpacho y el tocino eran asiduos en la dieta veraniega, que visto con la perspectiva de hoy no era una mala dieta. El tocino que tan denostado está hoy, con el trabajo tan duro y de sol a sol de los segadores las calorías que da éste se quemaban todas e incluso más, en aquellos tiempos, no recuerdo a ningún trabajador del campo que estuviese gordo.

Recuerdo que el gazpacho se hacía en un gran cuenco de madera de encina con todos los ingredientes a la vista, predominando el rojo de los tomates y el verde de los pimientos, no había platos, todos comíamos metiendo las cucharas en el centro del cuenco.

Este año que había ido yo solo al Barroso, recuerdo lo abrupto que me resultó que me despertaran a las cuatro de la mañana para ir a Monroy, con dos de los criados de mi padre que iban a llevar el trigo a lomos de los caballos. Soy un gran dormilón y desde siempre me ha costado madrugar, pero aquel día lo fue especialmente, aunque, una vez pasada la primera impresión de fastidio, el recuerdo que me ha quedado hoy, de esa noche durmiendo a la intemperie en la parva, es el de haber sentido la bóveda celeste tan cerca de mí, que casi la podía tocar con las manos, el mundo era abarcable y alcanzable, el planeta se me antojaba tan pequeño y cercano como el del Principito. De hecho, cada vez que sale a colación el precioso libro de Saint Exupéry, me viene a la memoria ese madrugón, al principio intempestivo, pero que luego me hizo sentir la inmensidad y al mismo tiempo la cercanía de la bóveda más estrellada y constelada que he visto nunca.

Esa misma mañana después del buen desayuno que me preparó mi madre, de un relajante baño en la pila del patio, recién mudado, con ese olor tan agradable de la ropa limpia, con una camisa blanca, pantalón azul corto imitando a vaquero y zapatillas de lona blanca recién estrenadas, salí a dar un paseo por el pueblo.

La evocación de la mágica madrugada de ese mismo día, donde el aroma de la mies humedecida por el rocío y el azul oscuro, casi negro, de la bóveda del cielo, se mezclaba con el olor a melocotones de los puestos del mercadillo de la plaza. Todas esas sensaciones juntas, hicieron que me sintiese en paz, sereno, esperanzado, en armonía conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba, el mundo era un lugar maravilloso.


Y supe, como Juan Manuel Serrat en su bonita canción Soneto a mamá, que lo sencillo no es lo necio, que no hay que confundir valor y precio, que un manjar puede ser cualquier bocado si el horizonte es luz y el rumbo un beso.

viernes, 2 de julio de 2010

DEMASIADO RESPETO



Recordar no es repetir, sino escuchar lo que nunca estuvo callado (W.S. Merwin)

Uno lleva bastante tiempo sin escribir en este blog y es que ya quedan pocos capítulos para terminar de contar las vivencias de su infancia. Infancia que termina abruptamente un veintitantos de septiembre de 1964, día que tuve que abandonar el encinar poniendo rumbo al norte, siguiendo otras pisadas. Es como si mi subconsciente se resistiera a terminarlas, y no quisiera abandonar el refugio que es volver una y otra vez a donde se ha sido feliz, o al menos, se piensa que se ha sido feliz, ya se sabe: el olvido se lleva la mitad, las cosas malas.

Y uno piensa, al igual que Albert Camus, que: el sol de mi infancia me privó de todo resentimiento. Esto ha hecho que se sienta muy reconfortado cada vez que se acuerda de su pueblo y ahora piense que esta salida tan abrupta, a la larga, le ha beneficiado, pues Monroy ha quedado inexorablemente unido a su niñez. Para uno decir Monroy es decir infancia.

Me había quedado en mi última entrega en septiembre de año 1963, cuando me quedó un ejercicio de Cuarto y Reválida, de modo que para el año siguiente sólo tenía que repasar lo ya estudiado del grupo de ciencias que, curiosidades de la vida, era donde mejor nota media tenía, gracias a las matemáticas. Debido a que en el curso no tenía que estudiar mucho este año mi madre me empezó a encargar tareas para ayudar en la casa.

Dentro de las tareas asignadas lo que peor llevaba era barrer el corral, más que nada por las escobas que se utilizaban, hechas con retamas de una forma muy tosca, y a las primeras de cambio en cuanto empezaba a barrer, me salían ampollas en mis tiernas y protegidas, hasta entonces, manos de niño.

Todos los días, nada más levantarme, tenía que limpiar el tinado donde estaban las vacas, y llevar sus excrementos al estercolero, También limpiaba todos los días la zahúrda de los cerdos, la cuadra de los caballos se limpiaba cada tres o cuatro días y el gallinero se solía hacer una o dos veces al año, aunque para éste había premio por limpiarlo, dos suculentos huevos fritos para desayunar.

Otro de los cometidos asignados era vaciar el estercolero del corral cuando éste se llenaba. El estiércol se llevaba a la era, para este menester el caballo asignado era el Perche, que como su nombre indica era un percherón, se le había escogido porque en apariencia era el más tranquilo de los caballos que teníamos en casa. Pero era sólo en apariencia, porque el muy resabiado cuando estábamos de vuelta después de haber vaciado el serón, se paraba en seco daba un respingo levantando las patas de atrás. La primera vez que lo hizo me pilló desprevenido y me lanzó hacia delante con bastante violencia y di con todos mi huesos en el suelo, hay que tener en cuenta que era muy difícil afianzarse en la montura ya que este llevaba albarda y encima de ésta iba el serón doblado que hacia imposible poder abarcarlo con las piernas.

El día que murió Juan XXIII (3/6/1963) subí al campanario acompañando a los monaguillos y en honor del mejor Papa de la historia, mientras se tocaba a duelo, nos fumábamos un Ducados, era el primer cigarro emboquillado que probábamos, pero la boquilla no quitaba para que me marease igual que me sucedía con los Celtas, o con los canarios de papel dulce: Antillana, Rumbo. Era como pasar de la patatera al chorizo, para compararlo con el jamón tendríamos que esperar al rubio americano.

Cuando fumaba, al tragarme el humo, me mareaba, pero eso no era óbice para seguir fumando, por entonces nadie decía que el tabaco perjudicase. Hasta que no venías de la mili no estabas autorizado a fumar delante de tu padre, la madre solía hacer la vista gorda y te dejaba fumar, si no de una forma explicita, si tácitamente. Los padres sabían que los hijos fumaban pero no se podía hacer delante de ellos, los hijos se salían de la reunión donde estaban los padres a la calle, lo mismo que hacen ahora los empleados de las oficinas, para fumar. Era una norma de respeto a la autoridad del padre.

Recuerdo que un día iba yo tan ufano montado en mi yegua blanca cuando vi venir a mi padre, que también iba montado en un caballo, y no se me ocurrió otra cosa mejor que meter el cigarro en el bolsillo. Nada más llegar a casa mi madre se interesó por el estado de mi bolsillo, pero sin hacer ningún reproche, al contrario, creo que lo hacía con orgullo pensando que me iba haciendo hombre y que respetaba las tradiciones.

Siempre he pensado que esta medida de respeto era un tanto absurda. Hasta que no venías de la mili, es decir: hasta que no alcanzabas la mayoría de edad y te hacías hombre no estabas autorizado a fumar delante de tu padre. Por lo tanto, era obvio que fumar era cosa de hombres, y por eso tratábamos a toda costa de imitarlos, a pesar, que como era mi caso, casi siempre nos mareásemos.

Lo mismo de absurdo resulta, con la perspectiva de hoy, el llamar de usted a tus padres, mis hermanos y yo lo hicimos hasta que nos vinimos a Madrid, entonces fuimos poco a poco tuteándolos, pero curiosamente, mi padre si bien aceptaba el tuteo, cuando se refería a algo que algún hijo le había dicho, siempre lo citaba como si le hubiésemos tratado de usted y no de tú, que era como realmente lo hacíamos.

Fue también en este año de 1963, cuando jugando con mi hermano Miguel Ángel, que tenia más o menos un año, lo subí sobre mis hombros y comencé a saltar imitando a un caballo, en un momento determinado dije: mira sin manos y nada más soltar sus manos de las mías, se cayó dando con la cabeza directamente en el suelo, el golpe fue tremendo, aún retumba en mi cabeza el estruendo que se produjo. Pensé que se había matado, me quedé sin habla y estuve varios días vigilando su sueño en la cuna, me acercaba para comprobar que seguía respirando, fue terrible, pero una vez más pude comprobar la gran entereza de mi madre, en lugar de hacerme reproches me animaba y trataba de que no me sintiera culpable.

Creo que este episodio de la caída no ha influido para mal en la cabeza de mi hermano pequeño, pues hoy es Ingeniero Superior de Telecomunicaciones, carrera que sacó, al igual que mi otro hermano, Vicente, la carrera de Psicología, al mismo tiempo que trabajaba. Creo que no es fruto de la casualidad que los tres hermanos varones hayamos hecho nuestras carreras al mismo tiempo que trabajamos, sin duda algo tuvo que ver la mano de nuestra madre que con sus ideas y con su ejemplo de mujer trabajadora y abnegada, nos transmitió que con esfuerzo y dedicación se pueden conseguir las metas propuestas.

martes, 13 de abril de 2010

LIBRO SOBRE MONROY

PRÓLOGO DEL LIBRO EDITADO EL PASADO MES DE AGOSTO CON MOTIVO DE LA CONMEMORACIÓN DEL 700 ANIVERSARIO Y QUE SE PUEDE ADQUIRIR EN LOS ESTABLECIMIENTOS DE MONROY Y EN LA ASOCIACIÓN CULTURAL EL BEZUDO

El amigo Juan Vicente Rosado Gómez, entusiasta y trabajador Presidente de la Asociación Cultural El Bezudo, me pide que prologue este Volumen que contiene el interesante, riguroso y meritorio trabajo de investigación que han realizado los profesores Santiago García Jiménez y José María Sierra Simón, también amigos; además se incluye un excelente trabajo realizado sobre nuestra fiesta de “Las Purificás” por Maria Teresa Gómez Camarero, Mari para todos nosotros, a la que le viene como anillo al dedo (dicho en monroyego: le viene ello por ello) la definición que el gran Neruda hizo de los poetas de pueblo: Poeta natural de la tierra que en el viejo corazón del pueblo ha nacido y de allí viene su voz sencilla.

Para mí es todo un honor figurar en este libro, aunque sólo sea a través de este modesto prólogo, junto a tan brillantes autores. Lo único que comparto con todos ellos es haber nacido en el mismo pueblo. Considero que no es ningún mérito nacer donde nacemos, pero si lo es amar, compartir emociones y ser tolerantes con lo que nos hemos encontrado a nuestro alrededor, y es en este sentido donde creo que nos une algo más que el lugar de nacimiento, nos une, fundamentalmente, el ser monroyegos por dedicación, comprensión y amor.

A Santiago y a José Maria, además de haber realizado este exhaustivo estudio de la Villa Romana, cabe adjudicarles, también en comandita, el gran mérito de haber sido sus descubridores, acontecimiento este que considero de los más relevantes en la historia de Monroy, al mismo nivel que la fundación del pueblo, en 1309, o la remodelación del Castillo que hizo el insigne pintor Pablo Palazuelo.

Aunque la mayoría de estos trabajos ya estaban en la página web de la Asociación El Bezudo, creo que es muy oportuno publicarlos en el libro que conmemora el 700 Aniversario de la fundación del pueblo. Un libro hace que las cosas sean más patentes y reales que en el mundo virtual, al menos hasta ahora, y este libro es pertinente en este momento, porque, como podremos comprobar a través de la lectura del primer capítulo, queda muy clara la influencia que ha tenido el hecho de que Monroy naciera, hace siete siglos, alrededor de un castillo.

El libro abarca desde el estudio del patrimonio artístico -la Villa Romana, la Iglesia de Santa Catalina y el Castillo- hasta el estudio del patrimonio cultural y etnográfico con sus fiestas, costumbres y vocabulario autóctono.

Santiago García ha confeccionado un exhaustivo vocabulario donde se recogen todas las palabras que usamos en Monroy, y que, después de estar mucho tiempo sin oírlas, de pronto uno las escucha y se siente inmediatamente transportado a los tiempos de su niñez.

La mayoría de los localismos se producen por la tergiversación de las palabras, ya que debido a la transmisión por vía oral, las sílabas se trastocan y se convierten en sonidos parecidos al de las palabras originales. Algunos de estos localismos tienen mucha gracia, a veces se encuentra uno con expresiones como ésta: ¿Qué vamos a comer hoy? Preguntaba José Manuel a Matilde, su madre. Muchachinos con chalecos. Respondió ella de la forma más natural. Se refería a que iban a comer alubias de la variedad carilla.

En Monroy llamamos a la alubia: frejón. El Diccionario de la R.A.E. da como palabra usada en Extremadura frejol, que no es otra que el fréjol o fríjol de los mejicanos.

“Le han operado de la pendi” se dice en referencia a la extirpación del apéndice que todos tenemos en nuestro intestino, como reminiscencia de nuestros antepasados los primates y que a ellos les servía para fermentar las hojas para su dieta, pero que a nosotros no nos sirve para nada, y cuya inflamación nos provoca una apendicitis, o, en el peor de lo casos, una peritonitis.

A principios de los años sesenta del pasado siglo, se puso de moda un corte de pelo denominado “garçon”, chico en francés. Pues bien, mi madre que era muy aficionada a las revistas de moda, decidió que la palabra para denominar este corte de pelo que las chicas se hacían para parecerse a los chicos y estar más cómodas se pronunciaba guasón. Siempre me he preguntado quien sería el guasón ese que las tomaba el pelo.

Cuando se decidió que nos viniéramos de San Sebastián a Madrid, uno de los argumentos favoritos de mi madre era que también en Madrid había fábricas importantes donde podríamos colocarnos, que en “Las Tandas” se habían colocado varios de Monroy. La fábrica a la que se refería mi madre no era otra que “Stándar Eléctrica”, hoy Alcatel.

Creo que fue Camilo José Cela el que dijo que ‘se es de donde se ha estudiado el Bachillerato’, entendido esto, no en el sentido de haberlo estudiado, sino por el lugar donde se ha vivido cuando se tiene la edad de estudiarlo. Todos los que aquí figuramos hemos vivido con esa edad en Monroy, pero es que, atendiendo literalmente a esta premisa, tanto José Maria Sierra cómo yo, somos, sin lugar a dudas, muy de Monroy, pues los dos hemos estudiado el Bachillerato en el pueblo.

Lo hicimos por libre, aunque no libremente, pues no teníamos otra opción. Siempre que recuerdo estos tiempos de libertad condicionada, pero de libertad al fin y al cabo, aparece el amigo José Mari, al que teníamos como ejemplo a seguir pues fue el primero de los alumnos de don Juan Soria que consiguió aprobar Cuarto y Reválida.

Decía también el gran poeta Rainer Maria Rilke, que ‘la verdadera patria del hombre es la infancia’, y yo no puedo estar más de acuerdo con él; incluso añado que los veranos de la infancia son la patria de la patria, vamos que son la repatria.

A propósito de lo de repatria, me viene a la memoria una anécdota que contó Santiago García cuando yo tenía siete años. Era verano, Santiago y todos sus amigos estaban sentados, en la Calle Nueva, en el umbral de la tienda donde hoy se venden los periódicos y que entonces era una casa. Entre sus amigos estaban su hermano Ramón, Virgilio, Manolo Vega, Daniel Sierra, Ulpi (q.e.p.d.), y mi primo Isaac, que aquella tarde fue capaz de beberse de un trago, sin respirar, una botella de litro de gaseosa La Casera. Pues bien, Santiago contó que cuando se estaba representando en el teatro romano de Mérida “La Orestíada” un alcalde de un pueblo cercano dijo que le habían invitado a ver una obra que se llamaba La Reostia.

A mí siempre me ha gustado escuchar las conversaciones de los mayores, con esto no quiero decir que Santiago sea muy mayor pues sólo me lleva tres o cuatro años. Ponía gran atención en lo que decían. La edad que teníamos cuando Santiago contó esta anécdota, puedo precisarla porque también recuerdo que comentaba con sus amigos el conflicto que estaba a punto de estallar con Marruecos en el Sidi Ifni, y esto sucedió en 1957.

Santiago y sus amigos compartían la preocupación por este conflicto ya que había muchachos de Monroy haciendo la mili allí, e Isaac y yo estabamos especialmente preocupados porque entre ellos se encontraba nuestro primo Justo Gómez Durán (q.e.p.d.)

Es curioso como me van aflorando los recuerdos de la infancia. Dicen que la miel es muy buena para la memoria. Cuando éramos pequeños existía la costumbre de untar el chupete con miel, y, a lo mejor, es por esto por lo que tengo tantos recuerdos. Contaba mi madre que un día se extrañó de que con lo zampón, como buen Gómez, que soy me pasase tanto tiempo sin protestar. Cuando, preocupada, fue a ver el motivo de mi silencio me encontró de pie sobre la cuna comiéndome la miel a dos manos: había vaciado el recipiente que estaba en la mesilla lleno del rico néctar.

Mi buena memoria quizás sea debida, también, al fósforo que tomé cuando estudiaba, pues mi madre me hacía tomar pastillas de Fosglutén, que, según el prospecto, servía para reforzar la memoria. Era tal la fe que mi madre tenía en las medicinas que me pedía que no le contase a nadie que tomaba Fosglutén, porque iban a pensar que si aprobaba era debido a las pastillas, que hacían que tuviese más memoria.

Nos hacía tomar a todos los hermanos Adetín, que era un complejo vitamínico para combatir el raquitismo, seguramente la constitución ósea tan fuerte que tengo se debe a la ingestión de esta medicina.

También nos daba continuamente yodo, aunque creo que esto se lo daban a todos los niños del pueblo, estaba muy extendido en esta época en Extremadura el tomar yodo, pues la falta de este elemento era lo que provocaba la pandemia del bocio causante del cretinismo en la zona de Las Hurdes.

El Doctor Marañón supo ver que el verdadero problema de Las Hurdes era debido a una paupérrima alimentación, y que no tenía nada que ver con una raza maldita, ya que en cuanto comieron como era debido, se acabó el cretinismo.

Con catorce años salí del pueblo hacia Rentería, trabajé de botones en una agencia de publicidad de la calle Garibay de San Sebastián. Mi trabajo consistía en llevar los anuncios a la radio, a los cines y, sobre todo a los periódicos. En aquella época se editaban El Diario Vasco, La Voz de España y el vespertino Unidad. Enseguida hice amistad con los empleados de los distintos medios, que, en general, eran bastante simpáticos y afables, y también con los botones de las demás agencias, pues solíamos coincidir varias veces al día en los mismos lugares. Allí todo el mundo te preguntaba dónde habías nacido. Cuando les decía que era de un pueblo de Cáceres, siempre me decían que no lo parecía, y, enseguida, sacaban a colación Las Hurdes. Sin embargo, en Madrid, como pude comprobar un año después, a nadie le importaba de donde era.

¿Qué no parecía extremeño? ¿Qué concepto tenían ellos de los extremeños? Pude comprobar que no muy bueno, pues nos llamaban despectivamente manchurrianos; también usaban nuestro gentilicio, cacereño, en tono despectivo.

Hubo un grupo de exaltados, capitaneados por un fotograbador de La Voz de España, que trató de captarme para su causa, que no era otra que la del nacionalismo vasco (entonces estaba ETA en embrión), y cuando se enteraron que era extremeño y que no estaba dispuesto a dejar de serlo, dejaron de hablarme y me hicieron el vacío.

Este episodio me marcó para siempre y pienso que en sentido positivo, pues me hizo darme cuenta de lo tremendamente injusto que es juzgar a la gente por su lugar de procedencia. Desde entonces tengo un inmenso respeto por todos los que se han visto obligados a emigrar.

Si ya de por sí, en condiciones normales, todo ser humano es débil y vulnerable, no digamos si encima uno es todavía un niño, se encuentra lejos de la otra mitad de la familia, su madre y cuatro hermanos, y se siente menospreciado y rechazado por un grupo que forma parte de su entorno diario.

Hay que decir, en honor a la verdad, que hubo otros que se solidarizaron totalmente conmigo, entre ellos no puedo olvidar a un chico de mi misma edad, Jesús, botones también como yo de una agencia de publicidad, que en todo momento me prestó su apoyo. Descubrí con él lo importante que era la amistad, y también descubrí el colorido tan espectacular que tenía la Vuelta Ciclista a España, sobre todo, después de estar acostumbrado a verla por la televisión en blanco y negro.

Jesús me presentó a Gabica, que era familiar suyo, y ciclista integrante del famoso equipo Kas, y pude ver, y casi tocar, al mítico Rik Van Looy, aquel que era citado en el libro “María Matrícula de Bilbao”, para nosotros titulado “Luiso”, y que nos habían mandado leer para la asignatura Formación del Espíritu Nacional, ahí es nada, claro que nosotros, más prosaicos y cándidos, la llamábamos sencillamente Política.

Acostumbrados como estábamos a estudiar de memoria y aprendernos las lecciones casi al pie de la letra, el libro de “Luiso”, que era una novela, pensé que también me lo tendría que aprender de memoria, y, según mis recuerdos, el libro empezaba más o menos así:

Al capitán del Maria no le importaba ni poco ni mucho la Vuelta Ciclista a España. Pero al oír la radio en su camarote se alegró pensando que su hijo Luiso estaría muy contento, que se le pondría la carne de gallina al saber que su ídolo Bahamontes se había encaramado en lo más alto de la clasificación de escaladores. Rik van Loy, había vuelto a ganar al sprint una etapa más...

Pues allí estaba yo, junto a mi amigo Jesús, viendo de cerca a Rik van Loy, casi tocándole. Es una de las escasas alegrías que recuerdo de aquella época.

Nunca he olvidado la inmensa tristeza que sentí un Lunes de Albillo, siempre mi corazón de lunes ha sido mucho más triste que mi corazón de viernes, y, encima, ese lunes me habían mandado a cobrar unas facturas a las instalaciones de Tintorerías París, que estaba en el Barrio de Loyola, y que me costó bastante tiempo encontrarlas, a pesar de que no era pequeño el edificio que las albergaba.

Aquel lunes no pude evitar que se me saltaran las lágrimas pensando que, en ese mismo momento, en Monroy, muchos de mis amigos estarían montando un caballo bellamente enjaezado, mientras yo me encontraba a cientos de kilómetros de distancia, empapado por la lluvia. Y aunque no estaba en cualquier parte, ni en cualquier lugar, porque San Sebastián es un lugar precioso, estaba lejos de mi otra gente y del encinar; había seguido otras pisadas, tanto nos habíamos seguido las pisadas unos a otros los monroyegos que –pasado el tiempo- Rentería y Monroy se hermanaron, al comprobar, por el censo, la gran cantidad de monroyegos que habían emigrado en los años sesenta a esa industriosa población.

También se le saltaron las lágrimas a mi padre cuando llegué a casa de mi tía Ángeles, que era donde vivíamos en Rentería, y le recriminé que el año anterior no me hubiera dejado ir al Lunes de Albillo montado en la preciosa yegua blanca que había comprado en la feria de Cáceres y que un buen día descubrí que se saltaba las paredes de las cercas conmigo de jinete. Entonces me había prometido que el próximo año me dejaría ir, que estrenaría el bocado que llevaba varios años colgado sin haberse utilizado, y me compraría una albardilla nueva.

Ese próximo año había llegado y ya no teníamos ni bocado, ni albardilla, ni yegua blanca, ni cercas, ni Lunes de Albillo, ni nada de nada. Si me hubiera dejado ir el año anterior, por lo menos, podría haber vivido la experiencia por la que tanta ilusión tenía, pues, desde muy pequeño, soñaba con poder ir a la romería del Lunes de Albillo con un caballo enjaezado y con una amazona al lado.

Al evocar todo esto me pongo en el lugar de mi padre y pienso en el enorme sufrimiento que debió sentir al verme a mi tan compungido y triste. Hoy que ya soy abuelo, sé, por experiencia, que esto le debió doler a mi padre más que a mí.

Mi padre después de haber vivido más o menos bien en el pueblo, con cincuenta y un años tuvo que trabajar de peón de albañil en la construcción de La Papelera Española, de Rentería, y de descargador en el Puerto de Pasajes. Las circunstancias le obligaron a abandonar su tierra y emprender una nueva vida muy diferente a la que había tenido en el pueblo, pero tengo que decir en su honor, que mi padre, lejos de lamentarse, nos dio todo un ejemplo de dignidad y de saber adaptarse, incluso le cambió el carácter para bien: tenía que trabajar duro, pero el fin de semana recibía la remuneración por su trabajo, y ya no tenia que esperar todo un año para ver el resultado de la cosecha, que casi siempre, y sobre todo en los últimos años, era un mal resultado.

Como ya dije, estoy totalmente de acuerdo con Rilke que la patria de cada uno es su infancia, y porque esto es así, no importan tanto el país, ni siquiera el paisaje, lo importante de verdad para la infancia es el paisanaje.

Un lugar puede tener un inmenso mar azul y playas de arena fina y otro sólo tiene un río con muchas piedras, pero su cielo es de un azul tan intenso que quien lo mira se olvida de las piedras del río. Uno puede ser muy feliz montado en un barco, otro montando en un caballo.

Como siempre estoy hablando de mi pueblo y de mi infancia es posible que algunos puedan meterme en el mismo saco que a los nacionalistas. Pero una cosa es amar y defender las cosas de mi tierra que merecen la pena, no todas por cierto, y otra muy diferente sería el que yo negase en los otros estos mismos sentimientos. Precisamente porque yo he amado mucho mi pueblo y he sentido mucho tener que abandonarlo, por eso mismo, entiendo y me pongo en el lugar de otros que sienten lo mismo que yo por su lugar de origen.

El nacionalismo es excluyente, en el fondo todo nacionalista niega al otro al considerarse superior, es cierto que debido a variados factores en unos sitios se vive, económicamente hablando, mejor que en otros, pero hay un principio universal y fundamental para el desarrollo del individuo, que no es otro que el principio de la igualdad de oportunidades.

Cuando los extremeños hemos tenido las mismas oportunidades que otros hemos demostrado que somos iguales a los demás. Mi estancia en San Sebastián me hizo reafirmarme en mi sentimiento por todas las cosas de Extremadura, pero no en el sentido de considerarlas mejores y diferentes, sino en que no son inferiores, ni las cosas, ni nosotros, porque nadie es superior a nadie por su lugar de nacimiento, lo decía muy bien mi admirado don Miguel de Cervantes: Uno no es más que otro, si no hace más que otro.

Pues apliquémonos el cuento, la única forma que tenemos los extremeños de demostrar que no somos inferiores a nadie es mediante el esfuerzo diario, en prepararnos y trabajar por conseguir los logros que, sin duda, vendrán, pues estamos tan capacitados para ello como lo pueda estar el que más.

Tuvimos que salir y pagar un peaje bastante alto por no tener industrias en Extremadura, pero por eso, y gracias a ello, nuestro paisaje se conserva inmaculado. Dicen que Monroy se encuentra en medio de la nada, pero yo siempre digo que esa nada es, nada más y nada menos, que un mar de encinas; un remanso de paz y de sosiego, donde se puede escuchar el silencio, porque de puro que es, se hace sonoro; es un azul intenso en un inmenso cielo; es el bosque mediterráneo en estado puro, un privilegio que hay que saber apreciar y conservar para que no desaparezca.

Tenemos aves y animales salvajes que han desaparecido ya en otros sitios. La zona de influencia de Monroy se encuentra entre los puntos más recomendados por naturalistas ingleses y alemanes para la observación de aves de la Península Ibérica.

Tenemos la más exuberante de las primaveras, con esencia de olores y sabores, que hace que tengamos productos, que solamente nosotros podemos obtener, el queso de pasta blanda mejor del mundo que eso dicen que es la torta del Casar. La del Casar y la de Monroy, digo yo, pues tenemos los mismos ingredientes para hacerla, a saber, leche cruda de oveja merina, cuajo vegetal y los mismos pastos.

Recuperemos nuestras materias primas, como diría Antonio Gala, refiriéndose precisamente a los nacionalistas excluyentes, nosotros tenemos el jamón, el jamón puro y único que da la crianza en montanera, con bellotas de nuestras encinas. Por esta misma razón, la de tener las mejores encinas y los mejores pastos tenemos el mejor cabrito, el mejor cordero, y la mejor ternera del mundo. Podemos hacer el pan candeal horneado con leña de encina avivado con el aroma de la jara.

Restauremos nuestros molinos y nuestras almazaras, recuperemos nuestros hornos árabes, ofrezcamos turismo de calidad, turismo con encanto, turismo basado en las mejores materias primas, en la naturaleza, en las ciudades bellas con historia (Cáceres y Trujillo nos limitan), creemos turismo del futuro, lo que los italianos han bautizado con el nombre de ‘turismo de las ciudades lentas’.

Dicen que no hay mal que por bien no venga, por no tener industrias tuvimos que emigrar, pero por no tener industrias tenemos hoy algo que les queda a muy pocos: una atmósfera tan pura y tan diáfana que parece la noche una pura metáfora.

Andrés Gómez Ciriaco